Microsoft y ¿uno de los peores errores de la historia?

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Mi historia con Windows

He de admitir que siempre he sido defensor del sistema operativo Windows. Cuando vivía en Madrid, mis amigos y yo teníamos una de esas discusiones recurrentes que con el paso del tiempo acaban convertidas más en costumbre irónica que en diferencia real. Mientras mis amigos, quienes a lo sumo tenían en algún caso un Iphone (ninguno tuvo nunca hasta donde yo sé un ordenador Mac), loaban las bondades de los productos Apple frente a cualquier alternativa, yo ejercía de abanderado único de Windows y defensor de Android. Pongo esto como contexto para que se entienda lo que significa para mí lo que voy a desarrollar en las siguientes líneas.

Antes de que nadie se me eche encima, voy a dejar claras dos cosas. Por un lado, no, no sé prácticamente nada de informática, así que lo que voy a escribir puede contener muchos errores por desconocimiento real de algunos aportes específicos. Por otro lado, voy a aclarar mi postura en el asunto Microsoft/Apple. Siempre que puedo trato de juzgar las cosas materiales por su uso. Por eso, y esto era lo que más les costaba comprender a mis amigos, cuando yo defendía el entorno Windows frente al ecosistema Mac lo hacía desde el punto de vista de las necesidades del usuario promedio. ¿Negaba yo que los dispositivos Apple fueran mejores? No. ¿Negaba yo que los dispositivos Apple funcionaran de manera más optimizada y estable frente a los requerimientos de Windows? No, pero siempre apuntaba que si se comparaban equipos Windows y Mac, debían ser equipos de gama y precio similares. ¿Consideraba que los productos Apple salen al mercado con una desmesurada carga apreciativa de marketing y diseño, redundando esto en una sobrepreciación injustificada? Absolutamente. Pero, sobre todo, en lo que se basaba mi argumentación era en el hecho de que la mayoría de personas usamos los ordenadores para tareas simples: ofimática, navegar por internet y para, por aquel entonces -pues os estoy hablando de hace quince, veinte años- ver el contenido que cada cual se bajase de emule y páginas de enlaces, en caso de usarlas (esto no es un alegato en pro de la piratería, que conste). Por eso, ni entonces ni ahora podré aceptar que un producto Apple sea el más adecuado para la inmensa mayoría de la gente, pues la relación entre necesidad real y el precio de estos dispositivos es desorbitada para la mayoría de usuarios. Sigo sosteniendo que hay un alto porcentaje de personas que se compran un producto Mac simple y llanamente por esnobismo, para diferenciarse del «rebaño»; y, por eso también considero que las tareas que realizan con ese ordenador las pueden realizar con cualquier otro producto más barato. Pero claro, entonces no tendrían un Apple. Por supuesto, la gente puede hacer con su dinero lo que le venga en gana. Y, por supuesto, en entornos profesionales en los que se requiere de un funcionamiento exhaustivo, claro que recomendaría un Apple. No dudo de que quien haga un verdadero uso profesional de su ordenador le sacará partido a un producto Apple, y contar con un equipo de esa marca supondrá una mejora en su productividad. Aunque tampoco significa que en los entornos profesionales sólo deban usarse productos Mac. Por ejemplo, para los requerimientos de mi trabajo particular, la traducción de libros, sigue siendo más que suficiente un ordenador Windows, y la relación entre coste y necesidades sigue haciendo de un ordenador Windows mejor opción. O así lo fue, hasta ahora.

El pecado de la soberbia

Mi ordenador (el principal, tengo dos) es un portátil Lenovo comprado en 2017. Sin ser de gama alta, tiene potencia más que de sobra para mis necesidades: en la actualidad cuenta con 16gb de memoria, tarjeta gráfica Nvidia Geforce dedicada, 1,5tb de almacenamiento repartidos en un SSD NVME y un SSD Sata… un ordenador que, sin ser una maravilla, me costó 600 euros en 2017 y funciona sobradamente bien en la actualidad para el uso que le doy. Por supuesto, no da jugar a los títulos más actuales, pero he podido disfrutar, por ejemplo, de todos los Tomb Raider hasta la actualidad, el NBA 2k21 o el European Truck Simulator. Incluso puedo emular la PS2, y no sé si podría hacerlo con la PS3, nunca lo intenté.

En definitiva, estoy hablando de un equipo con ocho años de antigüedad y Windows 10 perfectamente funcional que no tengo necesidad alguna de sustituir. Pero como sabréis muchos, hace un tiempo Microsoft decidió matar un buen sistema operativo (con sus fallos), como es Windows 10 y obligar a todos sus usuarios a migrar a Windows 11, un sistema operativo que no gusta tanto. Esto es algo que Microsoft siempre ha hecho: sacaba un sistema operativo que convivía un tiempo con el que ya tuviera en el mercado hasta que acababa matándolo; entonces, tú te instalabas el nuevo y seguías funcionando, aunque la experiencia fuera, tal vez, un poco peor según la potencia de tu equipo. La diferencia, en esta ocasión, es que la migración a Windows 11 debe cumplir con una serie de requisitos de hardware muy específicos para poder llevarse a cabo, en la forma de un diminuto chip soldado a la placa madre que comprado por separado en Aliexpress se encuentra por 7 euros y que, cuando me compré mi Lenovo, no era un chip de uso común, si es que existía. Por ese chip que podemos denominar de mierda, no puedo actualizar mi ordenador a Windows 11. Y como Microsoft ha decidido poner fin al soporte de Windows 10, tengo que sustituir mi ordenador de 600 euros, viéndome obligado a gastarme mi dinero y comprar otro ordenador cuando no lo necesito, por ese diminuto chip de mierda que como cliente final me costaría 7 euros, si pudiera soldarlo. Y todo esto sólo puede calificarse como una estafa y un abuso de posición dominante a nivel global por parte de Microsoft como se hayan visto pocas veces en la historia.

Podríamos hablar largo y tendido sobre el hecho de que, ya de por sí, Windows 11 es un sistema operativo peor que su predecesor. Llevo usando Windows desde el 3.11 y 95; aprendí realmente a usar un ordenador con el 98 y consolidé mi escaso conocimiento con XP; pasé de refilón por el 2000 y el Vista, disfruté de 7, me desconcerté brevemente con 8 y me he sentido en casa los últimos ocho años con Windows 10. Cada vez que hay un cambio de versión uno es consciente de que existe un periodo de adaptación a ese sistema; pero en el caso de Windows 11, que lo llevo usando tres años ya en otro equipo que tengo más nuevo pero de muchos menos recursos (un Chuwi Herobook Pro de 200 euros que compré para usarlo en la furgo cuando estamos de viaje y que ha sido el ordenador que he usado este año a diario durante el Máster que he realizado), me parece un sistema casi insoportable. Es lento, pesado al extremo, repleto de basura innecesaria para el usuario que provoca los dos puntos anteriores, poco intuitivo (aunque se supone que diseñado para lo contrario), se empeña en despistar a los usuarios, es intrusivo, se reinicia para instalar actualizaciones cuando le da la gana, tardando algunas en mi experiencia hasta más de media hora, y muchas de esas actualizaciones provocan nuevos problemas que provocan nuevos parches, en un bucle sin fin. Y todo ello sin hablar de su telemetría, que recaba datos de todo lo que hacemos con nuestro equipo; ese equipo que se supone que es nuestro pero que, en realidad, con este sistema operativo termina convertido en una herramienta de recolección de datos para Microsoft por la que, encima, hemos pagado.

Cosa nostra Microsoft

Por supuesto, ya hay quien ha diseñado maneras de circunvalar la obligatoriedad de tener instalado el famoso chip TPM 2.0 de 7 euros que hace que millones de equipos en todo el mundo vayan a quedar obsoletos en cuestión de 120 días según escribo estas líneas. Puede hacerse, por ejemplo, con la herramienta de creación de usbs booteables Rufus. Descargas una versión iso de Windows 11 desde la página de Microsoft, creas un USB de instalación con este programa Rufus, seleccionas que al instalarlo no verifique el hardware de tu equipo, lo instalas, compras una licencia -legal- y ya tienes Windows 11. Y puedo asegurar que el método funciona: yo mismo he creado una partición e instalado en mi Lenovo de 2017 el Windows 11 y, aparentemente, va bien. Así que, la realidad es que mi ordenador serviría para trabajar con Windows 11, podría moverlo con solvencia. Entonces, podréis decir que si realmente se puede instalar Windows 11 gracias a herramientas de terceros, ¿por qué me quejo tanto? Pues, por un lado, está el tema de que mi ordenador puede, reitero, funcionar con Windows 11 instalado; no hay necesidad real de cambiarlo por no tener un maldito chip de 7 euros, puesto que tiene capacidad suficiente como para gestionar ese sistema operativo. Por otro lado, en lo que es un ejercicio de abuso de poder por parte de Microsoft, parece que hay quienes reportan que diversas actualizaciones importantes pueden no instalarse puesto que las actualizaciones sí se cercioran de que tengas el maldito chip, con lo que o bien no se instalan y tu equipo queda vulnerable a los numerosos problemas de seguridad que se hayan encontrado hasta la actualización que tengas, o bien crean inestabilidades en el funcionamiento de un sistema operativo que ya de por sí no puede presumir de estabilidad. Pero incluso peor es el hecho de que, a la vez que te ponen trabas a que circunvales los requisitos de hardware con tu ordenador antiguo sin chip TPM 2.0, las últimas actualizaciones de Windows 10 están ralentizando el funcionamiento de este Sistema Operativo de manera deliberada, en un auténtico sabotaje mafioso por parte de Microsoft para que cambies tanto de sistema operativo como de ordenador porque patatas.

Pongamos un ejemplo furgonetero para ilustrar la situación, aunque sea un poco brutote. Imaginad que hace diez años os comprasteis una camper o autocaravana de cualquier fabricante. Tenéis la costumbre de ir al concesionario oficial a hacerle los mantenimientos y de un tiempo a esta parte, comenzáis a notar que el vehículo va funcionado peor tras cada mantenimiento. Un día se rompe algo, pongamos, el cierre centralizado. Regresáis al concesionario con el problema y el jefe de taller os dice «es que su modelo ya no se fabrica. Es un modelo con diez años y ahora tenemos este otro modelo. Usted tiene que cambiar de vehículo porque ya no arreglamos estos modelos antiguos». El ejemplo es bruto, pero ilustrativo, porque al igual que vosotros comprasteis en su día un vehículo al que un carrozador equipó con X elementos que elevaron su precio, quien compra un ordenador instala programas en ese ordenador, hace una inversión en software, como un antivirus, una suite de ofimática, juegos, e incluso puede que en un momento dado le haya aumentado la capacidad de disco duro, de memoria, etc (mi caso, por ejemplo). En ambos casos, se realiza una inversión posterior, inversión que ahora te obligan a dar por perdida. Por supuesto, me diréis que en el ejemplo que pongo de la camper o autocaravana, te vas a otro taller y te hace la reparación, y que en el caso del ordenador, las licencias te valen de un equipo a otro… ¡por supuesto! Pero, en el caso de las licencias, espero que te hayas guardado bien tu clave de producto, y en cuanto al tema de ir a otro mecánico… ¡el problema es que en informática no te puedes ir a otro mecánico! Fabricantes como Microsoft o Apple son los suministradores únicos del producto que te han vendido. Si ellos deciden que se acaba el soporte de dicho producto, el producto muere y quien lo siga usando lo hará bajo su propia responsabilidad. Y el agravante aquí, es que hacen que dependamos de ellos para nuestra propia seguridad.

¿Y si no me cambio?

