En la mayoría de deportes – me atrevería a decir que en todos – llega un momento dado en el que irrumpe una figura que se convierte en campeón y dominador absoluto, trascendiendo las fronteras de su propia disciplina después de cambiarla por completo. Tras ello, y con el lustre del paso del tiempo, estas figuras se convierten en mitos eternos indiscutibles. En el fútbol se suele señalar a Pelé. En boxeo, solo quien haya recibido demasiados golpes le negaría este estatus a Muhammad Ali, quien por otro lado se convirtió en símbolo también por cuestiones ajenas al deporte. En baloncesto está Michael Jordan, aunque ahora muchos quieran equiparar a Lebron James con his airness; a mí me da igual, yo siempre fui y seré de Magic. En cuanto al ciclismo, en España la prensa nacionaldeportista creó tal ruido alrededor del grandísimo Miguel Indurain que todavía hoy mismo que escribo estas líneas, en la resaca de la despedida de Valverde, he leído a algunos que afirman, sin el rubor que les impide dejar de hacer el ridículo, que esta figura de super-mito le pertenece al campeón navarro. Pero no nos engañemos, el ciclista más grande de la historia fue, es y siempre será Eddy Merckx, el Caníbal.
En este libro, Merckx, Mitad Hombre Mitad Máquina, escrito por el británico William Fotheringham – uno de los más reputados escritores del mundo ciclista -, el autor intenta diseccionar la vida y, sobre todo, la psicología de un niño tímido y gordito que un día le dice al ayudante de la tienda de ultramarinos de sus padres, ciclista profesional en esos finales cincuenta en los que apenas los más grandes podían vivir solo de dar pedales, que quería ser cómo él. Fotheringham ha escrito otros libros que son auténticos superventas ciclistas, como Put Me Back On My Bike, la biografía – sorprendentemente no publicada todavía en español – de Tom Simpson, el ciclista cuya muerte en el Mont Ventoux en pleno Tour de Francia de 1967 desembocó en la implantación de los controles antidopaje… aunque solo con la puntita, todo sea dicho; también son suyas las biografías de los otros dos mitos más rutilantes del ciclismo clásico, Coppi e Hinault, cuyas obras forman una especie de trilogía de los principales dioses ciclistas junto a la de Merckx. También es de Fotheringham la traducción al inglés de la deliciosa autobiografía de Laurent Fignon Éramos Jóvenes e Inconscientes, publicada en español por Cultura Ciclista. Hay que destacar que no escribió ninguna sobre Indurain, aunque puede que eso sea porque quien lo hizo sería su hermano Alasdair, que para eso habla español. Parece que en la familia Fotheringham todos son apasionados del ciclismo, razón por la que dentro de unos libros nos encontraremos de nuevo con William y conoceremos la primera obra de Alasdair. Alasdair, ¿Se puede tener un nombre más británico?
Volviendo a este Merckx, publicado por primera vez en el Reino Unido en 2012, se ven los rasgos que definen a William Fotheringham como autor. Tengo que admitir que no es mi escritor favorito a la hora de traducir, lo que no significa para nada que me parezca mal autor. Al contrario, es muy bueno, diría que es el escritor cuyo estilo me resulta más depurado de todos los que he traducido, excepción hecha, por supuesto, de Tim Lewis, de quien ya hablamos en esta otra entrada. El problema que tengo con William es que lo encuentro muy frío, me acaba dando la sensación de que pretende que cada una de las frases que escribe resulten de una trascendencia vital para la literatura deportiva; y esto hace que en ocasiones me resulte un tanto engolado: “No quería saber cómo Merckx llegó a ser el más grande. Mi pregunta era ¿por qué?”. Si lo comparamos, por ejemplo, con Juliet Macur en La Rueda de la Mentira, en el que la escritora del New York Times se empeña en adoptar un enfoque tan aséptico que acaba poniendo en ocasiones de relieve sus fobias y filias respecto a las personas de que habla, vemos un estilo que no puede ser más diferente. Ambos tratan de ser objetivos hasta el punto de que pueden resultar fríos, pero mientras que una tiene una prosa directa, el otro se acaba enmarañando en oraciones que pueden resultar largas en exceso. Y, pese a que siempre sale airoso de esta complejidad léxica que tanto contrasta con la simplicidad que se ve en tantas obras actuales, a veces da la sensación de que William Fotheringham trata de esforzarse demasiado en alcanzar la misma grandeza mostrada por aquel de quien está escribiendo. Y ojo, esto no es para nada malo, denota el enorme respeto que tiene tanto por sus lectores como por la persona sobre la que escribe y su propio trabajo. Pero ya digo, a veces, mientras traduzco sus libros, me dan ganas de decirle “William, eres un magnífico escritor, pero esto es solo ciclismo; es un asunto serio, pero si le quitamos la parte de diversión, de locura, acabamos convirtiéndolo en una marcha de la infantería prusiana”.
