Ruta del Destierro #5

Etapa 5: Berlanga de Duero – Atienza

52,9 kms, 3 horas 23 minutos, 1470 metros de desnivel acumulado.

Supongo que no soy el único que idealiza el final de cierto tipo de viajes como una experiencia casi catártica, ese momento en el que confluyen el gozo de alcanzar una meta por la que te has esforzado, con la satisfacción por el reto superado; el orgullo de sobreponerse a los reveses encontrados, con el momento en el que se pone punto y final a una idea que surgió quién sabe cuánto tiempo atrás. Desde luego, eso es lo que supongo que deben de sentir los peregrinos del Camino de Santiago cuando alcanzan el Monte do Gozo; o un poco más tarde, al encontrarse frente al pórtico de la Gloria. O eso es lo que creí ver el año pasado en el semblante de un ciclista, cuando miré a esa fachada invadido por la decepción de no ser yo quien había llegado hasta allí en bicicleta. Recuerdo verlo sentado en el suelo, ligeramente apoyado sobre la bicicleta, las piernas flexionadas y una mano asiendo la muñeca contraria por delante de sus rodillas, la mirada fija en el monumento que se erigía frente a él. Meditabundo, en sus ojos parecía estar rememorando los momentos que le habían llevado hasta allí, con esa satisfacción en el semblante de quien sabe que ha conseguido lo que se proponía. Todo lo contrario de lo que me sucedió a mí al llegar a Atienza terminando la Ruta del Destierro.

He de ser justo: no es lo mismo hacer el Camino de Santiago, que te puede tomar alrededor de quince etapas, que hacer la Ruta del Destierro, que se hace en cinco; incluso en alguna etapa menos, si tu estado de forma te permite afrontar jornadas de 75 kilómetros. Está claro que el desafío físico es mucho menor, y si quisiéramos comparar, deberíamos hacerlo teniendo en cuenta el Camino del Cid en su totalidad, no solo uno de los itinerarios que lo componen. Sin contar que, en mi caso, me salté una etapa, además. Pero ya no es solo que la diferencia de volumen le quitase cierto componente de épica al asunto, es que la quinta y última etapa llegó a provocarme cierto aborrecimiento al viaje. Sobre todo durante los últimos kilómetros.

Lo más curioso de todo es que el arranque de la etapa apuntaba a lo contrario, a que aquel iba a ser un día glorioso. El perfil dejaba bastante claro que los primeros 25 kilómetros eran en ascenso casi constante, interrumpidos por algún tramo ligeramente favorable al principio. Se pasaba desde el punto más bajo del día, a 975 metros de altitud, hasta los 1384 metros en el kilómetro 23. Apenas son 450 metros de diferencia, un simple cálculo (diferencia de altura en metros x 100 dividido por metros en los que se extiende el desnivel, o lo que es lo mismo en este caso: 450 x 100 dividido entre 22900) nos daría un desnivel medio de 1,9%. Vamos, que picaba para arriba, sí, pero tampoco tan duro como podría parecer en el perfil. Sin embargo, ese desnivel no era constante, sino que a pequeñas subidas de un desnivel que en alguna ocasión llegó a los dobles dígitos, le seguían tramos más llanos. En el fondo, no dejaba de ser la constante de todos los días anteriores. Pero cuando hablamos de esa constante, hay que tener en cuenta la gran cuestión definitoria de este viaje, el terreno.

Nada más salir de Berlanga de Duero había un primer repecho seguido de su correspondiente bajada que terminaba justo en la entrada de un pequeño bosque. Y ahí fue donde se complicó el terreno y entré en la parte más épica y, desde luego, la parte más bonita de todo el viaje. En este bosque el camino se convertía en un sendero de hierba y piedras, ralentizando el avance puesto que, a lo mejor, el desnivel de un tramo podía estar en un 3%, pero el terreno te obligaba a remontar y navegar por encima de las piedras y rocas que conformaban el camino. Esto se traducía, a su vez, en que la velocidad de avance ni tan siquiera alcanzaba los 10 kms/h. Si le unimos también la fatiga que llevaba del resto de etapas y lo mal que duermo en la furgo, lo dejaremos en que tampoco me encontraba pletórico, convirtiendo aquello, una vez más, en tratar de avanzar poco a poco y sobrevivir como pudiera. En un momento en el que tuve que echar pie a tierra tras quedarme encallado al no poder remontar una piedra, le envié un whatsapp a Esme con la advertencia de que, al ritmo que avanzaba, no tenía ni idea de cuánto podía tardar. Y es que tras cincuenta minutos apenas había avanzado nueve kilómetros. Eso sí, me encontraba en la parte más bella por la que había pasado en los últimos días, un tramo que me recordaba a esa bicicleta de montaña de la vieja escuela que tanto me gustó en su día, avanzando por estrechos senderos, entre piedras y muretes que apenas te dejan espacio para progresar, con la vegetación rozando tus flancos, perdido en mitad de quién sabe qué lugar de la naturaleza. Era pleno gozo dentro del sufrimiento que suponía avanzar. Estaba pletórico, exultante, pensando que si toda la etapa final iba a ser así, bien había merecido la pena esta experiencia. ¡Qué poco duró!

Y es que, apenas unos cientos de metros después de haber enviado ese whatsapp abandonaba aquel bosque y el espacio comenzaba a abrirse en amplios páramos. Unos cientos de metros de carretera me condujeron hasta el pueblo de Brías, que pese a contar con un buen número de edificaciones, apenas afirma tener 17 habitantes registrados. En el pueblo hay una gran iglesia barroca de finales del siglo XVII y un palacio renacentista. Dejándolo atrás, apenas un par de kilómetros después llegaba a Abanco, pueblo en el que los últimos registros anunciaban que apenas contaba con un único habitante. Resulta complicado describir la sensación que deja enterarte a posteriori de estos números, sobre todo teniendo en cuenta que incluso un núcleo que a todas luces debía resultar pequeño en sus tiempos de esplendor, cuenta con una imponente iglesia, la de San Pedro Apostol, que para nada es medieval, pues se terminó de construir en el siglo XVIII. ¿Cómo pasan, sitios así, de recibir la financiación suficiente como para levantar una iglesia de ese porte a contar apenas trescientos años después con un solo habitante registrado? Esa es una de las caras más bonitas de iniciativas como el Camino del Cid, que devuelven la vida, aunque sea momentánea, a sitios como este. 

 

Por mi parte, viendo que tras una hora y cuarto apenas había cubierto 15 kilómetros y que ya había tenido que tirar del bidón de agua más de la cuenta, decidí parar a rellenar en la fuente que había a la salida del pueblo. Quiso la casualidad que allí se encontrara otro ciclista que también estaba realizando la ruta, solo que en sentido contrario. Comenzamos a hablar y me hizo una enorme gracia cuando este compañero comenzó a quejarse con amargura del estado del firme. Me contó que no había salido de Atienza, que era a donde yo me dirigía, sino de un pueblo cercano, que llevaba varias horas pedaleando y que su intención era llegar a Burgo de Osma antes de comer, pero que el estado del firme le había ido retrasando y drenando las fuerzas, que había metido bastante presión en las ruedas porque esperaba que todo fuese pista compacta y rodadora pero que, sin embargo, todo eran piedras sueltas que se le iban clavando y estaba loco por llegar a alguna carretera para continuar por asfalto. Me hizo gracia porque su relato de una sola etapa confirmaba la causa de las mayores penurias que pasé yo durante las tres etapas que había completado hasta ese momento. Nos dimos unas indicaciones de lo que nos esperaba mutuamente y me advirtió de que había un tramo de subida hormigonada del veintitantos por ciento. ¡Madre mía, lo que puede cambiar la percepción de un perfil de Komoot respecto a la realidad! A mí no me aparecía ninguna subida tan dura en el perfil…