¿Qué riesgos hay, realmente, si continuamos usando un Sistema Operativo sin soporte? Lo pondré de otra manera, ¿dejas la puerta de casa abierta cuando sales a la calle? Pensad en los usos que le dais a vuestro ordenador. Es muy probable que lo utilicéis para mirar las cuentas del banco. También es probable que tengáis información personal almacenada en el disco duro, en programas, correos electrónicos, fotos. Cuando en octubre Microsoft dé por terminado su soporte, todos estos datos quedarán a merced de que cualquiera desarrolle un software que explote alguna vulnerabilidad conocida (o todavía sin conocer) en Windows 10 y podrá acceder a vuestro ordenador. De por sí, eso ya es grave, pero es que no se trata tan sólo de vuestros datos como usuarios anónimos, es que son los de vuestro negocio, si sois autónomos o tenéis una pyme que suficiente tiene con sobrevivir día a día como para tener que renovar los x ordenadores que tiene. ¡Y todo esto, insisto, en equipos que, la gran mayoría de ellos, son 100% funcionales si no fuese por ese chip de 7 euros! Porque, además, la ironía de todo este asunto es que se presupone que el TPM 2.0 hace más seguro el Sistema Operativo, pero en este caso estamos hablando de un cachondeo de sistema que está repleto de vulnerabilidades. ¿Cómo puede poner Microsoft la excusa de la seguridad para no permitirnos actualizar a Windows 11 si nuestro ordenador no tiene soldado el TPM 2.0 a su placa pero a la vez son recurrentes los fallos de seguridad que se encuentran en este Sistema Operativo? Uno esperaría que, ya que todo parece girar en torno a la seguridad, Windows 11 no hubiera sido víctima de ciberataques ni se le hubieran encontrado vulnerabilidades porque, oye, funciona con un chip supermegahipersegurodeputamadre que lo mismo te protege de un hacker siberiano que te receta pastillas para el colesterol. En este punto, habrá que ver cuál es la reacción de la comunidad hacker, si optará por explotar las vulnerabilidades de Windows 10 (seguramente) o se centrará en tumbar Windows 11 como escarmiento a Microsoft.

Microsoft y el terrorismo ecológico

Pero la otra cara de esto, independientemente del abuso de poder que supone por parte de Microsoft, es el auténtico atentado ecológico que implica esta operación. Dejando a un lado el hecho de que Microsoft esté haciendo oídos sordos al clamor de los usuarios (como yo) que le están diciendo que no tienen necesidad alguna de cambiar de equipo porque el suyo es más que suficiente para su uso, tenemos el problema de qué va a pasar con ese número abrumador de equipos (funcionales, insisto) que van a quedar desprotegidos y, en la práctica, inutilizados. Según datos de principios de este año la cifra de dispositivos que todavía funcionan con Windows 10 varía, dependiendo de las fuentes, entre los 400 y los 1000 millones. Medios como Computer Hoy recogen que el portal Statcounter cifraba en mayo de 2025 en un 53.19% el porcentaje de equipos de escritorio de entorno Microsoft que siguen utilizando Windows 10, frente a un 43.22% utilizando Windows 11. Es evidente que estos datos reflejan un pulso de los usuarios por todo este asunto, y que hay un porcentaje de usuarios que le están diciendo a Microsoft que prefieren el funcionamiento de su producto antiguo; y en un ejercicio de desmedida ausencia de respeto por las opiniones de sus clientes, Microsoft no sólo está negándose a aceptar -ni tan siquiera escuchar- los deseos de su base de usuarios, sino que se niega además en redondo a tan siquiera reflexionar sobre cuál es el motivo de esto. Microsoft es un burro con las orejeras puestas avanzando hacia el precipicio. Como agravante, lo que reflejan las estadísticas apuntadas es que, como Microsoft no cambie su política abusiva, un porcentaje que ronda el 50% de los equipos que siguen funcionando bajo entorno Windows a esa fecha es probable que se queden sin soporte y acaben, antes o después, en la basura . Pongamos que la cifra de equipos con Windows 10 ronda los 600 millones; asumamos que si todavía no han actualizado a Windows 11 es porque su hardware no lo permite; y vamos a ponerle a estos 600 millones de dispositivos un precio medio de adquisición de 450 euros por equipo, para ajustar el hecho de que normalmente estas cosas siempre suelen afectar a los más vulnerables, puesto que quien se compra ordenadores de gama alta suele contar con una posición económica desahogada que le permite renovar su ordenador con menor trastorno… ¡estamos hablando de 270 mil millones de euros que la sociedad de todo el mundo va a verse obligada a tirar prematuramente a la basura! Y eso son componentes informáticos que habrá que procesar para su reciclaje, con el coste que esto conlleva. En una sociedad que intenta, en teoría, volverse cada vez más verde y ecológica, resulta desconcertante que una empresa pueda tomar esta decisión unilateralmente sin enfrentarse a ninguna consecuencia por ello. Todos estos son componentes electrónicos con un alto impacto ambiental tanto en su fabricación (en torno a los 400 kilos de co2 por ordenador) como en su reciclaje. ¿De verdad que no hay ninguna administración que no vea que esto es terrorismo tanto desde el punto de vista ecológico como desde el punto de vista industrial y económico?

Consejos vendo que para mí no tengo

En un ejercicio de cinismo superlativo, desde Microsoft sugieren que para evitar este atentado ecológico los ciudadanos afectados por esta problemática del chip TPM 2.0 donemos nuestros equipos a la beneficencia, que se los demos a los pobres. En otras palabras, desde una de las empresas de mayor valor bursátil a nivel mundial nos están animando a donarle nuestra inversión a otros con peor suerte que nosotros para seguir haciendo rica a esta empresa. Pero esto tiene también una segunda lectura: si hacemos eso, Microsoft va a seguir sin dar soporte de seguridad a Windows 10… ¿nos está diciendo Microsoft que a sus cabezas pensantes les da igual la seguridad de las personas que, como no tienen recursos para comprarse un ordenador con Windows 11, deban quedarse o reciban donado un equipo con Windows 10? Son pobres, ¿no? ¡Qué más nos da en Microsoft lo que les pase! Tal vez en sus cabezas la carta de la filantropía sonó cojonuda, pero oye, ¿y por qué no ejercéis vosotros un poco de esa bonhomía y o bien ampliáis el soporte gratuito de Windows 10 o elimináis el requerimiento del TPM 2.0 para la instalación de Windows 11? Consejos vendo…

¿Y Europa qué, otra vez campeón de a verlas venir?

En todo este esperpento encabezado por Microsoft toca señalar a una serie de cómplices necesarios, beneficiarios solidarios de todo este atropello. Por un lado, los fabricantes deben de estar encantados. Como ya he dicho, la diferencia con la extinción del soporte de otras versiones de Windows era que la nueva versión permitía su instalación en el mismo equipo, tal vez precisando de alguna actualización parcial de componentes. En este caso hablamos de la placa base, con lo que en los equipos portátiles la renovación total del equipo es obligatoria (por culpa de un chip que cuesta 7 euros, repitamos). Por otro lado, me resulta curioso el papel de las administraciones, al menos en lugares como la Unión Europea. Yo entiendo que en China estas cosas dan más o menos igual, pues allí seguirán fabricando equipos para el resto del mundo que quiera seguir bajo los caprichos de los Microsoft y Apple de turno y tienen un Sistema Operativo estatal propio basado en Linux que les dota de autonomía; Huawei ya está lanzando su propia distribución de Linux, también. Pero ¿y la Europa ecológicamente comprometida y garante contra las prácticas abusivas y monopolistas? Como ya he apuntado antes, uno de los problemas de todo esto es el impacto ambiental que tiene la retirada prematura de componentes informáticos. No consigo comprender cómo en una unión mercantil y administrativa que presume de estar a la vanguardia de las políticas ambientales y de libre mercado -una cosa es el mercado y otra ser un imbécil con papada y una motosierra- se puede permitir un abuso como este. Primero porque todo esto parte de la decisión unilateral de una empresa que casi monopoliza el mercado con una cuota cercana al 75%. Segundo, porque resulta complicado de comprender que mientras se incentivan políticas verdes basadas en la sostenibilidad en otras áreas económicas, se permita que varios millones de equipos informáticos sobradamente funcionales queden obsoletos mucho antes de lo que sus capacidades permitirían. Además, se supone que hay una serie de leyes europeas para perseguir la obsolescencia, y si no consideran esto obsolescencia programada no sé dónde la van a buscar. Sinceramente, está muy bien obligar a todos los fabricantes de móviles a usar el mismo tipo de cargador y ese tipo de cosas, pero prefiero gastarme 15-20 euros en un cargador nuevo cada vez que me compro un móvil a tener que gastarme 600 o 700 porque a un fabricante de software le da la gana que sustituya mi equipo completamente funcional. Claro que a lo mejor acabo de dar una buena pista, puesto que los ingresos por vía impositiva que genera el reemplazo de un ordenador son mucho mayores. Soy de los que piensan que, en industrias como la automotriz, alargar la vida útil de un vehículo durante 20-25 años contamina menos que sustituir en tres ocasiones ese vehículo por uno que emita diez gramos menos de co2 cada 100 kms. De hecho, en cuanto a vehículos de recreo como puedan ser una furgo cámper, me encantaría que existieran leyes para facilitar darle una segunda vida a los vehículos industriales reconvirtiéndolos en vehículos de este tipo. Pero estamos en lo mismo: a nivel de ingresos, para los estados miembros de la UE resulta mucho más ventajoso que se sustituya un vehículo que alargar su vida. Así que, ya sea en el caso de la automoción, de los componentes informáticos u otros casos, queda claro que la bandera de la sostenibilidad se enarbola defendiendo unos intereses que difieren de la puesta en escena real de los mismos.

¿Un error gigantesco?

Con todo lo contado, creo sinceramente que Microsoft ha cometido un error que podemos calificar de histórico. Esta decisión, con la reacción que se está viviendo, podría terminar asemejándose a decisiones históricas como el rechazo de Coca-Cola a acabar con Pepsi cuando pudo. Los datos, a 120 días del fin del soporte, así lo sugieren, al menos. Porque todo está sucediendo en un momento en el que es un secreto a voces que Microsoft anunciará muy pronto el lanzamiento de Windows 12, que ahondará todavía más en el uso de la inteligencia artificial, demandando equipos todavía más potentes y caros. Y, además, se habla de que la jugada del requerimiento limitante del hardware para la actualización podría repetirse. Hace un par de meses, hablando con mi hermano ya le dije que no me iba a arriesgar a comprar un equipo nuevo para poder usar Windows 11 cuando no se sabía lo que podía tardar Microsoft en anunciar un hipotético Windows 12 con requisitos que me volvieran a poner en el mismo brete. Y parece que acerté, pues se da por sentado que Windows 12 precisará de entre 16 y 32 gigas de memoria y un procesador neuronal. En la actualidad, portátiles MSI con este tipo de procesador se mueven en torno a los 1.600 euros, aunque es evidente que para cuando desaparezca el soporte de Windows 11 (¿2030?) lo normal sea que su precio sea significativamente menor.

Por otro lado, el hastío del público con Microsoft llega en un momento que podemos calificar como óptimo para los sistemas operativos de código abierto como las distribuciones GNU Linux. Recordemos que la cuota de mercado de los dispositivos Os X y MacOs es de alrededor de un 15%, frente al 70% de Windows y el 4,5 de Linux, según Statcounter. En su mejor momento, en 2023, cuando ya era conocido el fin de soporte de W10, OS X llegó a tener un 21% de cuota. Desde entonces, su uso (combinado con el de MacOS) ha caído en un 6%. Esto sugiere que la gente descarta dejar Windows para pasarse a Mac, con lo que quedan las opciones de Linux y Chrome Os. Ambas se mueven por debajo del 5% de uso (en entornos de escritorio, recordemos) y se mantienen estables. No obstante, me parece percibir que la gente comienza a perderle el miedo a Linux, pues los desarrolladores llevan mucho tiempo puliendo sus sistemas hasta el punto de haber conseguido distribuciones como Linux Mint, Ubuntu, CachyOS o Zorin que son visualmente preciosas y, sobre todo, muy simples de aprender a utilizar para aquellos que venimos de entorno Windows. Incluso en el apartado juegos, Steam OS y otras distribuciones como Garuda, Nobara o POP OS han conseguido que sea posible jugar la inmensa mayoría de juegos desarrollados para Windows. Si tenemos en cuenta por un lado la innegable realidad de la piratería informática y los riesgos que esta supone, y por otro lado nos encontramos la posibilidad de instalar Sistemas Operativos más ligeros, seguros, de mayor privacidad, que requieren de una curva de aprendizaje pequeña y que, además y sobre todo, son gratuitos y ofrecen programas de gran calidad -gratuitos, igualmente-, insisto en que podríamos estar asistiendo a uno de los mayores errores empresariales de la historia.

