Etapa 2- Covarrubias – Alcubilla de Avellaneda: 58,1 kms, 3 horas 57 minutos, 1120 metros de desnivel acumulado

Si hay una cosa que llevo mal de viajar en una camper es el tema de dormir. Cuando planeamos la distribución que iba a tener la camper por dentro medimos el ancho que quedaba en la zona de atrás y vimos que daba entre cuatro y cinco centímetros más de lo que yo mido. Genial, pensé, puedo dormir estirado… el problema es que no tuve en cuenta que había que sumar lo que ocupa la almohada, así que, como resulta imposible agrandar el espacio disponible, solo me queda la opción de dormir encogido. También suelo recurrir al truco de ponerme un poco en diagonal, pero cuando Mulder, nuestro perro, decide subirse a la cama en mitad de la noche, me quita esa posibilidad. La consecuencia de esto es que duermo incómodo, encogido, me despierto en numerosas ocasiones y descanso mucho menos que en casa. Si a esto le sumamos haber realizado una ruta el día anterior en la que terminé muy cansado, con los gemelos a punto de subirse a mi nuca y que la temperatura nocturna se desplomó hasta los 2º -en el interior de la furgoneta- provocándome un amago nocturno de rigidez de cuello, os podéis imaginar que la perspectiva de enfrentarme con éxito a una nueva etapa de algo menos de 60 kilómetros era, cuando menos, pesimista.

El lado bueno, por así decirlo, es que todo este frío me daba la excusa perfecta para remolonear y seguir un rato más en la cama, tapadito y calentito. Tras el frío sufrido por culpa del viento el día anterior, sumado al sufrido por la noche, tampoco puedo decir que estuviera loco por comenzar la ruta antes de lo estrictamente necesario… mejor dejar que el sol fuera calentando un poco. Eso sí, he de admitir que se me acabó yendo la mano, porque entre lo tranquilo que me tomé lo de desayunar, que aprovechamos que en la zona de aparcamiento había posibilidad de vaciado y llenado de aguas (por desgracia, si había instalación de vaciado de aguas negras debía de estar cerrada, porque no la vimos y eso resultó fatal al día siguiente) y que por manos blandas un vaso de leche acabó regando gran parte del interior de la furgoneta, lo cierto es que acabé saliendo más allá de las 13:00. Claro, teniendo en cuenta que la persona que había creado el track había tardado cuatro horas y la poca fe que tenía en ser capaz de terminar la etapa, un rápido cálculo me dejó claro que comenzaba a pedalear hora y media más tarde de lo que debería haberlo hecho.

Hay días en los que parece que nunca llegará el momento de comenzar a pedalear

He de admitir que hay una cosa que me cuesta aceptar, me desestabiliza emocionalmente y me pone de los nervios, y es que me cambien un plan que en mi cabeza está claro como el agua o que me cambien el paso cuando estoy haciendo algo. Es algo que no soporto, así que cuando se cayó ese vaso de leche, cada minuto que pasaba comenzó a pesarme como una losa; comencé a frustrarme más y más a cada minuto pensando en lo tarde que era, lo mucho que me quedaba por delante y las pocas fuerzas con que lo afrontaba. Por eso, cuando comencé a pedalear iba totalmente cruzado y tuve que hacer un gran esfuerzo por no mandar todo el viaje al garete. Además, cómo no, lo primero que hizo el combo Bryton-Komoot fue una de esas de «gira a la izquierda» cuando tienes que seguir de frente. Nada más cruzar el puente que sirve de frontera natural a Covarrubias yo tenía que salir de la carretera y tomar un camino, pero las instrucciones me dieron a entender que debía seguir por la carretera… que además era en cuesta. Por fortuna me di cuenta rápido y regresé al camino, que me recibió con una subida de desnivel similar a la alternativa por asfalto, solo que con firme muy irregular por las grandes piedras que sobresalían del suelo. Hastiado, y con temor a lo que me quedaba por delante, tomé la mejor decisión que pude tomar en aquel momento: meter plato pequeño y avanzar tranquilo, sin obsesionarme demasiado por lo lento que iban a pasar los kilómetros y tratar de llegar a Mamolar, que estaba en la mitad exacta de la ruta de hoy y marcaba el final del tramo en el que se concentraba un alto porcentaje del desnivel acumulado del día.