Tras despedirnos, continué adelante por la misma pista, que tras apenas tres kilómetros me dejaba en un páramo desolado en el que la subida comenzaba a endurecerse, llegando a los dobles dígitos. A esto hay que unir que, de repente, el cielo se nubló y comenzó a soplar un viento que, sin ser excesivo, resultaba bastante molesto. Al alcanzar la carretera este viento me daba por completo de cara. Sería la primera ocasión en esta jornada en la que pensaba que el espíritu de Rodrigo pretendía no dejarme salir de sus tierras. Acabé rozando los 1400 metros de altura tras 23 kilómetros recorridos desde que saliera de Berlanga de Duero y casi dos horas de ruta; y después de un par de kilómetros de viento de cara que me resultaron agónicos, tanto psicológica como físicamente, pues rondaban en todo momento los dobles dígitos de desnivel. La verdad es que los números tenían muy mala pinta. Era cierto que llevaba más de un 40% de la ruta del día y que el grueso de la subida ya lo había superado, pero recordando cómo habían sido las etapas anteriores y lo que me había dicho este hombre en Abanco, tampoco me daba la sensación de que el terreno supuestamente más favorable que debía de esperarme en pocos kilómetros me permitiera avanzar con facilidad. Menos mal, eso sí, que en ese punto la carretera volvía a poner rumbo sur, con lo que el viento ya no venía de cara, y comenzaba una bajada de cuatro kilómetros que me llevaba a Retortillo de Soria, donde, pese a que registra apenas 85 habitantes, las fechas vacacionales lo habían llenado de vida.

Retortillo está enclavado junto a la Sierra de Miedes, que es por donde el Cantar dice que el Cid entró en Guadalajara al noveno día de su destierro. Por tanto, era villa fronteriza, lo que queda patente en su perímetro amurallado, que cobija una iglesia gótica. Esta iglesia se erige junto a una de las puertas amuralladas que se conservan. Ahí es donde, agotado, decidí parar y sentarme en un banco a devorar las barritas que llevaba de comida. Había cubierto 27 de 52 kilómetros y, observando el track, me esperaban, todavía, una subida para cruzar de Castilla a Castilla y luego una nueva subida corta con la que desembocaría en Atienza. Entre ambas el terreno era, en teoría, favorable… pero ya me conocía yo cómo se las gasta este Camino. Frente a mí, mientras comía barritas energéticas en aquel banco, arrancaba una subida por carretera que yo intuía que me traería de vuelta el sino funesto del ciclista: subida dura y laaaaarga; así que decidí tirar de gel antes de lo que había acostumbrado. El caso es que me equivocaba, y al volver a subirme a la bicicleta y reemprender la marcha me di cuenta de que el track me llevaba por otro sitio a mis espaldas. ¡Aleluya! ¡Me he librado de la subida! ¿Me había librado? ¿Qué es eso? ¡No me jodas que tengo que tirar por ahí? Y es que, si recordáis la subida hormigonada del veintitantos por ciento que me había dicho el compañero que me encontré en la fuente unos kilómetros atrás, este era el punto en el que me esperaba dicha subida, agazapada para sorprenderme con la guardia baja. El inicio no es que fuera tampoco exagerado, pero no tardaba en acentuarse hasta llegar a un punto en el que sí, debía de alcanzar al menos el 20%. La verdad es que no lo puedo asegurar, porque cuando vi que aquello alcanzaba el 16%, cansado como estaba y bastante tocado moralmente, amén de no poder asegurar tampoco cuánto más me iba a engañar el perfil de la etapa decidí, para no quedarme sin fuerzas, bajarme de la bicicleta y seguir a pie. Eso sí, tengo que admitir que 500 metros, como había dicho el colega, eso no tenía. En todo caso el total de este Kapelmuur serían 500 metros, pero la parte de mayor porcentaje no creo ni que llegase al centenar de metros. Ahora, a toro pasado, puede parecer ventajista decirlo, pero creo que si hubiera apretado los dientes y lo hubiera intentado, habría conseguido subir aquello, porque creo que me dejé vencer más por el miedo escénico del comentario del hombre este de la fuente que otra cosa.

Después de subir de nuevo sobre el sillín, el camino acababa desembocando en, ¡oh, sorpresa! la misma carretera que había visualizado mientras me comía las barritas. No estoy muy seguro de que el ascenso por asfalto hubiera sido menos acusado, porque al final la altura alcanzada era la misma y me da la sensación de que el tramo por la carretera cubría una distancia menor, con lo que lo más seguro es que incluso el desnivel fuera más abrupto en la carretera. El caso es que esos estaban siendo los últimos centenares de metros que recorría por Castilla y León, puesto que menos de dos kilómetros después entraba en Castilla la Mancha y la provincia de Guadalajara, coronando el Alto de la Carrascosa, a 1.380 metros de altura, apenas ochocientos metros después. Tras esta cima llegaba, por fin, la bajada, que aunque yo no me fiaba de que no fuera a sacarme de la carretera y a meterme por algún camino quebrado que no me permitiera avanzar ni descansar, lo cierto es que me permitió quitarle ocho kilómetros a la ruta en un santiamén y bajar desde los 1380 metros hasta los 1080, mientras dejaba detrás Miedes de Atienza. Este pueblo, que en la actualidad cuenta con sólo 54 habitantes, cuenta con su obligatoria iglesia monumental, aunque construida, como en el caso de pueblos anteriores, en el siglo XVIII. Insisto en que todo esto eran las tierras de Frontera en tiempos del Cid, y tal vez es por ese carácter fronterizo por lo que las iglesias que se conservan son modernas y no medievales. De hecho, según el Cantar del Mío Cid esto ya era territorio musulmán en el siglo XI.

Es curioso lo mucho que me había cambiado la cara en apenas veinte minutos, de estar penando y pensando en todo lo que me quedaba a que, en un santiamén, apenas me quedaran diez kilómetros por recorrer cuando alcancé Romanillos de Atienza. La despoblación continúa golpeando fuerte en este pueblo que apenas tiene censados 32 parroquianos. Pero aquí sí, la iglesia, de San Andrés Apóstol, es medieval. Del siglo XIII, concretamente, aunque ha sido remodelada durante los siglos posteriores. Aunque no es el único vestigio histórico que queda en el pueblo, puesto que en el término municipal pasan los restos de la calzada romana que iba desde Segovia a Tiermes.

Como digo, la cara me había cambiado bastante durante el descenso. Sería porque en esta ocasión le había dado más tiempo al gel energético para hacerme efecto, o sería por estar ya a apenas diez kilómetros, el caso es que me sentía fuerte. Sin embargo, y aunque entre Miedes y Romanillos el firme se había presentado en bastante buen estado, al salir de Romanillos me esperaba un camino prácticamente recto durante seis kilómetros que iba ascendiendo hasta remontar algo más de cien metros. Cien metros en seis kilómetros no es nada, que conste, pero el grueso de la ascensión estaba metido en la mitad de esos tres kilómetros, y aunque sigue sin ser un desnivel remarcable, aquel tramo se convirtió en el más pestoso de las cuatro etapas que había realizado. Si hasta entonces todos los días me había encontrado un firme que no permitía a las ruedas de la bicicleta rodar libremente, lo que me encontré en esos kilómetros superó todo lo visto antes. Era como rodar por una playa de guijarros muy pequeños. Sumando, además, que cuando desaparecían los guijarros comenzaban bancos de arena de esos en los que se te hunde la bici. Basta el dato de que desde Romanillos hasta Atienza tardé 56 minutos, para cubrir apenas 9700 metros, siendo casi 4000 de esos metros en ligera bajada, un poco más acentuada al salir de un minúsculo bosque que atravesé y que estaba justo frente a Atienza. En una de esas bajadas, en el kilómetro 45, alcancé algo de velocidad justo antes de adentrarme de lleno en un banco de arena que acabó deteniendo mi bicicleta. Tal era el banco de arena que, tras bajarme de la bici, esta se había quedado de pie. Parecía que el espíritu del Cid pusiera todo de su parte para no dejarme marchar, que quisiera que me quedase entre sus huestes. Todo este lento rodar dantesco lo único que consiguió fue que creciera más y más la sensación de hartazgo que tenía por esta ruta. Cuando finalmente salí del bosquecillo, arrancó una última bajada que me dejó a los pies de Atienza, a la que ahora tocaba ascender, pues ya sabemos que, en el ciclismo todo lo que baja, sube, y todo lo que sube, sigue subiendo. Último esfuerzo ya, por fin. Y última tortura, porque pasar ascendiendo por delante de esos asadores que tienen en ese pueblo, con el olorcito a sabrosa carne a la brasa y al horno, tuvo algo de castigo griego.