Es evidente que Microsoft tiene la ventaja de ser el sistema instalado por defecto en la mayoría de ordenadores, pero también me parece que los cambios precisan de algo que los ponga en movimiento para realizarse. Y existe la posibilidad de que el descontento de la gente con la migración forzosa a Windows 11 acabe cristalizando en un impulso a las distribuciones Linux. A fin de cuentas, los usuarios tendrán que hacer algo cuando llegue el fin de soporte a Windows 10 en octubre. La Unión Europea ha anunciado su paso al entorno Linux con un sistema operativo con el que se pretende unificar la administración de todos los países miembros, a la vez que se ahorran miles de millones de euros en licencias tanto de Windows como de Office (y Adobe), reduciendo también, se entiende, los requisitos de de hardware, alargando la vida de los equipos y periféricos que se utilizan ahora mismo. No obstante, creo que esto de EU Os hay que cogerlo con pinzas, puesto que tampoco me extrañaría que fuese, más bien, un brindis al sol por parte de Bruselas con la excusa de la guerra arancelaria con EEUU como estrategia para obligar a Microsoft a negociar una rebaja del precio de las licencias para las administraciones, y no tanto una intención real. Ya hubo intentos de migrar la administración al software libre y las distribuciones Linux con la vista puesta en el ahorro en licencias, como sucedió en Andalucía, Extremadura, ayuntamientos como el de Múnich y servicios como la gendarmería francesa. De todos estos, algunos cayeron en el olvido, aunque otros, como el de la Gendarmería, siguen plenamente funcionales. Dinamarca acaba de anunciar un estudio en el 50% de su administración para cerciorarse de la viabilidad del paso a entorno Linux y software gratuito Libre Office. Sería incluso un ejercicio de sana democracia que los gobiernos europeos declarasen el gasto que le supone a las arcas de cada estado y a las de la propia UE mantenerse dentro del entorno Microsoft y que nos expliquen a los ciudadanos, que a fin de cuentas somos quienes pagamos, por qué no se invierte en formación del funcionariado público una parte del ahorro que se conseguiría con una migración masiva a Linux y se destina el resto del ahorro en licencias a otros menesteres públicos. La formación al funcionariado no hay que hacerla más que una vez, pero todos los años se renuevan licencias de Windows y Office.

Si de verdad la UE diese el paso, podríamos presenciar la caída de un gigante, o al menos su debilitamiento. El ejemplo de la UE (y de China, recordemos), podría poner en marcha una revolución a nivel mundial. No se trata simplemente de acabar con las licencias de Windows y de Office. Si la administración abraza el entorno Linux muchos fabricantes de software privativo que, como Adobe, se niegan a desarrollar sus productos para Linux con la excusa de la escasa cuota de mercado y la naturaleza del usuario Linux, podrían verse obligados a sacar versiones de su software que funcionasen en ese entorno. Al final, la documentación deberá seguir circulando, y si la administración no puede abrir la documentación que se le envía por estar en un formato de un programa que sólo funciona con Windows (aunque el software típico de Linux puede abrir casi siempre los formatos del software privativo), el usuario demandará que la empresa desarrolladora del programa cuya licencia posee realice una versión para Linux; y el desarrollador deberá hacerlo… porque es probable que la comunidad Linux tenga ya su propio software equivalente gratuito.

No podemos saber con seguridad qué sucederá. Lo normal es que los usuarios acaben cediendo ante el abuso de poder de Microsoft. Es probable que haya una gran parte de usuarios que opten por mantenerse en Windows 10 pese a la inseguridad, confiando en instalar un antivirus, y realizando la migración a Windows 11 cuando no les quede más remedio por tener que cambiar de equipo. Pero insisto en que esta es una partida que se va a jugar durante los próximos años, pues no debemos olvidar que habrá una repetición de esta jugada cuando Microsoft fuerce a la adopción de Windows 12. Puede también que haya gente que, como yo, decida probar el cambio a Linux, y una vez esta gente sea consciente de las ventajas de esta migración, empiece a correr la voz. Os puedo asegurar que mi ordenador actual, ese que no tiene el chip TPM 2.0, vuela con Linux Mint; es cierto que uno de mis programas de trabajo no tiene versión Linux y tampoco se puede emular, pero sí puedo instalarlo en una máquina virtual dentro de mi Linux Mint. En cuanto a mi otro ordenador, el Chuwi Herobook Pro, imaginad lo mal que me funciona con Windows 11 (lo traía preinstalado) si incluso noto que en algunas ocasiones le cuesta mover Linux Mint versión Cinnamon. Pese a todo, sigue siendo un ordenador plenamente funcional a la hora de realizar tareas domésticas e incluso la edición de algún vídeo corto para redes sociales bajo el entorno Linux, cosa que con Windows 11 no puedo hacer de ninguna manera. Lo único que sé es que no tengo ninguna necesidad (ni posibilidad) de cambiar de ordenador porque una empresa de EEUU haya decidido que debo hacerlo. Estamos ante un momento que puede resultar definitorio para el futuro de la informática de consumo. Si la balanza se decanta por la soberbia de una gran corporación o si esta soberbia acaba resultando en un cambio de paradigma es algo que sólo el tiempo nos dirá.

Ruta del Destierro #5

Etapa 5: Berlanga de Duero – Atienza

52,9 kms, 3 horas 23 minutos, 1470 metros de desnivel acumulado.

Supongo que no soy el único que idealiza el final de cierto tipo de viajes como una experiencia casi catártica, ese momento en el que confluyen el gozo de alcanzar una meta por la que te has esforzado, con la satisfacción por el reto superado; el orgullo de sobreponerse a los reveses encontrados, con el momento en el que se pone punto y final a una idea que surgió quién sabe cuánto tiempo atrás. Desde luego, eso es lo que supongo que deben de sentir los peregrinos del Camino de Santiago cuando alcanzan el Monte do Gozo; o un poco más tarde, al encontrarse frente al pórtico de la Gloria. O eso es lo que creí ver el año pasado en el semblante de un ciclista, cuando miré a esa fachada invadido por la decepción de no ser yo quien había llegado hasta allí en bicicleta. Recuerdo verlo sentado en el suelo, ligeramente apoyado sobre la bicicleta, las piernas flexionadas y una mano asiendo la muñeca contraria por delante de sus rodillas, la mirada fija en el monumento que se erigía frente a él. Meditabundo, en sus ojos parecía estar rememorando los momentos que le habían llevado hasta allí, con esa satisfacción en el semblante de quien sabe que ha conseguido lo que se proponía. Todo lo contrario de lo que me sucedió a mí al llegar a Atienza terminando la Ruta del Destierro.

He de ser justo: no es lo mismo hacer el Camino de Santiago, que te puede tomar alrededor de quince etapas, que hacer la Ruta del Destierro, que se hace en cinco; incluso en alguna etapa menos, si tu estado de forma te permite afrontar jornadas de 75 kilómetros. Está claro que el desafío físico es mucho menor, y si quisiéramos comparar, deberíamos hacerlo teniendo en cuenta el Camino del Cid en su totalidad, no solo uno de los itinerarios que lo componen. Sin contar que, en mi caso, me salté una etapa, además. Pero ya no es solo que la diferencia de volumen le quitase cierto componente de épica al asunto, es que la quinta y última etapa llegó a provocarme cierto aborrecimiento al viaje. Sobre todo durante los últimos kilómetros.

Lo más curioso de todo es que el arranque de la etapa apuntaba a lo contrario, a que aquel iba a ser un día glorioso. El perfil dejaba bastante claro que los primeros 25 kilómetros eran en ascenso casi constante, interrumpidos por algún tramo ligeramente favorable al principio. Se pasaba desde el punto más bajo del día, a 975 metros de altitud, hasta los 1384 metros en el kilómetro 23. Apenas son 450 metros de diferencia, un simple cálculo (diferencia de altura en metros x 100 dividido por metros en los que se extiende el desnivel, o lo que es lo mismo en este caso: 450 x 100 dividido entre 22900) nos daría un desnivel medio de 1,9%. Vamos, que picaba para arriba, sí, pero tampoco tan duro como podría parecer en el perfil. Sin embargo, ese desnivel no era constante, sino que a pequeñas subidas de un desnivel que en alguna ocasión llegó a los dobles dígitos, le seguían tramos más llanos. En el fondo, no dejaba de ser la constante de todos los días anteriores. Pero cuando hablamos de esa constante, hay que tener en cuenta la gran cuestión definitoria de este viaje, el terreno.

Nada más salir de Berlanga de Duero había un primer repecho seguido de su correspondiente bajada que terminaba justo en la entrada de un pequeño bosque. Y ahí fue donde se complicó el terreno y entré en la parte más épica y, desde luego, la parte más bonita de todo el viaje. En este bosque el camino se convertía en un sendero de hierba y piedras, ralentizando el avance puesto que, a lo mejor, el desnivel de un tramo podía estar en un 3%, pero el terreno te obligaba a remontar y navegar por encima de las piedras y rocas que conformaban el camino. Esto se traducía, a su vez, en que la velocidad de avance ni tan siquiera alcanzaba los 10 kms/h. Si le unimos también la fatiga que llevaba del resto de etapas y lo mal que duermo en la furgo, lo dejaremos en que tampoco me encontraba pletórico, convirtiendo aquello, una vez más, en tratar de avanzar poco a poco y sobrevivir como pudiera. En un momento en el que tuve que echar pie a tierra tras quedarme encallado al no poder remontar una piedra, le envié un whatsapp a Esme con la advertencia de que, al ritmo que avanzaba, no tenía ni idea de cuánto podía tardar. Y es que tras cincuenta minutos apenas había avanzado nueve kilómetros. Eso sí, me encontraba en la parte más bella por la que había pasado en los últimos días, un tramo que me recordaba a esa bicicleta de montaña de la vieja escuela que tanto me gustó en su día, avanzando por estrechos senderos, entre piedras y muretes que apenas te dejan espacio para progresar, con la vegetación rozando tus flancos, perdido en mitad de quién sabe qué lugar de la naturaleza. Era pleno gozo dentro del sufrimiento que suponía avanzar. Estaba pletórico, exultante, pensando que si toda la etapa final iba a ser así, bien había merecido la pena esta experiencia. ¡Qué poco duró!

Y es que, apenas unos cientos de metros después de haber enviado ese whatsapp abandonaba aquel bosque y el espacio comenzaba a abrirse en amplios páramos. Unos cientos de metros de carretera me condujeron hasta el pueblo de Brías, que pese a contar con un buen número de edificaciones, apenas afirma tener 17 habitantes registrados. En el pueblo hay una gran iglesia barroca de finales del siglo XVII y un palacio renacentista. Dejándolo atrás, apenas un par de kilómetros después llegaba a Abanco, pueblo en el que los últimos registros anunciaban que apenas contaba con un único habitante. Resulta complicado describir la sensación que deja enterarte a posteriori de estos números, sobre todo teniendo en cuenta que incluso un núcleo que a todas luces debía resultar pequeño en sus tiempos de esplendor, cuenta con una imponente iglesia, la de San Pedro Apostol, que para nada es medieval, pues se terminó de construir en el siglo XVIII. ¿Cómo pasan, sitios así, de recibir la financiación suficiente como para levantar una iglesia de ese porte a contar apenas trescientos años después con un solo habitante registrado? Esa es una de las caras más bonitas de iniciativas como el Camino del Cid, que devuelven la vida, aunque sea momentánea, a sitios como este. 