Esa primera subida que me recibió al salir de Covarrubias era, como comprobé, bastante corta (en realidad, poco más de kilómetro y medio), siguiendo una bajada idéntica que desembocaba en Retuerta, pueblo de 64 habitantes. Desde allí arrancaba otro repecho de poco más de 3 kilómetros bastante rotos, alcanzando picos por encima del 10% de desnivel. Y es en esta subida donde pude corroborar lo bien marcada y pensada que está esta ruta del Cid, pues pocos centenares de metros después de haber arrancado, el camino oficial se desvía hacia la derecha en un rodeo de 500 metros bastante más suaves que el abrupto mur que hay que afrontar si se sigue recto. Esta es una constante que encontraremos en numerosos puntos en los que el terreno se endurece de manera seria, pues veremos cómo se nos ofrece un desvío alternativo, señalizado y más suave, que nos permitirá  alcanzar el mismo punto de destino, solo que dando un pequeño rodeo que asumiremos de buen grado.

Entre los kilómetros 8,5 y 13,5 venía un tramo de sube-baja continuo, en el que avanzar resultaba complicado por culpa de la gravilla que inundaba los caminos. Puede sonar exagerado, pero de verdad que las piedras te obligaban a seguir pedaleando incluso en tramos de bajada poco pronunciados. Aunque este sufrimiento se quedaba en nada cuando mirabas alrededor y veías la desoladora imagen de un Parque Natural, el de Sabinares de Arlanza-La Yecla, reducido a cenizas por los incendios que asolaron España el verano pasado. Los laterales del camino estaban repletos de troncos calcinados y apilados, y en algunos puntos el camino había quedado destruido bajo el paso de las orugas de la maquinaria pesada que trabajó en la triste labor de arrancar estos árboles durante las lluvias del otoño e invierno. De verdad que daba pena contemplar esa desolación que me acompañó hasta el kilómetro 17 cuando, tras cuatro kilómetros de falso llano, se alcanzaba Santo Domingo de Silos.

La quietud y el silencio de algunos lugares hacen que te invada cierta sensación de intrusismo

Silos es un pequeño pueblo de 169 habitantes que vive, casi se podría afirmar, del turismo que genera el monasterio de Santo Domingo. Este monasterio es otro de los puntos importantes de la historia cidiana, puesto que Rodrigo Díaz y su esposa Doña Jimena dejaron parte de sus posesiones a este monasterio a modo de heredad. Cuando el Cid es desterrado, el monasterio todavía estaba en construcción. Es obvio que el conjunto actual no es tal cual se diseñó, pues a lo largo de los siglos ha sido reformado. Como curiosidad, decir que uno de los más célebres sonetos de la literatura española es el que compuso Gerardo Diego a su ciprés, y como propina me gustaría decir que Santo Domingo de Silos es el nombre del claustrofóbico y reaccionario colegio concertado en el que pasé toda mi niñez, así que algo de curiosidad tenía por verlo… aunque he de admitir que me invadió al entrar cierta sensación de intrusismo, así que me detuve poco.

Un arco de piedra franqueando el paso al extremo de un puente que vadea un río, pocas escenas pueden resultar más medievales