Y así llegué a donde me esperaban Esme y Mulder con la furgo, poniendo el punto y final a mi primera ruta multietapas. He de reconocer que no había sido la experiencia que yo esperaba. Tanto por la ausencia de estado de forma, como por los cambios de climatología y factores como el estado del suelo, lo cierto es que no disfruté nada; ni tampoco se cumplieron mis expectativas. Incluso tuve la certeza de que esto había sido el final del Camino del Cid para mí. No parece que haya en esta ruta nada que me atraiga de nuevo, a continuar con los siguientes tramos. Aunque, claro, relativamente cerca de Atienza está Sigüenza, y yo corrí en mis tiempos por allí y sé que el terreno no tiene nada que ver y que era precioso, y por ahí para el siguiente tramo del Camino del Cid, Tierras de Frontera. Así que, quién sabe si…  

Ruta del Destierro #3 y #4

Índice

Etapa 3. Alcubilla de Avellaneda – San Esteban de Gormaz:

0 kms, 0 horas 00 minutos, 0 metros de desnivel acumulado
Hay momentos en los que el viaje se desarrolla de manera inesperada

Uno de los argumentos a los que recurrimos con mayor insistencia los usuarios de vehículos vivienda a la hora de defender nuestra afición es el de la libertad que nos proporcionan estos vehículos. Todo eso de amanecer cada día en un lugar diferente, de las puestas y salidas de sol apabullantes es cierto. Pero también es cierto que esta manera de viajar demanda una serie de acciones que la vida o el turismo de piso u hoteles no exige. Por ejemplo, en un piso puedes hacer una compra para una semana entera, mientras que en una camper el espacio de almacenamiento y conserva de alimentos es menor, lo que obliga a avituallarse cada dos o tres días… algo que los alcaldes y alcaldesas de muchos municipios se niegan a comprender. En un piso tienes, además, la suerte de que no te multen por el mero hecho de estar durmiendo en tu cama. Y, desde luego, en un piso no tienes que llenar y vaciar depósitos de agua para poder ducharte o fregar. Ni tampoco vas a tener que deshacerte de tus residuos corporales en lugares específicos y delimitados cuya existencia nadie te garantiza.

Esto viene a cuento de lo que sucedió el día en el que debía afrontar la tercera etapa de esta Ruta del Destierro, que partía de Alcubilla de Avellaneda y terminaba en San Esteban de Gormaz tras casi 67 kilómetros y 760 metros de desnivel. Partía de Alcubilla, pasaba por Zayas de Torre (40 habitantes), Alcozar (33 habitantes), Langa de Duero (547 habitantes y un puente de piedra sobre el Duero), Castillejo de Robledo (108 habitantes), Valdanzo (32 habitantes), Miño de San Esteban (44 habitantes), Aldea de San esteban (21 habitantes), y terminaba en San Esteban de Gormaz (2,350 habitantes). Es curioso que, aunque el trazado cubriese 67 kilómetros, Alcubilla y San Esteban de Gormaz estaban apenas a 22 kilómetros la una de la otra. Esto es así porque, tras apenas 14 kilómetros de etapa, el recorrido dibujaba un bucle oeste-este de alrededor de 40 kilómetros, llevándonos por los pueblos ya mencionados, poblaciones repletas de ruinas y vestigios del pasado convulso de esta zona que en su momento marcó la frontera entre los reinos musulmanes y cristianos. Tenía pinta de ser una etapa bastante bonita y pintoresca y, aunque larga, el desnivel no parecía exagerado, con lo que, más allá de la distancia a cubrir y el estado del firme de las pistas, no debía de resultar complicada. Entonces, ¿qué ocurrió?

Hay momentos en los que el viaje se desarrolla de manera inesperada

Uno de los argumentos a los que recurrimos con mayor insistencia los usuarios de vehículos vivienda a la hora de defender nuestra afición es el de la libertad que nos proporcionan estos vehículos. Todo eso de amanecer cada día en un lugar diferente, de las puestas y salidas de sol apabullantes es cierto. Pero también es cierto que esta manera de viajar demanda una serie de acciones que la vida o el turismo de piso u hoteles no exige. Por ejemplo, en un piso puedes hacer una compra para una semana entera, mientras que en una camper el espacio de almacenamiento y conserva de alimentos es menor, lo que obliga a avituallarse cada dos o tres días… algo que los alcaldes y alcaldesas de muchos municipios se niegan a comprender. En un piso tienes, además, la suerte de que no te multen por el mero hecho de estar durmiendo en tu cama.  Y, desde luego, en un piso no tienes que llenar y vaciar depósitos de agua para poder ducharte o fregar. Ni tampoco vas atener que deshacerte de tus residuos corporales en lugares específicos y delimitados cuya existencia nadie te garantiza.

 

 Esto viene a cuento de lo que sucedió el día en el que debía afrontar la tercera etapa de esta Ruta del Destierro, que partía de Alcubilla de Avellaneda y terminaba en San Esteban de Gormaz tras casi 67 kilómetros y 760 metros de desnivel.Partía de Alcubilla, pasaba por Zayas de Torre (40 habitantes), Alcozar (33 habitantes), Langa de Duero (547 habitantes y un puente de piedra sobre el Duero), Castillejo de Robledo (108 habitantes), Valdanzo (32 habitantes), Miño de San Esteban (44 habitantes), Aldea de San esteban (21 habitantes), y terminaba en San Esteban de Gormaz (2,350 habitantes). Es curioso que, aunque el trazado cubriese 67 kilómetros, Alcubilla y San Esteban de Gormaz estaban apenas a 22 kilómetros la una de la otra. Esto es así porque, tras apenas 14 kilómetros de etapa, el recorrido dibujaba un bucle oeste-este de alrededor de 40 kilómetros, llevándonos por los pueblos ya mencionados, poblaciones repletas de ruinas y vestigios del pasado convulso de esta zona que en su momento marcó la frontera entre los reinos musulmanes y cristianos. Tenía pinta de ser una etapa bastante bonita y pintoresca y, aunque larga, el desnivel no parecía exagerado, con lo que, más allá de la distancia a cubrir y el estado del firme de las pistas, no debía de resultar complicada. Entonces, ¿qué ocurrió?

Fueron tres los motivos que me llevaron a tener que saltarme esta etapa. El primero fue técnico: se me había olvidado en casa la cera lubricante para cadena y tras dos etapas la transmisión iba ya muy seca, por lo que necesitaba encontrar un lugar en el que comprar algo de lubricante… en jueves santo. El segundo era físico: tras las dos primeras etapas había terminado con varias rozaduras en las posaderas, y como tampoco me había traído ninguna crema, necesitaba comprar algo para proseguir el viaje. El tercero fue logístico, y es uno de los mayores problemas al que tenemos que enfrentarnos los que viajamos con la casa a cuestas: teníamos el potty lleno y en Alcubilla no había dónde vaciarlo. Voy a ahorrar al lector la escatológica explicación de lo que es un potty, en caso de que no lo sepa, pero baste decir que el día anterior teníamos pensado haberlo vaciado, y como el área en la que hicimos noche solo tenía servicio de llenado y vaciado de aguas, este no lo pudimos limpiar. Tuvimos que buscar el lugar más cercano con servicio de vaciado de aguas negras para evacuar su contenido, y este lugar resultó ser Huerta de Rey, por donde ya había pasado el día anterior. Pese a estar a pocos kilómetros en línea recta, era necesario tomar dos carreteras comarcales, así que todo el proceso de llegar a Huerta, vaciar, limpiar, etc, nos llevó más de una hora. Como ya sucediera el día anterior, me dieron las 13:00 y todavía tenía que volver a Alcubilla, cambiarme y emprender una marcha en la que invertiría cuatro horas mínimo, así que decidimos saltarnos esta etapa y aprovechar para descansar y hacer turismo por el Burgo de Osma. Allí pasamos el día buscando los dos productos que necesitaba para el mantenimiento de la bici y … de mi trasero, además de pasear por las calles medievales de Osma, viendo su catedral, comiendo torreznos y el kebab más caro que me he comido en mi vida. Y bebiendo cerveza, cómo no. Lo más indicado para afrontar otras dos etapas de un viaje en bicicleta, vamos.