 

Por mi parte, viendo que tras una hora y cuarto apenas había cubierto 15 kilómetros y que ya había tenido que tirar del bidón de agua más de la cuenta, decidí parar a rellenar en la fuente que había a la salida del pueblo. Quiso la casualidad que allí se encontrara otro ciclista que también estaba realizando la ruta, solo que en sentido contrario. Comenzamos a hablar y me hizo una enorme gracia cuando este compañero comenzó a quejarse con amargura del estado del firme. Me contó que no había salido de Atienza, que era a donde yo me dirigía, sino de un pueblo cercano, que llevaba varias horas pedaleando y que su intención era llegar a Burgo de Osma antes de comer, pero que el estado del firme le había ido retrasando y drenando las fuerzas, que había metido bastante presión en las ruedas porque esperaba que todo fuese pista compacta y rodadora pero que, sin embargo, todo eran piedras sueltas que se le iban clavando y estaba loco por llegar a alguna carretera para continuar por asfalto. Me hizo gracia porque su relato de una sola etapa confirmaba la causa de las mayores penurias que pasé yo durante las tres etapas que había completado hasta ese momento. Nos dimos unas indicaciones de lo que nos esperaba mutuamente y me advirtió de que había un tramo de subida hormigonada del veintitantos por ciento. ¡Madre mía, lo que puede cambiar la percepción de un perfil de Komoot respecto a la realidad! A mí no me aparecía ninguna subida tan dura en el perfil…

Tras despedirnos, continué adelante por la misma pista, que tras apenas tres kilómetros me dejaba en un páramo desolado en el que la subida comenzaba a endurecerse, llegando a los dobles dígitos. A esto hay que unir que, de repente, el cielo se nubló y comenzó a soplar un viento que, sin ser excesivo, resultaba bastante molesto. Al alcanzar la carretera este viento me daba por completo de cara. Sería la primera ocasión en esta jornada en la que pensaba que el espíritu de Rodrigo pretendía no dejarme salir de sus tierras. Acabé rozando los 1400 metros de altura tras 23 kilómetros recorridos desde que saliera de Berlanga de Duero y casi dos horas de ruta; y después de un par de kilómetros de viento de cara que me resultaron agónicos, tanto psicológica como físicamente, pues rondaban en todo momento los dobles dígitos de desnivel. La verdad es que los números tenían muy mala pinta. Era cierto que llevaba más de un 40% de la ruta del día y que el grueso de la subida ya lo había superado, pero recordando cómo habían sido las etapas anteriores y lo que me había dicho este hombre en Abanco, tampoco me daba la sensación de que el terreno supuestamente más favorable que debía de esperarme en pocos kilómetros me permitiera avanzar con facilidad. Menos mal, eso sí, que en ese punto la carretera volvía a poner rumbo sur, con lo que el viento ya no venía de cara, y comenzaba una bajada de cuatro kilómetros que me llevaba a Retortillo de Soria, donde, pese a que registra apenas 85 habitantes, las fechas vacacionales lo habían llenado de vida.

Retortillo está enclavado junto a la Sierra de Miedes, que es por donde el Cantar dice que el Cid entró en Guadalajara al noveno día de su destierro. Por tanto, era villa fronteriza, lo que queda patente en su perímetro amurallado, que cobija una iglesia gótica. Esta iglesia se erige junto a una de las puertas amuralladas que se conservan. Ahí es donde, agotado, decidí parar y sentarme en un banco a devorar las barritas que llevaba de comida. Había cubierto 27 de 52 kilómetros y, observando el track, me esperaban, todavía, una subida para cruzar de Castilla a Castilla y luego una nueva subida corta con la que desembocaría en Atienza. Entre ambas el terreno era, en teoría, favorable… pero ya me conocía yo cómo se las gasta este Camino. Frente a mí, mientras comía barritas energéticas en aquel banco, arrancaba una subida por carretera que yo intuía que me traería de vuelta el sino funesto del ciclista: subida dura y laaaaarga; así que decidí tirar de gel antes de lo que había acostumbrado. El caso es que me equivocaba, y al volver a subirme a la bicicleta y reemprender la marcha me di cuenta de que el track me llevaba por otro sitio a mis espaldas. ¡Aleluya! ¡Me he librado de la subida! ¿Me había librado? ¿Qué es eso? ¡No me jodas que tengo que tirar por ahí? Y es que, si recordáis la subida hormigonada del veintitantos por ciento que me había dicho el compañero que me encontré en la fuente unos kilómetros atrás, este era el punto en el que me esperaba dicha subida, agazapada para sorprenderme con la guardia baja. El inicio no es que fuera tampoco exagerado, pero no tardaba en acentuarse hasta llegar a un punto en el que sí, debía de alcanzar al menos el 20%. La verdad es que no lo puedo asegurar, porque cuando vi que aquello alcanzaba el 16%, cansado como estaba y bastante tocado moralmente, amén de no poder asegurar tampoco cuánto más me iba a engañar el perfil de la etapa decidí, para no quedarme sin fuerzas, bajarme de la bicicleta y seguir a pie. Eso sí, tengo que admitir que 500 metros, como había dicho el colega, eso no tenía. En todo caso el total de este Kapelmuur serían 500 metros, pero la parte de mayor porcentaje no creo ni que llegase al centenar de metros. Ahora, a toro pasado, puede parecer ventajista decirlo, pero creo que si hubiera apretado los dientes y lo hubiera intentado, habría conseguido subir aquello, porque creo que me dejé vencer más por el miedo escénico del comentario del hombre este de la fuente que otra cosa.

Después de subir de nuevo sobre el sillín, el camino acababa desembocando en, ¡oh, sorpresa! la misma carretera que había visualizado mientras me comía las barritas. No estoy muy seguro de que el ascenso por asfalto hubiera sido menos acusado, porque al final la altura alcanzada era la misma y me da la sensación de que el tramo por la carretera cubría una distancia menor, con lo que lo más seguro es que incluso el desnivel fuera más abrupto en la carretera. El caso es que esos estaban siendo los últimos centenares de metros que recorría por Castilla y León, puesto que menos de dos kilómetros después entraba en Castilla la Mancha y la provincia de Guadalajara, coronando el Alto de la Carrascosa, a 1.380 metros de altura, apenas ochocientos metros después. Tras esta cima llegaba, por fin, la bajada, que aunque yo no me fiaba de que no fuera a sacarme de la carretera y a meterme por algún camino quebrado que no me permitiera avanzar ni descansar, lo cierto es que me permitió quitarle ocho kilómetros a la ruta en un santiamén y bajar desde los 1380 metros hasta los 1080, mientras dejaba detrás Miedes de Atienza. Este pueblo, que en la actualidad cuenta con sólo 54 habitantes, cuenta con su obligatoria iglesia monumental, aunque construida, como en el caso de pueblos anteriores, en el siglo XVIII. Insisto en que todo esto eran las tierras de Frontera en tiempos del Cid, y tal vez es por ese carácter fronterizo por lo que las iglesias que se conservan son modernas y no medievales. De hecho, según el Cantar del Mío Cid esto ya era territorio musulmán en el siglo XI.

Es curioso lo mucho que me había cambiado la cara en apenas veinte minutos, de estar penando y pensando en todo lo que me quedaba a que, en un santiamén, apenas me quedaran diez kilómetros por recorrer cuando alcancé Romanillos de Atienza. La despoblación continúa golpeando fuerte en este pueblo que apenas tiene censados 32 parroquianos. Pero aquí sí, la iglesia, de San Andrés Apóstol, es medieval. Del siglo XIII, concretamente, aunque ha sido remodelada durante los siglos posteriores. Aunque no es el único vestigio histórico que queda en el pueblo, puesto que en el término municipal pasan los restos de la calzada romana que iba desde Segovia a Tiermes.

Como digo, la cara me había cambiado bastante durante el descenso. Sería porque en esta ocasión le había dado más tiempo al gel energético para hacerme efecto, o sería por estar ya a apenas diez kilómetros, el caso es que me sentía fuerte. Sin embargo, y aunque entre Miedes y Romanillos el firme se había presentado en bastante buen estado, al salir de Romanillos me esperaba un camino prácticamente recto durante seis kilómetros que iba ascendiendo hasta remontar algo más de cien metros. Cien metros en seis kilómetros no es nada, que conste, pero el grueso de la ascensión estaba metido en la mitad de esos tres kilómetros, y aunque sigue sin ser un desnivel remarcable, aquel tramo se convirtió en el más pestoso de las cuatro etapas que había realizado. Si hasta entonces todos los días me había encontrado un firme que no permitía a las ruedas de la bicicleta rodar libremente, lo que me encontré en esos kilómetros superó todo lo visto antes. Era como rodar por una playa de guijarros muy pequeños. Sumando, además, que cuando desaparecían los guijarros comenzaban bancos de arena de esos en los que se te hunde la bici. Basta el dato de que desde Romanillos hasta Atienza tardé 56 minutos, para cubrir apenas 9700 metros, siendo casi 4000 de esos metros en ligera bajada, un poco más acentuada al salir de un minúsculo bosque que atravesé y que estaba justo frente a Atienza. En una de esas bajadas, en el kilómetro 45, alcancé algo de velocidad justo antes de adentrarme de lleno en un banco de arena que acabó deteniendo mi bicicleta. Tal era el banco de arena que, tras bajarme de la bici, esta se había quedado de pie. Parecía que el espíritu del Cid pusiera todo de su parte para no dejarme marchar, que quisiera que me quedase entre sus huestes. Todo este lento rodar dantesco lo único que consiguió fue que creciera más y más la sensación de hartazgo que tenía por esta ruta. Cuando finalmente salí del bosquecillo, arrancó una última bajada que me dejó a los pies de Atienza, a la que ahora tocaba ascender, pues ya sabemos que, en el ciclismo todo lo que baja, sube, y todo lo que sube, sigue subiendo. Último esfuerzo ya, por fin. Y última tortura, porque pasar ascendiendo por delante de esos asadores que tienen en ese pueblo, con el olorcito a sabrosa carne a la brasa y al horno, tuvo algo de castigo griego.

Y así llegué a donde me esperaban Esme y Mulder con la furgo, poniendo el punto y final a mi primera ruta multietapas. He de reconocer que no había sido la experiencia que yo esperaba. Tanto por la ausencia de estado de forma, como por los cambios de climatología y factores como el estado del suelo, lo cierto es que no disfruté nada; ni tampoco se cumplieron mis expectativas. Incluso tuve la certeza de que esto había sido el final del Camino del Cid para mí. No parece que haya en esta ruta nada que me atraiga de nuevo, a continuar con los siguientes tramos. Aunque, claro, relativamente cerca de Atienza está Sigüenza, y yo corrí en mis tiempos por allí y sé que el terreno no tiene nada que ver y que era precioso, y por ahí para el siguiente tramo del Camino del Cid, Tierras de Frontera. Así que, quién sabe si…  

Ruta del Destierro #3 y #4

Índice

Etapa 3. Alcubilla de Avellaneda – San Esteban de Gormaz:

0 kms, 0 horas 00 minutos, 0 metros de desnivel acumulado
Hay momentos en los que el viaje se desarrolla de manera inesperada

Uno de los argumentos a los que recurrimos con mayor insistencia los usuarios de vehículos vivienda a la hora de defender nuestra afición es el de la libertad que nos proporcionan estos vehículos. Todo eso de amanecer cada día en un lugar diferente, de las puestas y salidas de sol apabullantes es cierto. Pero también es cierto que esta manera de viajar demanda una serie de acciones que la vida o el turismo de piso u hoteles no exige. Por ejemplo, en un piso puedes hacer una compra para una semana entera, mientras que en una camper el espacio de almacenamiento y conserva de alimentos es menor, lo que obliga a avituallarse cada dos o tres días… algo que los alcaldes y alcaldesas de muchos municipios se niegan a comprender. En un piso tienes, además, la suerte de que no te multen por el mero hecho de estar durmiendo en tu cama. Y, desde luego, en un piso no tienes que llenar y vaciar depósitos de agua para poder ducharte o fregar. Ni tampoco vas a tener que deshacerte de tus residuos corporales en lugares específicos y delimitados cuya existencia nadie te garantiza.