Tras abandonar Silos por un arco que conducía a un camino y dos kilómetros favorables, tocaba enfrentarse al impresionante paraje denominado La Yecla, que es una garganta profunda y estrecha que da paso a una subida de tres kilómetros. Es impresionante pasar por el túnel de 250 metros de largo y desembocar en el bello paisaje inundado por el sol al otro extremo. Lo que no tengo tan claro es si este tramo que me llevó por asfalto hasta Mamolar, donde me esperaba Esme, forma parte del track original o fue un atajo del creador del track que yo seguí, pues durante varios kilómetros dejé de ver la señalización de la Ruta del Cid. Sea como fuere, llegado a Mamolar pude dar fe de varias cosas: primero, que -aunque fatigado- estaba mejor de lo que me esperaba; segundo, que el clima había mejorado bastante respecto al día anterior, lo que me permitió llevar los manguitos bajados durante muchos momentos, además de no precisar perneras; tercero, que poder parar a mitad de ruta a comer y beber algo tranquilamente con tu pareja y tu perro hace que todo se vea más fácil. Así que, tras comprobar que los siguientes 28 kilómetros eran favorables a excepción de algunos repechos, pasados cincuenta minutos decidí seguir adelante.

La gran ventaja de viajar con tu casa de ruedas es que te puede esperar en cualquier punto del camino

Después de seis kilómetros siguiendo la carretera comarcal que atravesaba Mamolar (26 habitantes), el track se desviaba a la derecha para pasar por un bosquecillo en el que se perdía por momentos las huellas -que no el rastro- del camino, y por el que proliferaban los hitos que señalan el recorrido. El desnivel era favorable a excepción de un par de repechos cortos pero duros; el problema estuvo, en esta ocasión, en que la hierba que tapaba los surcos del camino estaba bastante mojada, obligando a ir con tacto al frenar. Además, en algunos pequeños tramos, las huellas de lo que parecían todoterrenos habían destrozado el camino, provocando rodadas de media rueda de bicicleta de 26 pulgadas de profundidad y obligando a echar pie a tierra en varias ocasiones. Una lástima que la acción de unos inconscientes degrade el entorno de tal manera.

La naturaleza es y siempre debería ser de todos, pero eso no significa que tengas derecho a destrozar tu parte

Volviendo a la misma carretera de antes de pasar al bosque, y con 43 kilómetros ya recorridos, llegué a Huerta de Rey (640 habitantes), a cuyo ayuntamiento pertenecen los dos siguientes núcleos por los que pasaría: Quintanarraya (135 habitantes) e Hinojar del Rey (51 habitantes). Ante mí se extendía una llanura de largas rectas que, por fin, presentaban una pista con poca piedra y bien compactada que permitía avanzar rápido gracias a su nulo desnivel. De todas formas, aunque el terreno era favorable y apenas me quedaban diez kilómetros (o media hora, como vine a decirme equivocadamente), decidí parar un momento a comer una barrita y tomarme un gel, porque, pese a que me había comido medio sándwich en Mamolar, hacía muchas horas desde que había desayunado y comenzaba a sentir algo de bajón. Y menos mal que lo hice, porque no, no iba a tardar apenas media hora en terminar. A partir de Quintanarraya, nada más dejar atrás el cementerio, me emboscó una primera rampa  hormigonada que, si bien era corta, me rejoneó las piernas a base de bien. Volvía la grava tras esa rampa, y al dejar atrás Hinojar del Rey comenzaron otros tres kilómetros en los que varias y sucesivas ondulaciones del terreno -una alcanzando un 14% de desnivel- me reventaron del todo. Por suerte, y como ya había comprobado en la etapa anterior, los últimos tres kilómetros de la etapa eran cuesta abajo, lo que me permitió llegar de una manera algo más digna a Alcubilla de Avellaneda, de 86 habitantes y situada ya en Soria. En este pequeño pueblo hay un palacio renacentista y una iglesia parroquial. Además, en su ermita, situada apenas a trescientos metros de donde pasamos la noche nosotros, se pueden ver estelas (representaciones en piedra) funerarias de origen romano. También la atravesaba una calzada romana, ya casi desaparecida por completo. Admito que apenas visitamos el pueblo, pues llegué lo suficientemente cansado como para que no me quedasen ganas de pasear. Había terminado las dos primeras etapas y me esperaba la tercera, la más larga con casi 67 kilómetros. ¿Qué pasaría al día siguiente?

Frente a la ermita de Alcubilla de Avellaneda
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