Por lo menos, Mulder tuvo la oportunidad de pasarlo en grande bañándose en el río
Un área de autocaravanas sin terminar, en un precioso conjunto histórico restaurado, ¿y todo abandonado antes de inaugurar tras 241.000 euros de inversión? Estos humanos son incomprensibles

Etapa 4. San Esteban de Gormaz – Berlanga de Duero:

51,9 kilómetros, 3 horas 14 minutos, 760 metros de desnivel acumulado

Se podría pensar que tampoco había mayor problema, que podía haber realizado la etapa un día después; pero estábamos a jueves (jueves santo), me quedaban dos etapas más por completar y el domingo sin falta teníamos que llegar a casa, operación retorno mediante. Lo cierto es que iba con una jornada de retraso, literalmente. Así que, tras un día de turismo pusimos rumbo a San Esteban de Gormaz, donde debía iniciar la cuarta etapa y donde, siguiendo las indicaciones hacia una supuesta área de autocaravanas que a la postre encontraríamos todavía sin inaugurar, acabamos quitándome sin yo saberlo varios kilómetros de la cuarta etapa, a realizar al día siguiente. Todo esto me ha dejado una duda existencial: si puedo contar como completada esta Ruta del Destierro cuando hubo una etapa que no completé. ¿El viaje es cumplir con el plan establecido o lo que cuenta, tan solo, es llegar al final? Es cierto que si en un viaje de cinco etapas te saltas una, estás dejando de cubrir un 20% de dicho viaje, ¿pero acaso tenemos que fichar cuando estamos haciendo algo por placer? La pareja que conforma Vivir en Ruta quiso atravesar toda África en bicicleta, y sin embargo dejaron el viaje cerca de Tanzania, creo, ¿significa eso que no atravesaron África porque no unieron una punta con la otra en su periplo? Es evidente que la escala de este viaje mío no tenía nada que ver, pero es cierto que se me ha quedado esa sensación de no haber completado el viaje, cuando también es cierto que nadie me lo exige, más que yo mismo. Lo que sí es cierto es que, por ejemplo, si no llegamos a buscar crema para las rozaduras, o aceite para la cadena, seguro que no hubiera habido cuarta y quinta etapa.

Dicho esto, el viernes, tras dormir frente a un área de autocaravanas cerrada cuyas obras parecían detenidas y abandonadas cuando daba la sensación de quedar muy poco para estar finalizadas -y tras 241.000 euros de inversión-, tomé la salida para la cuarta etapa. Lo primero que hice fue pelearme con Komoot y el Bryton por encontrar el camino correcto, pues el sitio en el que pernoctamos era una confluencia de varios caminos y volvía a sucederme uno de los problemas recurrentes que sufrí durante toda la ruta: en situaciones como esta de confluencia de caminos, tanto Komoot como el Bryton se vuelven locos. Al final resultaba que el camino que tenía que tomar estaba tras la valla de la obra de la inacabada área de Acs. Tras varios minutos dando vueltas como un tonto con las piernas como leños, por fin acerté a seguir por un sendero que acabó rodeando el área y me llevó, durante un par de kilómetros, paralelo al camino que debía seguir. No habían pasado ni 4 kilómetros todavía cuando el combo Komoot-Bryton volvía a extraviarme del camino, solo que esta vez, y por suerte, esta nueva confusión me ahorraba tomar un desvío de un par de kilómetros (cuya única razón de ser era pasar por el pueblo de Pedraja de San Esteban, de 17 habitantes, para después regresar al mismo punto en el que desenvoqué, gracias a esa enésima equivocación).

Desde ahí, tras 3 kilómetros rumbo norte por un sendero que desaparecía bajo la hierba, se llegaba a Alcubilla del Marqués (25 habitantes), en el kilómetro 7 (siempre teniendo en cuenta que comencé a pedalear unos 3 kilómetros a las afueras de San Esteban). Esta puede ser la Alcubilla que en el Cantar Primero del Cantar del Mío Cid reza:

Pasó por Alcubilla, que de Castilla el fin es ya;
la calzada de Quinea la fue a atravesar...
Versos 399 y ss. CMC
Pasó por Alcubilla, que de Castilla el fin es ya;
la calzada de Quinea la fue a atravesar...
Versos 399 y ss. CMC

Tras apenas rodear la aldea de Alcubilla la ruta giraba al este, primero, y luego al sur, siguiendo un tramo de quince kilómetros prácticamente llanos. A los cinco kilómetros de iniciado este tramo partía una carretera de 2,5 kilómetros que llegaba al Burgo de Osma. Yo opté por dejar atrás este desvío, puesto que ya había estado en ese pueblo el día antes y la ruta iba y volvía por esa carretera de 2,5 kilómetros dejándome en el mismo punto, y eso significaba hacer el mismo tramo dos veces, solo que mirando al norte o al sur. Algunas partes del tramo que seguía me resultaron bastante bonitas, al realizarse por zonas en las que el paso de mis ruedas hacía que se elevase la fragancia del tomillo; incluso vi un animal que no sé si era cervatillo o cabra. Los cinco últimos kilómetros llevaban hasta la localidad de Navapalos (7 habitantes) por una pista ancha entre una carretera y una inmensa plantación de vides que se extendían hasta la orilla misma del Duero. Más Ribera del Duero imposible. Por cierto, destacar que el pueblo de Navapalos forma parte de un experimento de repoblación siguiendo las técnicas tradicionales de construcción, y sus habitantes viven de la artesanía. Una forma esnob de decir que gracias a unos hippies un pueblo fantasma vuelve a cobrar vida.

En este Camino del Cid no solo encontramos vestigios del pasado medieval, también veremos reposar el pásado máscontemporáneo

Desde Navapalos daba comienzo una pequeña ascensión de un par de kilómetros, de esas que se disfrutan porque, aunque te hacen esforzarte, su trazado de curvas, su desnivel llevadero y lo precioso del paisaje (se domina todo el valle por el que fluye el Duero por la zona) hacen que te lo pases bien. Tras el descenso de 2,5 kilómetros se llegaba a Vildé (45 habitantes), donde se puede visitar la Torre de la Mora, una torre trasmochada poco habitual en estas latitudes de la península y que, en realidad, es ruina de una construcción funeraria de origen romano. Desde luego, yo ni me enteré de su existencia, pues la ruta atraviesa el pueblo en apenas 200 metros y el monumento no está en el casco urbano.

Tras cinco kilómetros en los que el camino seguía siendo mayoritariamente favorable, a la altura del kilómetro 32,5 tocaba desviarse para ascender al pueblo de Gormaz y, sobre todo, a las ruinas del Castillo de Gormaz. Merece la pena detenerme un poco en este punto y es que, por un lado, esta fortaleza fue de una importancia capital en su tiempo y, sobre todo, en la historia (real) del Cid. Rodrigo fue alcaide de esta construcción militar califal, y en el 1081 el pueblo a las faldas del castillo, hoy Gormaz, sufrió un ataque musulmán. Sin pedir permiso al rey, Rodrigo Díaz saquea varios territorios próximos que pertenecían a la taifa de Toledo, aliada del rey Alfonso. Este hecho será el que provoque el primer destierro que sufrió Rodrigo Díaz.