Esto viene a cuento de lo que sucedió el día en el que debía afrontar la tercera etapa de esta Ruta del Destierro, que partía de Alcubilla de Avellaneda y terminaba en San Esteban de Gormaz tras casi 67 kilómetros y 760 metros de desnivel. Partía de Alcubilla, pasaba por Zayas de Torre (40 habitantes), Alcozar (33 habitantes), Langa de Duero (547 habitantes y un puente de piedra sobre el Duero), Castillejo de Robledo (108 habitantes), Valdanzo (32 habitantes), Miño de San Esteban (44 habitantes), Aldea de San esteban (21 habitantes), y terminaba en San Esteban de Gormaz (2,350 habitantes). Es curioso que, aunque el trazado cubriese 67 kilómetros, Alcubilla y San Esteban de Gormaz estaban apenas a 22 kilómetros la una de la otra. Esto es así porque, tras apenas 14 kilómetros de etapa, el recorrido dibujaba un bucle oeste-este de alrededor de 40 kilómetros, llevándonos por los pueblos ya mencionados, poblaciones repletas de ruinas y vestigios del pasado convulso de esta zona que en su momento marcó la frontera entre los reinos musulmanes y cristianos. Tenía pinta de ser una etapa bastante bonita y pintoresca y, aunque larga, el desnivel no parecía exagerado, con lo que, más allá de la distancia a cubrir y el estado del firme de las pistas, no debía de resultar complicada. Entonces, ¿qué ocurrió?

Hay momentos en los que el viaje se desarrolla de manera inesperada

Uno de los argumentos a los que recurrimos con mayor insistencia los usuarios de vehículos vivienda a la hora de defender nuestra afición es el de la libertad que nos proporcionan estos vehículos. Todo eso de amanecer cada día en un lugar diferente, de las puestas y salidas de sol apabullantes es cierto. Pero también es cierto que esta manera de viajar demanda una serie de acciones que la vida o el turismo de piso u hoteles no exige. Por ejemplo, en un piso puedes hacer una compra para una semana entera, mientras que en una camper el espacio de almacenamiento y conserva de alimentos es menor, lo que obliga a avituallarse cada dos o tres días… algo que los alcaldes y alcaldesas de muchos municipios se niegan a comprender. En un piso tienes, además, la suerte de que no te multen por el mero hecho de estar durmiendo en tu cama.  Y, desde luego, en un piso no tienes que llenar y vaciar depósitos de agua para poder ducharte o fregar. Ni tampoco vas atener que deshacerte de tus residuos corporales en lugares específicos y delimitados cuya existencia nadie te garantiza.

 

 Esto viene a cuento de lo que sucedió el día en el que debía afrontar la tercera etapa de esta Ruta del Destierro, que partía de Alcubilla de Avellaneda y terminaba en San Esteban de Gormaz tras casi 67 kilómetros y 760 metros de desnivel.Partía de Alcubilla, pasaba por Zayas de Torre (40 habitantes), Alcozar (33 habitantes), Langa de Duero (547 habitantes y un puente de piedra sobre el Duero), Castillejo de Robledo (108 habitantes), Valdanzo (32 habitantes), Miño de San Esteban (44 habitantes), Aldea de San esteban (21 habitantes), y terminaba en San Esteban de Gormaz (2,350 habitantes). Es curioso que, aunque el trazado cubriese 67 kilómetros, Alcubilla y San Esteban de Gormaz estaban apenas a 22 kilómetros la una de la otra. Esto es así porque, tras apenas 14 kilómetros de etapa, el recorrido dibujaba un bucle oeste-este de alrededor de 40 kilómetros, llevándonos por los pueblos ya mencionados, poblaciones repletas de ruinas y vestigios del pasado convulso de esta zona que en su momento marcó la frontera entre los reinos musulmanes y cristianos. Tenía pinta de ser una etapa bastante bonita y pintoresca y, aunque larga, el desnivel no parecía exagerado, con lo que, más allá de la distancia a cubrir y el estado del firme de las pistas, no debía de resultar complicada. Entonces, ¿qué ocurrió?

Fueron tres los motivos que me llevaron a tener que saltarme esta etapa. El primero fue técnico: se me había olvidado en casa la cera lubricante para cadena y tras dos etapas la transmisión iba ya muy seca, por lo que necesitaba encontrar un lugar en el que comprar algo de lubricante… en jueves santo. El segundo era físico: tras las dos primeras etapas había terminado con varias rozaduras en las posaderas, y como tampoco me había traído ninguna crema, necesitaba comprar algo para proseguir el viaje. El tercero fue logístico, y es uno de los mayores problemas al que tenemos que enfrentarnos los que viajamos con la casa a cuestas: teníamos el potty lleno y en Alcubilla no había dónde vaciarlo. Voy a ahorrar al lector la escatológica explicación de lo que es un potty, en caso de que no lo sepa, pero baste decir que el día anterior teníamos pensado haberlo vaciado, y como el área en la que hicimos noche solo tenía servicio de llenado y vaciado de aguas, este no lo pudimos limpiar. Tuvimos que buscar el lugar más cercano con servicio de vaciado de aguas negras para evacuar su contenido, y este lugar resultó ser Huerta de Rey, por donde ya había pasado el día anterior. Pese a estar a pocos kilómetros en línea recta, era necesario tomar dos carreteras comarcales, así que todo el proceso de llegar a Huerta, vaciar, limpiar, etc, nos llevó más de una hora. Como ya sucediera el día anterior, me dieron las 13:00 y todavía tenía que volver a Alcubilla, cambiarme y emprender una marcha en la que invertiría cuatro horas mínimo, así que decidimos saltarnos esta etapa y aprovechar para descansar y hacer turismo por el Burgo de Osma. Allí pasamos el día buscando los dos productos que necesitaba para el mantenimiento de la bici y … de mi trasero, además de pasear por las calles medievales de Osma, viendo su catedral, comiendo torreznos y el kebab más caro que me he comido en mi vida. Y bebiendo cerveza, cómo no. Lo más indicado para afrontar otras dos etapas de un viaje en bicicleta, vamos.

Por lo menos, Mulder tuvo la oportunidad de pasarlo en grande bañándose en el río
Un área de autocaravanas sin terminar, en un precioso conjunto histórico restaurado, ¿y todo abandonado antes de inaugurar tras 241.000 euros de inversión? Estos humanos son incomprensibles

Etapa 4. San Esteban de Gormaz – Berlanga de Duero:

51,9 kilómetros, 3 horas 14 minutos, 760 metros de desnivel acumulado

Se podría pensar que tampoco había mayor problema, que podía haber realizado la etapa un día después; pero estábamos a jueves (jueves santo), me quedaban dos etapas más por completar y el domingo sin falta teníamos que llegar a casa, operación retorno mediante. Lo cierto es que iba con una jornada de retraso, literalmente. Así que, tras un día de turismo pusimos rumbo a San Esteban de Gormaz, donde debía iniciar la cuarta etapa y donde, siguiendo las indicaciones hacia una supuesta área de autocaravanas que a la postre encontraríamos todavía sin inaugurar, acabamos quitándome sin yo saberlo varios kilómetros de la cuarta etapa, a realizar al día siguiente. Todo esto me ha dejado una duda existencial: si puedo contar como completada esta Ruta del Destierro cuando hubo una etapa que no completé. ¿El viaje es cumplir con el plan establecido o lo que cuenta, tan solo, es llegar al final? Es cierto que si en un viaje de cinco etapas te saltas una, estás dejando de cubrir un 20% de dicho viaje, ¿pero acaso tenemos que fichar cuando estamos haciendo algo por placer? La pareja que conforma Vivir en Ruta quiso atravesar toda África en bicicleta, y sin embargo dejaron el viaje cerca de Tanzania, creo, ¿significa eso que no atravesaron África porque no unieron una punta con la otra en su periplo? Es evidente que la escala de este viaje mío no tenía nada que ver, pero es cierto que se me ha quedado esa sensación de no haber completado el viaje, cuando también es cierto que nadie me lo exige, más que yo mismo. Lo que sí es cierto es que, por ejemplo, si no llegamos a buscar crema para las rozaduras, o aceite para la cadena, seguro que no hubiera habido cuarta y quinta etapa.

Dicho esto, el viernes, tras dormir frente a un área de autocaravanas cerrada cuyas obras parecían detenidas y abandonadas cuando daba la sensación de quedar muy poco para estar finalizadas -y tras 241.000 euros de inversión-, tomé la salida para la cuarta etapa. Lo primero que hice fue pelearme con Komoot y el Bryton por encontrar el camino correcto, pues el sitio en el que pernoctamos era una confluencia de varios caminos y volvía a sucederme uno de los problemas recurrentes que sufrí durante toda la ruta: en situaciones como esta de confluencia de caminos, tanto Komoot como el Bryton se vuelven locos. Al final resultaba que el camino que tenía que tomar estaba tras la valla de la obra de la inacabada área de Acs. Tras varios minutos dando vueltas como un tonto con las piernas como leños, por fin acerté a seguir por un sendero que acabó rodeando el área y me llevó, durante un par de kilómetros, paralelo al camino que debía seguir. No habían pasado ni 4 kilómetros todavía cuando el combo Komoot-Bryton volvía a extraviarme del camino, solo que esta vez, y por suerte, esta nueva confusión me ahorraba tomar un desvío de un par de kilómetros (cuya única razón de ser era pasar por el pueblo de Pedraja de San Esteban, de 17 habitantes, para después regresar al mismo punto en el que desenvoqué, gracias a esa enésima equivocación).

Desde ahí, tras 3 kilómetros rumbo norte por un sendero que desaparecía bajo la hierba, se llegaba a Alcubilla del Marqués (25 habitantes), en el kilómetro 7 (siempre teniendo en cuenta que comencé a pedalear unos 3 kilómetros a las afueras de San Esteban). Esta puede ser la Alcubilla que en el Cantar Primero del Cantar del Mío Cid reza:

Pasó por Alcubilla, que de Castilla el fin es ya;
la calzada de Quinea la fue a atravesar...
Versos 399 y ss. CMC
Pasó por Alcubilla, que de Castilla el fin es ya;
la calzada de Quinea la fue a atravesar...
Versos 399 y ss. CMC

Tras apenas rodear la aldea de Alcubilla la ruta giraba al este, primero, y luego al sur, siguiendo un tramo de quince kilómetros prácticamente llanos. A los cinco kilómetros de iniciado este tramo partía una carretera de 2,5 kilómetros que llegaba al Burgo de Osma. Yo opté por dejar atrás este desvío, puesto que ya había estado en ese pueblo el día antes y la ruta iba y volvía por esa carretera de 2,5 kilómetros dejándome en el mismo punto, y eso significaba hacer el mismo tramo dos veces, solo que mirando al norte o al sur. Algunas partes del tramo que seguía me resultaron bastante bonitas, al realizarse por zonas en las que el paso de mis ruedas hacía que se elevase la fragancia del tomillo; incluso vi un animal que no sé si era cervatillo o cabra. Los cinco últimos kilómetros llevaban hasta la localidad de Navapalos (7 habitantes) por una pista ancha entre una carretera y una inmensa plantación de vides que se extendían hasta la orilla misma del Duero. Más Ribera del Duero imposible. Por cierto, destacar que el pueblo de Navapalos forma parte de un experimento de repoblación siguiendo las técnicas tradicionales de construcción, y sus habitantes viven de la artesanía. Una forma esnob de decir que gracias a unos hippies un pueblo fantasma vuelve a cobrar vida.

En este Camino del Cid no solo encontramos vestigios del pasado medieval, también veremos reposar el pásado máscontemporáneo

Desde Navapalos daba comienzo una pequeña ascensión de un par de kilómetros, de esas que se disfrutan porque, aunque te hacen esforzarte, su trazado de curvas, su desnivel llevadero y lo precioso del paisaje (se domina todo el valle por el que fluye el Duero por la zona) hacen que te lo pases bien. Tras el descenso de 2,5 kilómetros se llegaba a Vildé (45 habitantes), donde se puede visitar la Torre de la Mora, una torre trasmochada poco habitual en estas latitudes de la península y que, en realidad, es ruina de una construcción funeraria de origen romano. Desde luego, yo ni me enteré de su existencia, pues la ruta atraviesa el pueblo en apenas 200 metros y el monumento no está en el casco urbano.