También es cierto que en esta ocasión está escribiendo sobre alguien que era casi un Terminator, y resulta complicado sacarle el lado humano al Merckx Caníbal. Cuando un año más tarde traduje la biografía que el mismo Fotheringham realizó sobre Hinault, esta no rezuma tanta frialdad. Y, pese a todo, resulta de alabar cómo consigue que lleguemos a conmovernos en algunas partes del libro, como al escribir sobre ese Merckx que se da cuenta de que ya no es el mejor, primero, o del que caerá después en depresión cuando se baja de la bicicleta. También nos muestra la cara más sorprendente de la personalidad de Merckx cuando él mismo queda boquiabierto al comprobar que el mayor ciclista de todos los tiempos ha dejado sus quehaceres cotidianos para ir a recibirle al aeropuerto personalmente. Durante todo el libro Fotheringham trata de comprender la manera de pensar de Merckx, por qué ataca cuando tiene las carreras más que ganadas en lugar de quedarse guardando fuerzas, por qué reaparece mucho antes de lo recomendado después de aquel accidente en el velódromo de Blois en el que estuvo cerca de perder la vida, como le sucedió al piloto de la derny que le marcaba el ritmo.
Por último, otra de las cosas que me dan – llamémosle – rabia de Fotheringham es la manera que tiene de pasar de puntillas sobre el dopaje. Merckx da positivo en dos ocasiones a lo largo de su carrera, pero en el libro no vamos a ver la más mínima sombra de sospecha, pese a que se traten ambos positivos. En el primero, el que le priva de ganar su segundo Giro, Merckx es víctima de una manipulación, es una injusticia la que le priva de esa victoria, por ejemplo. Del segundo apenas se hace mención más que de pasada, creo recordar. Y esto sí es algo que me molesta, puesto que, no sé si será por la influencia de otros autores que he traducido como David Walsh o Paul Kimmage, no considero que se le haga ningún bien al ciclismo cuando se mira para otro lado. Tampoco soy de los que sospechan de cualquier ciclista que gana, esos para los que cualquiera que se sube a una bicicleta y consigue una victoria se convierte, de manera automática, en sospechoso. Creo que hay un justo término medio, y está en admitir que ese problema existe y seguirá existiendo, en no aceptar de buen grado las marcianadas que todavía se siguen viendo de cuando en cuando, sino mantener un aire de alerta que frise en la desconfianza, pero nunca en la acusación infundada. En esto, al menos en las dos obras que he traducido de William, admito que veo una gran falta. No sé si es porque todavía son obras escritas en los años en los que se terminaba de salir de cierto pozo en el que se sumió el ciclismo en los 90 y durante la década siguiente, o porque el propio autor fue ciclista amateur en Francia durante los 80 y siente de alguna forma la omertá como algo a respetar, pero al final no me parece muy adecuado hacer malabarismos para defender que la causa de la muerte de Tom Simpson no solo se debe a que llevara en un bolsillo dos tubos de 10 anfetaminas cada uno en los que apenas quedaban dos. Hay que respetar al personaje sobre el que uno escribe, pero más todavía hay que tener claro que los seres humanos nos equivocamos y no hay por qué disfrazar los errores que cometemos, por fatales que puedan ser.
En todo caso, tampoco quiero que quede una mala impresión de este libro, porque no es un mal libro. Es una grandísima biografía del ciclista más grande de todos los tiempos, y en ella vamos a encontrar una descripción magnífica del personaje que acabó convirtiéndose en el Caníbal del ciclismo. Olvidaos de que el estilo de William Fotheringham no termine de seducirme, porque lo cierto es que es un estilo tan bueno que lo que me pasa, en realidad, es que me resulta mucho más complejo de traducir, y por ello me cuesta más. Y hay que tener en cuenta que para un autónomo el tiempo es dinero. Egoístamente, me sale más rentable traducir libros con un lenguaje sencillo, y cuando uno se enfrenta a un estilo tan rico como el de William Fotheringham, al final acaba siendo un poco cansado cuando llegando al final del libro te sigues encontrando oraciones de varias líneas. Pero su complejidad no es nada gratuita. Al final, yo también utilizo frases más complejas de lo que se estila. William es de los míos, solo que él escribe infinitamente mejor que yo y es uno de los principales y mejores autores del ciclismo, por lo que todo lo que escriba siempre merecerá la pena. Así que, si me preguntáis si merece la pena leer un libro en el que se conjugan Merckx y William Fotheringham, mi respuesta es que estáis tardando en tenerlo entre las garras. Y como tardéis demasiado, lo más fácil es que el Caníbal os deje atrás, como ha hecho siempre con todo el mundo.
Podéis encontrar el libro en la web de la editorial; también en Amazon, Casa del Libro, vuestra librería habitual y, en Colombia, en Moovil. Y, si por cualquier motivo os resulta imposible comprarlo, por lo que sea, solicitad que vuestra biblioteca municipal adquiera una copia. Es un servicio 100% legal que prestan las bibliotecas públicas y siempre será más respetable que la piratería.