 

Por otro lado, está la belleza tanto de las ruinas como del paisaje castellano que se domina desde lo alto del cerro en el que está enclavada la fortaleza, de unos muros de tal grosor que cuando uno mira a las paredes de ladrillo en las que vivimos en la actualidad no puede dejar de maravillarse de que no nos vengamos todos abajo. Fue en estas ruinas en donde más tiempo me detuve de todos los lugares por los que pasé en estos días, y es que el bombardeo visual que se recibía allá por donde se mirara al contemplar el paisaje primaveral, hacía que resultase difícil querer dejar atrás la fortaleza. Además, con lo que había costado subir…

El Castillo de Gormaz presenta unas vistas tan impresionantes como duro es el esfuerzo para remontar la loma sobre la que se alza

Y es que esa es la otra cosa reseñable, el lamentable espectáculo que di durante la subida. Para subir a la fortaleza se puede hacer desde la carretera que atraviesa el pueblo de Gormaz (25 habitantes) y continúa hasta las ruinas, o se puede hacer por un escarpado camino que asciende por la ladera. El track me llevó por este camino, de bastante desnivel y repleto de piedras como adoquines, pues da la sensación de que por ahí discurría el camino por el que se subía hasta el castillo. Claro, si unimos mi mal estado de forma, lo irregular del terreno por las constantes piedras y el desnivel, está cantado que tuve que echar pie a tierra. Eso de por sí no es malo, lo malo es cuando arriba del todo hay gente que está contemplando la patética escena que estás protagonizando. Cuando desemboqué en un primer cruce con la carretera decidí seguir por ella, que ya había hecho suficiente ridículo. Por cierto, a los pocos metros estaba la ermita de San Miguel, cuyo suelo y bancos están tallados en roca y cuenta con varias pinturas románicas.

Tras abandonar la fortaleza, a dos kilómetros esperaba el pueblo de Recuerda (39 habitantes), donde encontramos la enésima iglesia fotografiable, la de San Bernabé, que en esta ocasión es de estilo gótico, aunque queda poco material original. Un problema que me di cuenta que tiene toda esta ruta del Destierro reside en el sentimiento de monotonía que te puede llegar a invadir según avanzan las etapas. Al final, es cierto que toda esta zona es riquísima en patrimonio medieval, y cualquier pueblo, por diminuto que sea, conserva iglesias, ermitas o puentes que individualmente son preciosos, pero que cuando ves uno tras otro cada pocos kilómetros acaban perdiendo la capacidad de sorprender a ojos no tan educados como para apreciar sus diferencias. Al igual que hay momentos en el que los llanos de Castilla se extienden durante kilómetros y kilómetros casi inmutables, con los monumentos acaba pasando lo mismo y al final son solo las edificaciones más espectaculares las que acaban manteniendo esa capacidad de sorpresa que te hará juzgar que merece la pena detenerte a sacar una fotografía. A esto le unimos que, por ejemplo, la iglesia del siguiente pueblo al que se llegaba, Morales (34 habitantes), en el kilómetro 44, tenía en una de sus paredes los cubos de la basura, lo que no presentaba una estampa demasiado bonita.

Al caminar por el interior de este castillo podemos estar seguros de que caminamos sobre las mismas piedras por las que pisaba Rodrigo Díaz

Lo mismo sucedía cinco kilómetros después, en Aguilera (16 habitantes), cuya iglesia, de San Martín, parece ser que tiene una llamativa galería porticada; pero que mientras pasas por delante con la bicicleta, sabiendo que estás en los últimos kilómetros de la etapa, apenas atrapa tu atención.

Tras salir de Aguilera esperaba la última dificultad de esta etapa que, quitando la subida al castillo de Gormaz, había sido bastante poco accidentada. Era una ascensión de poco más de un kilómetro que se mantenía entre el 8 y el 10 por ciento casi continua. En este punto me asaltó una duda, y es que desde Aguilera esperaba ver ya Berlanga de Duero, pero no había ni rastro de la población. Hubo un instante en el que se me pasó por la cabeza que el track estuviera mal, pero no, la respuesta estaba en que Berlanga de Duero se encuentra a mayor altura que todo el valle por el que me había aproximado, pero más bajo que el punto que había alcanzado tras la última subida; y esta última subida, a su vez, continuaba en un tramo llano de poco más de un kilómetro a modo de miradod desde el que se descubría, unos metros por debajo, el núcleo urbano de Berlanga (745 habitantes). En Berlanga es obligado probar los lagartos, una galleta con forma de lagarto y sabor parecido a las galletas danesas y que reciben su forma en honor a Fray Tomás de Berlanga, religioso de esta localidad que fue obispo de Panamá, descubrió las islas Galápagos y, al regresar, trajo consigo un caimán. Además, todo el pueblo es bastante bonito y tiene bastantes comercios en los que comprar alimentos típicos. También se pueden visitar el castillo renacentista y la colegiata de nuestra Señora de Mercado, o el Palacio renacentista de los Duques de Frías. Si visitas el pueblo en camper o autocaravana, tienes una bonita área municipal con todos los servicios y parcelas delimitadas saliendo de la localidad por el sureste, pasada la piscina y la residencia de ancianos, junto al pabellón municipal.

Terminaba así una etapa que había resultado un poco insulsa, solo salvada por las espectaculares vistas  de la fortaleza de Gormaz. Ya podía considerar completado este viaje; solo quedaba una etapa, pero una de la que me iba a acordar…

Ruta del Destierro #2

Etapa 2- Covarrubias – Alcubilla de Avellaneda: 58,1 kms, 3 horas 57 minutos, 1120 metros de desnivel acumulado

Si hay una cosa que llevo mal de viajar en una camper es el tema de dormir. Cuando planeamos la distribución que iba a tener la camper por dentro medimos el ancho que quedaba en la zona de atrás y vimos que daba entre cuatro y cinco centímetros más de lo que yo mido. Genial, pensé, puedo dormir estirado… el problema es que no tuve en cuenta que había que sumar lo que ocupa la almohada, así que, como resulta imposible agrandar el espacio disponible, solo me queda la opción de dormir encogido. También suelo recurrir al truco de ponerme un poco en diagonal, pero cuando Mulder, nuestro perro, decide subirse a la cama en mitad de la noche, me quita esa posibilidad. La consecuencia de esto es que duermo incómodo, encogido, me despierto en numerosas ocasiones y descanso mucho menos que en casa. Si a esto le sumamos haber realizado una ruta el día anterior en la que terminé muy cansado, con los gemelos a punto de subirse a mi nuca y que la temperatura nocturna se desplomó hasta los 2º -en el interior de la furgoneta- provocándome un amago nocturno de rigidez de cuello, os podéis imaginar que la perspectiva de enfrentarme con éxito a una nueva etapa de algo menos de 60 kilómetros era, cuando menos, pesimista.

El lado bueno, por así decirlo, es que todo este frío me daba la excusa perfecta para remolonear y seguir un rato más en la cama, tapadito y calentito. Tras el frío sufrido por culpa del viento el día anterior, sumado al sufrido por la noche, tampoco puedo decir que estuviera loco por comenzar la ruta antes de lo estrictamente necesario… mejor dejar que el sol fuera calentando un poco. Eso sí, he de admitir que se me acabó yendo la mano, porque entre lo tranquilo que me tomé lo de desayunar, que aprovechamos que en la zona de aparcamiento había posibilidad de vaciado y llenado de aguas (por desgracia, si había instalación de vaciado de aguas negras debía de estar cerrada, porque no la vimos y eso resultó fatal al día siguiente) y que por manos blandas un vaso de leche acabó regando gran parte del interior de la furgoneta, lo cierto es que acabé saliendo más allá de las 13:00. Claro, teniendo en cuenta que la persona que había creado el track había tardado cuatro horas y la poca fe que tenía en ser capaz de terminar la etapa, un rápido cálculo me dejó claro que comenzaba a pedalear hora y media más tarde de lo que debería haberlo hecho.