Tras cinco kilómetros en los que el camino seguía siendo mayoritariamente favorable, a la altura del kilómetro 32,5 tocaba desviarse para ascender al pueblo de Gormaz y, sobre todo, a las ruinas del Castillo de Gormaz. Merece la pena detenerme un poco en este punto y es que, por un lado, esta fortaleza fue de una importancia capital en su tiempo y, sobre todo, en la historia (real) del Cid. Rodrigo fue alcaide de esta construcción militar califal, y en el 1081 el pueblo a las faldas del castillo, hoy Gormaz, sufrió un ataque musulmán. Sin pedir permiso al rey, Rodrigo Díaz saquea varios territorios próximos que pertenecían a la taifa de Toledo, aliada del rey Alfonso. Este hecho será el que provoque el primer destierro que sufrió Rodrigo Díaz.

 

Por otro lado, está la belleza tanto de las ruinas como del paisaje castellano que se domina desde lo alto del cerro en el que está enclavada la fortaleza, de unos muros de tal grosor que cuando uno mira a las paredes de ladrillo en las que vivimos en la actualidad no puede dejar de maravillarse de que no nos vengamos todos abajo. Fue en estas ruinas en donde más tiempo me detuve de todos los lugares por los que pasé en estos días, y es que el bombardeo visual que se recibía allá por donde se mirara al contemplar el paisaje primaveral, hacía que resultase difícil querer dejar atrás la fortaleza. Además, con lo que había costado subir…

El Castillo de Gormaz presenta unas vistas tan impresionantes como duro es el esfuerzo para remontar la loma sobre la que se alza

Y es que esa es la otra cosa reseñable, el lamentable espectáculo que di durante la subida. Para subir a la fortaleza se puede hacer desde la carretera que atraviesa el pueblo de Gormaz (25 habitantes) y continúa hasta las ruinas, o se puede hacer por un escarpado camino que asciende por la ladera. El track me llevó por este camino, de bastante desnivel y repleto de piedras como adoquines, pues da la sensación de que por ahí discurría el camino por el que se subía hasta el castillo. Claro, si unimos mi mal estado de forma, lo irregular del terreno por las constantes piedras y el desnivel, está cantado que tuve que echar pie a tierra. Eso de por sí no es malo, lo malo es cuando arriba del todo hay gente que está contemplando la patética escena que estás protagonizando. Cuando desemboqué en un primer cruce con la carretera decidí seguir por ella, que ya había hecho suficiente ridículo. Por cierto, a los pocos metros estaba la ermita de San Miguel, cuyo suelo y bancos están tallados en roca y cuenta con varias pinturas románicas.

Tras abandonar la fortaleza, a dos kilómetros esperaba el pueblo de Recuerda (39 habitantes), donde encontramos la enésima iglesia fotografiable, la de San Bernabé, que en esta ocasión es de estilo gótico, aunque queda poco material original. Un problema que me di cuenta que tiene toda esta ruta del Destierro reside en el sentimiento de monotonía que te puede llegar a invadir según avanzan las etapas. Al final, es cierto que toda esta zona es riquísima en patrimonio medieval, y cualquier pueblo, por diminuto que sea, conserva iglesias, ermitas o puentes que individualmente son preciosos, pero que cuando ves uno tras otro cada pocos kilómetros acaban perdiendo la capacidad de sorprender a ojos no tan educados como para apreciar sus diferencias. Al igual que hay momentos en el que los llanos de Castilla se extienden durante kilómetros y kilómetros casi inmutables, con los monumentos acaba pasando lo mismo y al final son solo las edificaciones más espectaculares las que acaban manteniendo esa capacidad de sorpresa que te hará juzgar que merece la pena detenerte a sacar una fotografía. A esto le unimos que, por ejemplo, la iglesia del siguiente pueblo al que se llegaba, Morales (34 habitantes), en el kilómetro 44, tenía en una de sus paredes los cubos de la basura, lo que no presentaba una estampa demasiado bonita.

Al caminar por el interior de este castillo podemos estar seguros de que caminamos sobre las mismas piedras por las que pisaba Rodrigo Díaz

Lo mismo sucedía cinco kilómetros después, en Aguilera (16 habitantes), cuya iglesia, de San Martín, parece ser que tiene una llamativa galería porticada; pero que mientras pasas por delante con la bicicleta, sabiendo que estás en los últimos kilómetros de la etapa, apenas atrapa tu atención.

Tras salir de Aguilera esperaba la última dificultad de esta etapa que, quitando la subida al castillo de Gormaz, había sido bastante poco accidentada. Era una ascensión de poco más de un kilómetro que se mantenía entre el 8 y el 10 por ciento casi continua. En este punto me asaltó una duda, y es que desde Aguilera esperaba ver ya Berlanga de Duero, pero no había ni rastro de la población. Hubo un instante en el que se me pasó por la cabeza que el track estuviera mal, pero no, la respuesta estaba en que Berlanga de Duero se encuentra a mayor altura que todo el valle por el que me había aproximado, pero más bajo que el punto que había alcanzado tras la última subida; y esta última subida, a su vez, continuaba en un tramo llano de poco más de un kilómetro a modo de miradod desde el que se descubría, unos metros por debajo, el núcleo urbano de Berlanga (745 habitantes). En Berlanga es obligado probar los lagartos, una galleta con forma de lagarto y sabor parecido a las galletas danesas y que reciben su forma en honor a Fray Tomás de Berlanga, religioso de esta localidad que fue obispo de Panamá, descubrió las islas Galápagos y, al regresar, trajo consigo un caimán. Además, todo el pueblo es bastante bonito y tiene bastantes comercios en los que comprar alimentos típicos. También se pueden visitar el castillo renacentista y la colegiata de nuestra Señora de Mercado, o el Palacio renacentista de los Duques de Frías. Si visitas el pueblo en camper o autocaravana, tienes una bonita área municipal con todos los servicios y parcelas delimitadas saliendo de la localidad por el sureste, pasada la piscina y la residencia de ancianos, junto al pabellón municipal.

Terminaba así una etapa que había resultado un poco insulsa, solo salvada por las espectaculares vistas  de la fortaleza de Gormaz. Ya podía considerar completado este viaje; solo quedaba una etapa, pero una de la que me iba a acordar…

Ruta del Destierro #2

Etapa 2- Covarrubias – Alcubilla de Avellaneda: 58,1 kms, 3 horas 57 minutos, 1120 metros de desnivel acumulado

Si hay una cosa que llevo mal de viajar en una camper es el tema de dormir. Cuando planeamos la distribución que iba a tener la camper por dentro medimos el ancho que quedaba en la zona de atrás y vimos que daba entre cuatro y cinco centímetros más de lo que yo mido. Genial, pensé, puedo dormir estirado… el problema es que no tuve en cuenta que había que sumar lo que ocupa la almohada, así que, como resulta imposible agrandar el espacio disponible, solo me queda la opción de dormir encogido. También suelo recurrir al truco de ponerme un poco en diagonal, pero cuando Mulder, nuestro perro, decide subirse a la cama en mitad de la noche, me quita esa posibilidad. La consecuencia de esto es que duermo incómodo, encogido, me despierto en numerosas ocasiones y descanso mucho menos que en casa. Si a esto le sumamos haber realizado una ruta el día anterior en la que terminé muy cansado, con los gemelos a punto de subirse a mi nuca y que la temperatura nocturna se desplomó hasta los 2º -en el interior de la furgoneta- provocándome un amago nocturno de rigidez de cuello, os podéis imaginar que la perspectiva de enfrentarme con éxito a una nueva etapa de algo menos de 60 kilómetros era, cuando menos, pesimista.

El lado bueno, por así decirlo, es que todo este frío me daba la excusa perfecta para remolonear y seguir un rato más en la cama, tapadito y calentito. Tras el frío sufrido por culpa del viento el día anterior, sumado al sufrido por la noche, tampoco puedo decir que estuviera loco por comenzar la ruta antes de lo estrictamente necesario… mejor dejar que el sol fuera calentando un poco. Eso sí, he de admitir que se me acabó yendo la mano, porque entre lo tranquilo que me tomé lo de desayunar, que aprovechamos que en la zona de aparcamiento había posibilidad de vaciado y llenado de aguas (por desgracia, si había instalación de vaciado de aguas negras debía de estar cerrada, porque no la vimos y eso resultó fatal al día siguiente) y que por manos blandas un vaso de leche acabó regando gran parte del interior de la furgoneta, lo cierto es que acabé saliendo más allá de las 13:00. Claro, teniendo en cuenta que la persona que había creado el track había tardado cuatro horas y la poca fe que tenía en ser capaz de terminar la etapa, un rápido cálculo me dejó claro que comenzaba a pedalear hora y media más tarde de lo que debería haberlo hecho.

Hay días en los que parece que nunca llegará el momento de comenzar a pedalear

He de admitir que hay una cosa que me cuesta aceptar, me desestabiliza emocionalmente y me pone de los nervios, y es que me cambien un plan que en mi cabeza está claro como el agua o que me cambien el paso cuando estoy haciendo algo. Es algo que no soporto, así que cuando se cayó ese vaso de leche, cada minuto que pasaba comenzó a pesarme como una losa; comencé a frustrarme más y más a cada minuto pensando en lo tarde que era, lo mucho que me quedaba por delante y las pocas fuerzas con que lo afrontaba. Por eso, cuando comencé a pedalear iba totalmente cruzado y tuve que hacer un gran esfuerzo por no mandar todo el viaje al garete. Además, cómo no, lo primero que hizo el combo Bryton-Komoot fue una de esas de «gira a la izquierda» cuando tienes que seguir de frente. Nada más cruzar el puente que sirve de frontera natural a Covarrubias yo tenía que salir de la carretera y tomar un camino, pero las instrucciones me dieron a entender que debía seguir por la carretera… que además era en cuesta. Por fortuna me di cuenta rápido y regresé al camino, que me recibió con una subida de desnivel similar a la alternativa por asfalto, solo que con firme muy irregular por las grandes piedras que sobresalían del suelo. Hastiado, y con temor a lo que me quedaba por delante, tomé la mejor decisión que pude tomar en aquel momento: meter plato pequeño y avanzar tranquilo, sin obsesionarme demasiado por lo lento que iban a pasar los kilómetros y tratar de llegar a Mamolar, que estaba en la mitad exacta de la ruta de hoy y marcaba el final del tramo en el que se concentraba un alto porcentaje del desnivel acumulado del día.

Esa primera subida que me recibió al salir de Covarrubias era, como comprobé, bastante corta (en realidad, poco más de kilómetro y medio), siguiendo una bajada idéntica que desembocaba en Retuerta, pueblo de 64 habitantes. Desde allí arrancaba otro repecho de poco más de 3 kilómetros bastante rotos, alcanzando picos por encima del 10% de desnivel. Y es en esta subida donde pude corroborar lo bien marcada y pensada que está esta ruta del Cid, pues pocos centenares de metros después de haber arrancado, el camino oficial se desvía hacia la derecha en un rodeo de 500 metros bastante más suaves que el abrupto mur que hay que afrontar si se sigue recto. Esta es una constante que encontraremos en numerosos puntos en los que el terreno se endurece de manera seria, pues veremos cómo se nos ofrece un desvío alternativo, señalizado y más suave, que nos permitirá  alcanzar el mismo punto de destino, solo que dando un pequeño rodeo que asumiremos de buen grado.

Entre los kilómetros 8,5 y 13,5 venía un tramo de sube-baja continuo, en el que avanzar resultaba complicado por culpa de la gravilla que inundaba los caminos. Puede sonar exagerado, pero de verdad que las piedras te obligaban a seguir pedaleando incluso en tramos de bajada poco pronunciados. Aunque este sufrimiento se quedaba en nada cuando mirabas alrededor y veías la desoladora imagen de un Parque Natural, el de Sabinares de Arlanza-La Yecla, reducido a cenizas por los incendios que asolaron España el verano pasado. Los laterales del camino estaban repletos de troncos calcinados y apilados, y en algunos puntos el camino había quedado destruido bajo el paso de las orugas de la maquinaria pesada que trabajó en la triste labor de arrancar estos árboles durante las lluvias del otoño e invierno. De verdad que daba pena contemplar esa desolación que me acompañó hasta el kilómetro 17 cuando, tras cuatro kilómetros de falso llano, se alcanzaba Santo Domingo de Silos.