Hay días en los que parece que nunca llegará el momento de comenzar a pedalear

He de admitir que hay una cosa que me cuesta aceptar, me desestabiliza emocionalmente y me pone de los nervios, y es que me cambien un plan que en mi cabeza está claro como el agua o que me cambien el paso cuando estoy haciendo algo. Es algo que no soporto, así que cuando se cayó ese vaso de leche, cada minuto que pasaba comenzó a pesarme como una losa; comencé a frustrarme más y más a cada minuto pensando en lo tarde que era, lo mucho que me quedaba por delante y las pocas fuerzas con que lo afrontaba. Por eso, cuando comencé a pedalear iba totalmente cruzado y tuve que hacer un gran esfuerzo por no mandar todo el viaje al garete. Además, cómo no, lo primero que hizo el combo Bryton-Komoot fue una de esas de «gira a la izquierda» cuando tienes que seguir de frente. Nada más cruzar el puente que sirve de frontera natural a Covarrubias yo tenía que salir de la carretera y tomar un camino, pero las instrucciones me dieron a entender que debía seguir por la carretera… que además era en cuesta. Por fortuna me di cuenta rápido y regresé al camino, que me recibió con una subida de desnivel similar a la alternativa por asfalto, solo que con firme muy irregular por las grandes piedras que sobresalían del suelo. Hastiado, y con temor a lo que me quedaba por delante, tomé la mejor decisión que pude tomar en aquel momento: meter plato pequeño y avanzar tranquilo, sin obsesionarme demasiado por lo lento que iban a pasar los kilómetros y tratar de llegar a Mamolar, que estaba en la mitad exacta de la ruta de hoy y marcaba el final del tramo en el que se concentraba un alto porcentaje del desnivel acumulado del día.

Esa primera subida que me recibió al salir de Covarrubias era, como comprobé, bastante corta (en realidad, poco más de kilómetro y medio), siguiendo una bajada idéntica que desembocaba en Retuerta, pueblo de 64 habitantes. Desde allí arrancaba otro repecho de poco más de 3 kilómetros bastante rotos, alcanzando picos por encima del 10% de desnivel. Y es en esta subida donde pude corroborar lo bien marcada y pensada que está esta ruta del Cid, pues pocos centenares de metros después de haber arrancado, el camino oficial se desvía hacia la derecha en un rodeo de 500 metros bastante más suaves que el abrupto mur que hay que afrontar si se sigue recto. Esta es una constante que encontraremos en numerosos puntos en los que el terreno se endurece de manera seria, pues veremos cómo se nos ofrece un desvío alternativo, señalizado y más suave, que nos permitirá  alcanzar el mismo punto de destino, solo que dando un pequeño rodeo que asumiremos de buen grado.

Entre los kilómetros 8,5 y 13,5 venía un tramo de sube-baja continuo, en el que avanzar resultaba complicado por culpa de la gravilla que inundaba los caminos. Puede sonar exagerado, pero de verdad que las piedras te obligaban a seguir pedaleando incluso en tramos de bajada poco pronunciados. Aunque este sufrimiento se quedaba en nada cuando mirabas alrededor y veías la desoladora imagen de un Parque Natural, el de Sabinares de Arlanza-La Yecla, reducido a cenizas por los incendios que asolaron España el verano pasado. Los laterales del camino estaban repletos de troncos calcinados y apilados, y en algunos puntos el camino había quedado destruido bajo el paso de las orugas de la maquinaria pesada que trabajó en la triste labor de arrancar estos árboles durante las lluvias del otoño e invierno. De verdad que daba pena contemplar esa desolación que me acompañó hasta el kilómetro 17 cuando, tras cuatro kilómetros de falso llano, se alcanzaba Santo Domingo de Silos.

La quietud y el silencio de algunos lugares hacen que te invada cierta sensación de intrusismo

Silos es un pequeño pueblo de 169 habitantes que vive, casi se podría afirmar, del turismo que genera el monasterio de Santo Domingo. Este monasterio es otro de los puntos importantes de la historia cidiana, puesto que Rodrigo Díaz y su esposa Doña Jimena dejaron parte de sus posesiones a este monasterio a modo de heredad. Cuando el Cid es desterrado, el monasterio todavía estaba en construcción. Es obvio que el conjunto actual no es tal cual se diseñó, pues a lo largo de los siglos ha sido reformado. Como curiosidad, decir que uno de los más célebres sonetos de la literatura española es el que compuso Gerardo Diego a su ciprés, y como propina me gustaría decir que Santo Domingo de Silos es el nombre del claustrofóbico y reaccionario colegio concertado en el que pasé toda mi niñez, así que algo de curiosidad tenía por verlo… aunque he de admitir que me invadió al entrar cierta sensación de intrusismo, así que me detuve poco.

Un arco de piedra franqueando el paso al extremo de un puente que vadea un río, pocas escenas pueden resultar más medievales

Tras abandonar Silos por un arco que conducía a un camino y dos kilómetros favorables, tocaba enfrentarse al impresionante paraje denominado La Yecla, que es una garganta profunda y estrecha que da paso a una subida de tres kilómetros. Es impresionante pasar por el túnel de 250 metros de largo y desembocar en el bello paisaje inundado por el sol al otro extremo. Lo que no tengo tan claro es si este tramo que me llevó por asfalto hasta Mamolar, donde me esperaba Esme, forma parte del track original o fue un atajo del creador del track que yo seguí, pues durante varios kilómetros dejé de ver la señalización de la Ruta del Cid. Sea como fuere, llegado a Mamolar pude dar fe de varias cosas: primero, que -aunque fatigado- estaba mejor de lo que me esperaba; segundo, que el clima había mejorado bastante respecto al día anterior, lo que me permitió llevar los manguitos bajados durante muchos momentos, además de no precisar perneras; tercero, que poder parar a mitad de ruta a comer y beber algo tranquilamente con tu pareja y tu perro hace que todo se vea más fácil. Así que, tras comprobar que los siguientes 28 kilómetros eran favorables a excepción de algunos repechos, pasados cincuenta minutos decidí seguir adelante.

La gran ventaja de viajar con tu casa de ruedas es que te puede esperar en cualquier punto del camino

Después de seis kilómetros siguiendo la carretera comarcal que atravesaba Mamolar (26 habitantes), el track se desviaba a la derecha para pasar por un bosquecillo en el que se perdía por momentos las huellas -que no el rastro- del camino, y por el que proliferaban los hitos que señalan el recorrido. El desnivel era favorable a excepción de un par de repechos cortos pero duros; el problema estuvo, en esta ocasión, en que la hierba que tapaba los surcos del camino estaba bastante mojada, obligando a ir con tacto al frenar. Además, en algunos pequeños tramos, las huellas de lo que parecían todoterrenos habían destrozado el camino, provocando rodadas de media rueda de bicicleta de 26 pulgadas de profundidad y obligando a echar pie a tierra en varias ocasiones. Una lástima que la acción de unos inconscientes degrade el entorno de tal manera.

La naturaleza es y siempre debería ser de todos, pero eso no significa que tengas derecho a destrozar tu parte

Volviendo a la misma carretera de antes de pasar al bosque, y con 43 kilómetros ya recorridos, llegué a Huerta de Rey (640 habitantes), a cuyo ayuntamiento pertenecen los dos siguientes núcleos por los que pasaría: Quintanarraya (135 habitantes) e Hinojar del Rey (51 habitantes). Ante mí se extendía una llanura de largas rectas que, por fin, presentaban una pista con poca piedra y bien compactada que permitía avanzar rápido gracias a su nulo desnivel. De todas formas, aunque el terreno era favorable y apenas me quedaban diez kilómetros (o media hora, como vine a decirme equivocadamente), decidí parar un momento a comer una barrita y tomarme un gel, porque, pese a que me había comido medio sándwich en Mamolar, hacía muchas horas desde que había desayunado y comenzaba a sentir algo de bajón. Y menos mal que lo hice, porque no, no iba a tardar apenas media hora en terminar. A partir de Quintanarraya, nada más dejar atrás el cementerio, me emboscó una primera rampa  hormigonada que, si bien era corta, me rejoneó las piernas a base de bien. Volvía la grava tras esa rampa, y al dejar atrás Hinojar del Rey comenzaron otros tres kilómetros en los que varias y sucesivas ondulaciones del terreno -una alcanzando un 14% de desnivel- me reventaron del todo. Por suerte, y como ya había comprobado en la etapa anterior, los últimos tres kilómetros de la etapa eran cuesta abajo, lo que me permitió llegar de una manera algo más digna a Alcubilla de Avellaneda, de 86 habitantes y situada ya en Soria. En este pequeño pueblo hay un palacio renacentista y una iglesia parroquial. Además, en su ermita, situada apenas a trescientos metros de donde pasamos la noche nosotros, se pueden ver estelas (representaciones en piedra) funerarias de origen romano. También la atravesaba una calzada romana, ya casi desaparecida por completo. Admito que apenas visitamos el pueblo, pues llegué lo suficientemente cansado como para que no me quedasen ganas de pasear. Había terminado las dos primeras etapas y me esperaba la tercera, la más larga con casi 67 kilómetros. ¿Qué pasaría al día siguiente?

Frente a la ermita de Alcubilla de Avellaneda

Ruta del Destierro #1

Etapa 1- Vivar del Cid – Covarrubias: 63,1 kms,  3 horas 55 minutos, 780 metros de desnivel acumulado

¿Sabéis qué diferencia Burgos de la costa de Granada? 25. Esos son los grados de diferencia que me encontré entre la última salida en bicicleta que hice antes de iniciar la Ruta del Destierro y el día en que debía comenzar esta ruta. Entre un viernes y un lunes pasé de que el Garmin me marcara unos (exagerados, bien es cierto) 35,8 grados a los apenas 10 de máxima que predecía la Aemet. Y no solo era la bajada de temperaturas -también he de decir que, aunque acusada, en las horas centrales del día tampoco provocaba que se estuviera mal en Burgos-, era el viento, que soplaba del norte. El caso es que 10 eran los grados que se preveían de máxima en las horas centrales del día, y aunque tampoco es que sea una ola de frío, es cierto que para alguien acostumbrado a las suaves temperaturas de la Costa Tropical es comparable a alistarse en la Guardia de la Noche. Y, aunque estaba prevenido contra esa bajada de temperaturas, algo me hizo pensar que lo mismo la AEMET exageraba y por ello me fui con ropa ciclista de entretiempoentretiempo Mediterráneo. ¿Resultado? Tuve que postponer un día el comienzo de la primera etapa y acercarme al Decathlon de Burgos a comprar ropa que me abrigase un poco más.

Por fin, un día más tarde de lo planeado y bien abrigado, bajé mi bicicleta del portabicis junto a la iglesia de Vivar del Cid y, tras las fotos de rigor para inmortalizar el inicio de mi primer viaje ciclofurgonetero, puse rumbo a la vecina capital burgalesa. Aunque antes debo dedicarle unas palabras a, no por diminuta menos hermosa, Vivar del Cid. La sensación que me dio es que encapsula gran parte de la idiosincrasia castellana, con su sobriedad, el estoicismo ante los embates del clima, lo abierto de sus paisajes… Y allí, en un entorno en el que apenas el asfaltado de las calles y los vehículos nos impiden trasladarnos a la Edad Media, encontramos los homenajes frecuentes a toda la mitología cidiana y la Legua 0 de nuestra ruta, el punto de inicio exacto del Camino del Cid. Desde aquí partimos y en apenas un kilómetro pasamos por Quintanilla-Vivar. En la actualidad, Quintanilla-Vivar forma el ayuntamiento que rige tanto las poblaciones de Quintanilla como la de Vivar, que suman entre ambos alrededor de 870 habitantes. Las bajas cifras de población en las diferentes localidades serán una constante a lo largo de toda la ruta, y nos harán comprender mejor a los urbanitas como yo el auténtico significado de la expresión España vaciada.

Desde Vivar del Cid dio comienzo, por fin, nuestra primera aventura ciclofurgonetera

Tras apenas dos kilómetros de ruta ya me había dado tiempo a despistarme en dos ocasiones del camino que debía seguir. La primera vez fue en una de las pocas y pequeñas calles de Quintanilla, donde el track cargado en el Bryton me llevó por un punto diferente al de la señalización oficial de la ruta, lo que, unido a la lentitud con la que gira la pantalla de este ciclocomputador provocó que me pasara el callejón por el que debía seguir. Este lag, unido al retraso propio que sufren las indicaciones en vivo de Komoot, provocaría que en cada una de las etapas se repitiera en varias ocasiones la toma errónea de caminos. La segunda vez que me despisté del camino ya corrió por mi cuenta, pues me confié en una bajada pensando que debía continuar recto, pese a que tanto la señalización del Camino -que no vi- como el track -al que no miré- indicaban un desvío a la derecha. También, en esos dos escasos dos kilómetros me di cuenta de que aunque el clima era fresco, había cometido el error de enfundarme numerosas capas.

La división oficial del track propuesta en la web www.caminodelcid.org sugería una primera etapa a modo de prólogo de apenas 12 kms entre Vivar del Cid y Burgos. Yo opté por seguir la edición del track que publicó en su perfil Álvaro Hernández, usuario y creador de colecciones de rutas en Komoot. A lo largo de los días me di cuenta de que seguir esta edición del track sería todo un acierto. No obstante, el motivo inicial de optar por el track de este usuario es porque me parecía un error comenzar con esa etapa propuesta por la web oficial. No le veo demasiado sentido a ese primer día de apenas 12 kms. Entiendo que la planificación de la web busca maximizar las estancias del turista en los establecimientos de hospedaje, pero considero más acertado que, si se quiere disfrutar de Burgos, se haga tranquilamente el día antes de comenzar el viaje a pedales, puesto que el tramo entre Quintanilla-Vivar y Burgos no tiene absolutamente nada reseñable. Son cinco primeros kilómetros de pistas seguidos de cerca de seis kilómetros más por carril bici bordeando polígonos industriales hasta entrar en Burgos por la parte oeste de la ciudad. Siendo sincero, y no queriendo que esto suene a crítica hacia el Consorcio encargado del Camino, más allá del hecho histórico de comenzar desde el mismo punto en el que arranca el Cantar, el tramo no tiene ningún interés en absoluto como para darle la importancia de convertirlo en una etapa de pleno derecho. Sumamos, además, que después tendremos que atravesar la ciudad de Burgos, que pese a contar con partes preciosas y retrotraernos al Cantar en zonas como el paso del río Arlanzón, no deja de ser una ciudad, con su tráfico. El resultado es que, en mi opinión, esos 12 kilómetros de la etapa previa es mejor anexarlos al arranque de la segunda etapa del track oficial, puesto que, además, a partir del kilómetro 15 comienza un tramo de subida constante hasta el 23, tramo al que nos tocará enfrentarnos fríos si lo afrontamos al comienzo de la segunda etapa propuesta por el Consorcio.

En aquel día en el puente que pasa el río Arlanzón júntanse muchos guerreros, mas de ciento quince son. Todos iban en demanda del buen Cid Campeador.