La quietud y el silencio de algunos lugares hacen que te invada cierta sensación de intrusismo

Silos es un pequeño pueblo de 169 habitantes que vive, casi se podría afirmar, del turismo que genera el monasterio de Santo Domingo. Este monasterio es otro de los puntos importantes de la historia cidiana, puesto que Rodrigo Díaz y su esposa Doña Jimena dejaron parte de sus posesiones a este monasterio a modo de heredad. Cuando el Cid es desterrado, el monasterio todavía estaba en construcción. Es obvio que el conjunto actual no es tal cual se diseñó, pues a lo largo de los siglos ha sido reformado. Como curiosidad, decir que uno de los más célebres sonetos de la literatura española es el que compuso Gerardo Diego a su ciprés, y como propina me gustaría decir que Santo Domingo de Silos es el nombre del claustrofóbico y reaccionario colegio concertado en el que pasé toda mi niñez, así que algo de curiosidad tenía por verlo… aunque he de admitir que me invadió al entrar cierta sensación de intrusismo, así que me detuve poco.

Un arco de piedra franqueando el paso al extremo de un puente que vadea un río, pocas escenas pueden resultar más medievales

Tras abandonar Silos por un arco que conducía a un camino y dos kilómetros favorables, tocaba enfrentarse al impresionante paraje denominado La Yecla, que es una garganta profunda y estrecha que da paso a una subida de tres kilómetros. Es impresionante pasar por el túnel de 250 metros de largo y desembocar en el bello paisaje inundado por el sol al otro extremo. Lo que no tengo tan claro es si este tramo que me llevó por asfalto hasta Mamolar, donde me esperaba Esme, forma parte del track original o fue un atajo del creador del track que yo seguí, pues durante varios kilómetros dejé de ver la señalización de la Ruta del Cid. Sea como fuere, llegado a Mamolar pude dar fe de varias cosas: primero, que -aunque fatigado- estaba mejor de lo que me esperaba; segundo, que el clima había mejorado bastante respecto al día anterior, lo que me permitió llevar los manguitos bajados durante muchos momentos, además de no precisar perneras; tercero, que poder parar a mitad de ruta a comer y beber algo tranquilamente con tu pareja y tu perro hace que todo se vea más fácil. Así que, tras comprobar que los siguientes 28 kilómetros eran favorables a excepción de algunos repechos, pasados cincuenta minutos decidí seguir adelante.

La gran ventaja de viajar con tu casa de ruedas es que te puede esperar en cualquier punto del camino

Después de seis kilómetros siguiendo la carretera comarcal que atravesaba Mamolar (26 habitantes), el track se desviaba a la derecha para pasar por un bosquecillo en el que se perdía por momentos las huellas -que no el rastro- del camino, y por el que proliferaban los hitos que señalan el recorrido. El desnivel era favorable a excepción de un par de repechos cortos pero duros; el problema estuvo, en esta ocasión, en que la hierba que tapaba los surcos del camino estaba bastante mojada, obligando a ir con tacto al frenar. Además, en algunos pequeños tramos, las huellas de lo que parecían todoterrenos habían destrozado el camino, provocando rodadas de media rueda de bicicleta de 26 pulgadas de profundidad y obligando a echar pie a tierra en varias ocasiones. Una lástima que la acción de unos inconscientes degrade el entorno de tal manera.

La naturaleza es y siempre debería ser de todos, pero eso no significa que tengas derecho a destrozar tu parte

Volviendo a la misma carretera de antes de pasar al bosque, y con 43 kilómetros ya recorridos, llegué a Huerta de Rey (640 habitantes), a cuyo ayuntamiento pertenecen los dos siguientes núcleos por los que pasaría: Quintanarraya (135 habitantes) e Hinojar del Rey (51 habitantes). Ante mí se extendía una llanura de largas rectas que, por fin, presentaban una pista con poca piedra y bien compactada que permitía avanzar rápido gracias a su nulo desnivel. De todas formas, aunque el terreno era favorable y apenas me quedaban diez kilómetros (o media hora, como vine a decirme equivocadamente), decidí parar un momento a comer una barrita y tomarme un gel, porque, pese a que me había comido medio sándwich en Mamolar, hacía muchas horas desde que había desayunado y comenzaba a sentir algo de bajón. Y menos mal que lo hice, porque no, no iba a tardar apenas media hora en terminar. A partir de Quintanarraya, nada más dejar atrás el cementerio, me emboscó una primera rampa  hormigonada que, si bien era corta, me rejoneó las piernas a base de bien. Volvía la grava tras esa rampa, y al dejar atrás Hinojar del Rey comenzaron otros tres kilómetros en los que varias y sucesivas ondulaciones del terreno -una alcanzando un 14% de desnivel- me reventaron del todo. Por suerte, y como ya había comprobado en la etapa anterior, los últimos tres kilómetros de la etapa eran cuesta abajo, lo que me permitió llegar de una manera algo más digna a Alcubilla de Avellaneda, de 86 habitantes y situada ya en Soria. En este pequeño pueblo hay un palacio renacentista y una iglesia parroquial. Además, en su ermita, situada apenas a trescientos metros de donde pasamos la noche nosotros, se pueden ver estelas (representaciones en piedra) funerarias de origen romano. También la atravesaba una calzada romana, ya casi desaparecida por completo. Admito que apenas visitamos el pueblo, pues llegué lo suficientemente cansado como para que no me quedasen ganas de pasear. Había terminado las dos primeras etapas y me esperaba la tercera, la más larga con casi 67 kilómetros. ¿Qué pasaría al día siguiente?

Frente a la ermita de Alcubilla de Avellaneda

Ruta del Destierro #1

Etapa 1- Vivar del Cid – Covarrubias: 63,1 kms,  3 horas 55 minutos, 780 metros de desnivel acumulado

¿Sabéis qué diferencia Burgos de la costa de Granada? 25. Esos son los grados de diferencia que me encontré entre la última salida en bicicleta que hice antes de iniciar la Ruta del Destierro y el día en que debía comenzar esta ruta. Entre un viernes y un lunes pasé de que el Garmin me marcara unos (exagerados, bien es cierto) 35,8 grados a los apenas 10 de máxima que predecía la Aemet. Y no solo era la bajada de temperaturas -también he de decir que, aunque acusada, en las horas centrales del día tampoco provocaba que se estuviera mal en Burgos-, era el viento, que soplaba del norte. El caso es que 10 eran los grados que se preveían de máxima en las horas centrales del día, y aunque tampoco es que sea una ola de frío, es cierto que para alguien acostumbrado a las suaves temperaturas de la Costa Tropical es comparable a alistarse en la Guardia de la Noche. Y, aunque estaba prevenido contra esa bajada de temperaturas, algo me hizo pensar que lo mismo la AEMET exageraba y por ello me fui con ropa ciclista de entretiempoentretiempo Mediterráneo. ¿Resultado? Tuve que postponer un día el comienzo de la primera etapa y acercarme al Decathlon de Burgos a comprar ropa que me abrigase un poco más.

Por fin, un día más tarde de lo planeado y bien abrigado, bajé mi bicicleta del portabicis junto a la iglesia de Vivar del Cid y, tras las fotos de rigor para inmortalizar el inicio de mi primer viaje ciclofurgonetero, puse rumbo a la vecina capital burgalesa. Aunque antes debo dedicarle unas palabras a, no por diminuta menos hermosa, Vivar del Cid. La sensación que me dio es que encapsula gran parte de la idiosincrasia castellana, con su sobriedad, el estoicismo ante los embates del clima, lo abierto de sus paisajes… Y allí, en un entorno en el que apenas el asfaltado de las calles y los vehículos nos impiden trasladarnos a la Edad Media, encontramos los homenajes frecuentes a toda la mitología cidiana y la Legua 0 de nuestra ruta, el punto de inicio exacto del Camino del Cid. Desde aquí partimos y en apenas un kilómetro pasamos por Quintanilla-Vivar. En la actualidad, Quintanilla-Vivar forma el ayuntamiento que rige tanto las poblaciones de Quintanilla como la de Vivar, que suman entre ambos alrededor de 870 habitantes. Las bajas cifras de población en las diferentes localidades serán una constante a lo largo de toda la ruta, y nos harán comprender mejor a los urbanitas como yo el auténtico significado de la expresión España vaciada.

Desde Vivar del Cid dio comienzo, por fin, nuestra primera aventura ciclofurgonetera

Tras apenas dos kilómetros de ruta ya me había dado tiempo a despistarme en dos ocasiones del camino que debía seguir. La primera vez fue en una de las pocas y pequeñas calles de Quintanilla, donde el track cargado en el Bryton me llevó por un punto diferente al de la señalización oficial de la ruta, lo que, unido a la lentitud con la que gira la pantalla de este ciclocomputador provocó que me pasara el callejón por el que debía seguir. Este lag, unido al retraso propio que sufren las indicaciones en vivo de Komoot, provocaría que en cada una de las etapas se repitiera en varias ocasiones la toma errónea de caminos. La segunda vez que me despisté del camino ya corrió por mi cuenta, pues me confié en una bajada pensando que debía continuar recto, pese a que tanto la señalización del Camino -que no vi- como el track -al que no miré- indicaban un desvío a la derecha. También, en esos dos escasos dos kilómetros me di cuenta de que aunque el clima era fresco, había cometido el error de enfundarme numerosas capas.

La división oficial del track propuesta en la web www.caminodelcid.org sugería una primera etapa a modo de prólogo de apenas 12 kms entre Vivar del Cid y Burgos. Yo opté por seguir la edición del track que publicó en su perfil Álvaro Hernández, usuario y creador de colecciones de rutas en Komoot. A lo largo de los días me di cuenta de que seguir esta edición del track sería todo un acierto. No obstante, el motivo inicial de optar por el track de este usuario es porque me parecía un error comenzar con esa etapa propuesta por la web oficial. No le veo demasiado sentido a ese primer día de apenas 12 kms. Entiendo que la planificación de la web busca maximizar las estancias del turista en los establecimientos de hospedaje, pero considero más acertado que, si se quiere disfrutar de Burgos, se haga tranquilamente el día antes de comenzar el viaje a pedales, puesto que el tramo entre Quintanilla-Vivar y Burgos no tiene absolutamente nada reseñable. Son cinco primeros kilómetros de pistas seguidos de cerca de seis kilómetros más por carril bici bordeando polígonos industriales hasta entrar en Burgos por la parte oeste de la ciudad. Siendo sincero, y no queriendo que esto suene a crítica hacia el Consorcio encargado del Camino, más allá del hecho histórico de comenzar desde el mismo punto en el que arranca el Cantar, el tramo no tiene ningún interés en absoluto como para darle la importancia de convertirlo en una etapa de pleno derecho. Sumamos, además, que después tendremos que atravesar la ciudad de Burgos, que pese a contar con partes preciosas y retrotraernos al Cantar en zonas como el paso del río Arlanzón, no deja de ser una ciudad, con su tráfico. El resultado es que, en mi opinión, esos 12 kilómetros de la etapa previa es mejor anexarlos al arranque de la segunda etapa del track oficial, puesto que, además, a partir del kilómetro 15 comienza un tramo de subida constante hasta el 23, tramo al que nos tocará enfrentarnos fríos si lo afrontamos al comienzo de la segunda etapa propuesta por el Consorcio.

En aquel día en el puente que pasa el río Arlanzón júntanse muchos guerreros, mas de ciento quince son. Todos iban en demanda del buen Cid Campeador.