Sin embargo, tampoco hemos de pensar que ese tramo de ocho kilómetros sea duro de afrontar, al menos sobre el papel; su dureza se debe más a factores externos que a la inclinación del terreno. En mi caso, la dificultad fue debida más bien al viento que soplaba de costado y al primer encuentro con un problema que me acompañaría durante el resto de etapas: la abundante grava en algunos puntos del camino y lo roto de otros tramos debido al paso de la maquinaria agrícola. En cuanto a desniveles, el punto de porcentaje más alto apenas llega al 6%, y el terreno se aplana bastante al paso por Cortés, hasta que un par de kilómetros más adelante vuelve a ascender en otro repecho que nos conduce a una bajada desde la que alcanzaremos el Monasterio de San Pedro Cardeña. Este monasterio es otro de los puntos cardinales cidianos, pues en los primeros cientos de versos del Cantar se nos da cuenta de que es aquí donde Rodrigo Díaz deja a su esposa, Doña Jimena, y a sus hijas, encomendándole su manutención al Abad de San Pedro, Don Sancho (Sisebuto, en otras fuentes); al dejarlas a su cuidado, el Cid le dice al abad -después de entregarle cincuenta marcos que a su regreso serán cien más- aquello de que por cada moneda de más que el monasterio gastara por ellas, cuatro les devolvería. Un poco como la versión medieval de aquella canción de Estopa de un fiera que entraba en el bar invitando a todo el mundo. Además de esta aparición en el Cantar, tres años después de su muerte real, Rodrigo Díaz fue exhumado de su sepulcro en Valencia y conducido a este monasterio por orden de Doña Jimena, quien tuvo que abandonar Valencia y llevó consigo los restos de su esposo, cuyo cuerpo quedó embalsamado allí y sentado en el presbiterio. Las autoridades del monasterio avivaron el culto al Cid corriendo nuevas leyendas acerca de milagros realizados por su cadáver. De hecho, a las afueras del monasterio un monolito marca el lugar en el que la leyenda aseguró que aquel era el sitio de reposo eterno de Babieca. En el Cantar será desde San Pedro Cardeña donde el Cid parta, por fin, de tierras castellanas para adentrarse en el destierro, cubriendo en pocos versos lo que nosotros tardaremos varios días en recorrer.

Podría decirse que el Monasterio de San Pedro Cardeña es el centro neurálgico de la leyenda cidiana

Dejando atrás el monasterio por una carretera y pista en cuesta durante algo menos de dos kilómetros hay que continuar enfrentándonos a un camino que dificulta el avance por su firme, y en mi caso por el frío viento, que comenzará a ser más favorable cuando en un momento dado un giro a la derecha nos haga cambiar de camino y comencemos un suave descenso de alrededor de tres kilómetros que nos llevará hasta Modúbar de San Cibrián, pueblo atravesado por el camino y que en 2022 tenía una población de 63 habitantes. Pese a lo pequeño de su tamaño nos descubrirá otra de las constantes de este viaje: que cada pueblo, no importa lo pequeño que sea en la actualidad, cuenta con una iglesia preciosa, en este caso la Iglesia de San Pedro Apóstol.

Una de las cosas más impresionantes de este camino es comprobar el enorme patrimonio histórico con el que cuenta hasta el pueblo más pequeño. Aquí la iglesia de San Pedro Apóstol

A partir de aquí seguirá un terreno abierto trufado de subidas y bajadas de escaso desnivel que nos lleva por Quintanilla/Los Ausines hasta Cubillo del Campo. En Cubillo del Campo nos espera la mayor dificultad del día tras dejar el pueblo atrás y cruzar una carretera: un repecho que, pese a no llegar al kilómetro de longitud, pica lo suficiente por su inclinación como para que mis piernas, bastante cansadas ya tras batallar durante 45 kilómetros contra el viento y un firme que casi nunca permite rodar fácil a mi bicicleta -por no hablar de una preparación física mucho peor de lo que pensaba- dijeran basta y tuviera que echar pie a tierra pensando en no gastar fuerzas que puedo echar en falta en los kilómetros finales; las eché en falta de todas formas. En realidad, llegué prácticamente arriba del todo, me quedaron unas decenas de metros para coronar, por lo tanto, he de admitir que tampoco es un muro, precisamente. Fue, tal vez, falta de fuerza mental para aguantar, pues el repecho se veía desde varios cientos de metros atrás, junto a un hito que, no sé por qué, decidí no parar a fotografiar: la mayor espada Tizona del mundo, que con sus sesenta metros de longitud remarca la leyenda «Camino del Cid» escrita en piedra sobre la ladera. Sería lo impresionante de esta Tizona lo que magnificaría a los ojos el repecho, drenando mi fuerza de ánimo. El caso es que tampoco era para tanto, solo que yo estaba cansado de más, ya.

Al abandonar Cubillo del Campo nos espera la Tizona más grande del mundo. Foto tomada del la web www.caminodelcid.org

Aprovechando el pie a tierra decido comer una barrita de cereales y un gel, puesto que veo que me adentro en los 18 kilómetros finales y, viendo lo cansadas que llevo ya las piernas -hace años que no paso de 50 kilómetros del tirón-, temo que las fuerzas no me acompañen al final y me visite el del mazo. Otro de los problemas a los que me enfrentaré en las siguientes etapas es que el Bryton 420 no permite -hasta donde yo sé- consultar el perfil completo del track que se está siguiendo; tan solo permite visualizar el tramo más inmediato. Esto hace que información tan valiosa como la longitud de la siguiente ascensión, o cuántas ascensiones quedan por delante, sean imposibles de conseguir. Extraño en un aparato que te ofrece cientos de datos, en ocasiones poco relevantes. El caso es que de haber tenido ese perfil, habría visto que los siguientes 15 kilómetros eran, sobre el papel, un sencillo sube-baja. Infeliz de mí, calculé que me quedaban alrededor de 45 minutos de ruta, pero la grava del terreno y los continuos toboganes provocaron que sólo hasta la localidad de Mecerreyes, a 9 kilómetros, tardase más de media hora… teniendo en cuenta que el primer kilómetro y medio era descendiendo la ladera contraria del repecho que acababa de subir.

El Camino está tan plagado de iglesias que, al final, llegaremos incluso a perder la sensación de sorpresa que nos provocan. En la foto, la Iglesia de la Asunción en Quintanilla, los Ausines

Saliendo de Mecerreyes quedaba tan sólo afrontar unos últimos 6 kilómetros hasta Covarrubias, que fueron por carretera y se hicieron eternos, empleando otra media hora pese a que la mitad de ese tramo de carretera fue en bajada. Fueron varios los repechos que, por culpa de mi ausencia de fuerzas y preparación -y me había quedado sin agua, además- se fueron convirtiendo en puertos de montaña, con la cuenta atrás de distancia que incorpora el Bryton resistiéndose hasta la agonía en restar cada centenar de metros que faltaban. Aquí tengo que señalar otra de las grandes ideas de la edición del track realizada por Álvaro Hernández; y es que, como comprobaría al día siguiente, cada final de etapa estaba pensado para realizar los últimos dos o tres kilómetros cuesta abajo, y cada inicio de etapa se acometía en subida, con piernas más frescas… en teoría.

Allá donde se mire, Covarrubias muestra su legado medieval

Por lo pronto, en el precioso pueblo medieval de Covarrubias (alrededor de 55 habitantes) hay habilitada una zona de estacionamiento para autocaravanas, y allí me esperaba Esme para grabar el momento de mi desencajada llegada. Se agradece que los ayuntamientos habiliten este tipo de zonas de servicios, aunque en este caso apenas se podía rellenar y vaciar depósitos de aguas limpias y grises. Este hecho fue fatal de cara a la tercera etapa. Pero lo que es cierto es que tener un sitio donde poder aparcar la camper -y no éramos los únicos, llegué a contar 6 vehículos vivienda- permite visitar y disfrutar del precioso pueblo que es Covarrubias, ligado al otro héroe de la poesía medieval castellana, Fernán González, uno de los personajes clave en el incipiente reino de Castilla, durante el siglo X. Merece la pena pasear por las calles de Covarrubias y admirar su recogimiento medieval, sus murallas, su torreón… y una recomendación: no dejéis de comprar pan y productos típicos.