Sin embargo, tampoco hemos de pensar que ese tramo de ocho kilómetros sea duro de afrontar, al menos sobre el papel; su dureza se debe más a factores externos que a la inclinación del terreno. En mi caso, la dificultad fue debida más bien al viento que soplaba de costado y al primer encuentro con un problema que me acompañaría durante el resto de etapas: la abundante grava en algunos puntos del camino y lo roto de otros tramos debido al paso de la maquinaria agrícola. En cuanto a desniveles, el punto de porcentaje más alto apenas llega al 6%, y el terreno se aplana bastante al paso por Cortés, hasta que un par de kilómetros más adelante vuelve a ascender en otro repecho que nos conduce a una bajada desde la que alcanzaremos el Monasterio de San Pedro Cardeña. Este monasterio es otro de los puntos cardinales cidianos, pues en los primeros cientos de versos del Cantar se nos da cuenta de que es aquí donde Rodrigo Díaz deja a su esposa, Doña Jimena, y a sus hijas, encomendándole su manutención al Abad de San Pedro, Don Sancho (Sisebuto, en otras fuentes); al dejarlas a su cuidado, el Cid le dice al abad -después de entregarle cincuenta marcos que a su regreso serán cien más- aquello de que por cada moneda de más que el monasterio gastara por ellas, cuatro les devolvería. Un poco como la versión medieval de aquella canción de Estopa de un fiera que entraba en el bar invitando a todo el mundo. Además de esta aparición en el Cantar, tres años después de su muerte real, Rodrigo Díaz fue exhumado de su sepulcro en Valencia y conducido a este monasterio por orden de Doña Jimena, quien tuvo que abandonar Valencia y llevó consigo los restos de su esposo, cuyo cuerpo quedó embalsamado allí y sentado en el presbiterio. Las autoridades del monasterio avivaron el culto al Cid corriendo nuevas leyendas acerca de milagros realizados por su cadáver. De hecho, a las afueras del monasterio un monolito marca el lugar en el que la leyenda aseguró que aquel era el sitio de reposo eterno de Babieca. En el Cantar será desde San Pedro Cardeña donde el Cid parta, por fin, de tierras castellanas para adentrarse en el destierro, cubriendo en pocos versos lo que nosotros tardaremos varios días en recorrer.

Podría decirse que el Monasterio de San Pedro Cardeña es el centro neurálgico de la leyenda cidiana

Dejando atrás el monasterio por una carretera y pista en cuesta durante algo menos de dos kilómetros hay que continuar enfrentándonos a un camino que dificulta el avance por su firme, y en mi caso por el frío viento, que comenzará a ser más favorable cuando en un momento dado un giro a la derecha nos haga cambiar de camino y comencemos un suave descenso de alrededor de tres kilómetros que nos llevará hasta Modúbar de San Cibrián, pueblo atravesado por el camino y que en 2022 tenía una población de 63 habitantes. Pese a lo pequeño de su tamaño nos descubrirá otra de las constantes de este viaje: que cada pueblo, no importa lo pequeño que sea en la actualidad, cuenta con una iglesia preciosa, en este caso la Iglesia de San Pedro Apóstol.

Una de las cosas más impresionantes de este camino es comprobar el enorme patrimonio histórico con el que cuenta hasta el pueblo más pequeño. Aquí la iglesia de San Pedro Apóstol

A partir de aquí seguirá un terreno abierto trufado de subidas y bajadas de escaso desnivel que nos lleva por Quintanilla/Los Ausines hasta Cubillo del Campo. En Cubillo del Campo nos espera la mayor dificultad del día tras dejar el pueblo atrás y cruzar una carretera: un repecho que, pese a no llegar al kilómetro de longitud, pica lo suficiente por su inclinación como para que mis piernas, bastante cansadas ya tras batallar durante 45 kilómetros contra el viento y un firme que casi nunca permite rodar fácil a mi bicicleta -por no hablar de una preparación física mucho peor de lo que pensaba- dijeran basta y tuviera que echar pie a tierra pensando en no gastar fuerzas que puedo echar en falta en los kilómetros finales; las eché en falta de todas formas. En realidad, llegué prácticamente arriba del todo, me quedaron unas decenas de metros para coronar, por lo tanto, he de admitir que tampoco es un muro, precisamente. Fue, tal vez, falta de fuerza mental para aguantar, pues el repecho se veía desde varios cientos de metros atrás, junto a un hito que, no sé por qué, decidí no parar a fotografiar: la mayor espada Tizona del mundo, que con sus sesenta metros de longitud remarca la leyenda «Camino del Cid» escrita en piedra sobre la ladera. Sería lo impresionante de esta Tizona lo que magnificaría a los ojos el repecho, drenando mi fuerza de ánimo. El caso es que tampoco era para tanto, solo que yo estaba cansado de más, ya.

Al abandonar Cubillo del Campo nos espera la Tizona más grande del mundo. Foto tomada del la web www.caminodelcid.org

Aprovechando el pie a tierra decido comer una barrita de cereales y un gel, puesto que veo que me adentro en los 18 kilómetros finales y, viendo lo cansadas que llevo ya las piernas -hace años que no paso de 50 kilómetros del tirón-, temo que las fuerzas no me acompañen al final y me visite el del mazo. Otro de los problemas a los que me enfrentaré en las siguientes etapas es que el Bryton 420 no permite -hasta donde yo sé- consultar el perfil completo del track que se está siguiendo; tan solo permite visualizar el tramo más inmediato. Esto hace que información tan valiosa como la longitud de la siguiente ascensión, o cuántas ascensiones quedan por delante, sean imposibles de conseguir. Extraño en un aparato que te ofrece cientos de datos, en ocasiones poco relevantes. El caso es que de haber tenido ese perfil, habría visto que los siguientes 15 kilómetros eran, sobre el papel, un sencillo sube-baja. Infeliz de mí, calculé que me quedaban alrededor de 45 minutos de ruta, pero la grava del terreno y los continuos toboganes provocaron que sólo hasta la localidad de Mecerreyes, a 9 kilómetros, tardase más de media hora… teniendo en cuenta que el primer kilómetro y medio era descendiendo la ladera contraria del repecho que acababa de subir.

El Camino está tan plagado de iglesias que, al final, llegaremos incluso a perder la sensación de sorpresa que nos provocan. En la foto, la Iglesia de la Asunción en Quintanilla, los Ausines

Saliendo de Mecerreyes quedaba tan sólo afrontar unos últimos 6 kilómetros hasta Covarrubias, que fueron por carretera y se hicieron eternos, empleando otra media hora pese a que la mitad de ese tramo de carretera fue en bajada. Fueron varios los repechos que, por culpa de mi ausencia de fuerzas y preparación -y me había quedado sin agua, además- se fueron convirtiendo en puertos de montaña, con la cuenta atrás de distancia que incorpora el Bryton resistiéndose hasta la agonía en restar cada centenar de metros que faltaban. Aquí tengo que señalar otra de las grandes ideas de la edición del track realizada por Álvaro Hernández; y es que, como comprobaría al día siguiente, cada final de etapa estaba pensado para realizar los últimos dos o tres kilómetros cuesta abajo, y cada inicio de etapa se acometía en subida, con piernas más frescas… en teoría.

Allá donde se mire, Covarrubias muestra su legado medieval

Por lo pronto, en el precioso pueblo medieval de Covarrubias (alrededor de 55 habitantes) hay habilitada una zona de estacionamiento para autocaravanas, y allí me esperaba Esme para grabar el momento de mi desencajada llegada. Se agradece que los ayuntamientos habiliten este tipo de zonas de servicios, aunque en este caso apenas se podía rellenar y vaciar depósitos de aguas limpias y grises. Este hecho fue fatal de cara a la tercera etapa. Pero lo que es cierto es que tener un sitio donde poder aparcar la camper -y no éramos los únicos, llegué a contar 6 vehículos vivienda- permite visitar y disfrutar del precioso pueblo que es Covarrubias, ligado al otro héroe de la poesía medieval castellana, Fernán González, uno de los personajes clave en el incipiente reino de Castilla, durante el siglo X. Merece la pena pasear por las calles de Covarrubias y admirar su recogimiento medieval, sus murallas, su torreón… y una recomendación: no dejéis de comprar pan y productos típicos.

Ruta del Destierro #0

Como os hemos contado en algunas entradas de este blog, hace mucho tiempo que tanto Esme como yo queríamos tener un vehículo vivienda. En mi caso, incluso antes de conocernos ella y yo, en un tiempo en el que toda mi vida giraba en torno al ciclismo, ya pensaba en lo útil que era este tipo de vivienda cuando quería asistir a alguna marcha, carrera o ruta ciclistas que se celebraba lejos de mi casa. Cada vez que tenía que pegarme un madrugón para llegar con tiempo a recoger un dorsal, a veces sin encontrar sitio para aparcar lo suficientemente cerca de donde comenzase la carrera, pensaba en la tranquilidad y las horas de sueño que podría proporcionarme uno de estos vehículos. Pero por entonces lo consideraba un lujo de ricos, y tampoco conocía el concepto Gran Volumen.

El resto es historia, y gran parte de esa historia dice que acabamos teniendo nuestro vehículo vivienda. Y, aunque parece que los días de carreras y rutas quedaron décadas atrás, lo cierto es que sigue habiendo muchos caminos y carreteras por recorrer sobre un sillín, muchos sitios que conocer dando pedales… al menos mientras lo permitan las cada vez más anquilosadas articulaciones. Además, ya no hace falta que todos esos sitios queden al alcance de una o dos horas detrás del volante. Esto nos permite plantearnos rutas multietapa que se desarrollen lejos de casa, y una de esas rutas es, por ejemplo, la Ruta del Destierro del Camino del Cid, que ha sido la primera ruta ciclista multietapa que he completado -según se mire- con la camper.

Como cicerón de nuestro progreso, el Cid aparecerá una y otra vez dispuesto a mostrarnos el camino que debemos seguir.

La Ruta del Destierro es una de las rutas que dan forma al Camino del Cid. El Camino del Cid es, a su vez, una iniciativa de varias diputaciones provinciales, siguiendo la idea de la Diputación de Burgos de crear un camino senderista entre Vivar del Cid y San Pedro de Cardeña, pasando por Burgos capital, lugares más importantes de los primeros versos del Cantar Primero del Cantar del Mío Cid. De acuerdo con la web www.caminodelcid.org, ese primer itinerario fue el primer paso de un proyecto que crecería con la incorporación de otras siete diputaciones provinciales (Soria, Guadalajara, Zaragoza, Teruel, Castellón, Valencia y Alicante), dando lugar al nacimiento legal del Consorcio Camino del Cid en 2002. Un año después se inauguraron en Burgos las oficinas del Consorcio que coordinaría las diversas actuaciones que han impulsado el proyecto de este itinerario.

No hace falta una ardua investigación para darse cuenta de que este Camino se inspira en otros recorridos -hoy en día turísticos- de mayor renombre, como puede ser el Camino de Santiago. De hecho, al igual que en el Camino el peregrino puede pedir que le firmen la Compostelana, una suerte de salvoconducto que venía a dar fe del cumplimiento del peregrinaje y que en el siglo XIII recibía el nombre de carta probatoria -como podemos leer en la web de la oficina del peregrino-, en el Camino del Cid también podemos pedir El Salvoconducto. Este documento es una credencial en la que el viajero puede pedir que se le estampen los sellos de cada una de las localidades que conforman el Camino, y que está inspirado en los documentos que durante la Edad Media se utilizaban para garantizar el libre paso de viajeros y mercancías. Su finalidad, además de ser un recuerdo de la aventura y una prueba fehaciente de haberla realizado, nos cuenta la historia de cada población, además de los más prosaicos descuentos en alojamientos, promociones y regalos.

Serán numerosos los carteles informativos que nos encontremos a lo largo de toda la ruta, en los que encontraremos información valiosa.

Pero si hay una diferencia entre los Caminos de Santiago y del Cid es, dejando la tradición a un lado, la manera en que están conformados. Dado el carácter religioso del Camino de Santiago, sus rutas eran tan numerosas como peregrinos partían a visitar la tumba del apóstol. El punto común de todas ellas era el punto final, la catedral de Santiago, pero los distintos caminos pueden partir desde sitios tan lejanos entre sí como el Francés, que comienza en Saint Jean Pied de Port, el Camino Mozárabe, que parte desde Almería, o la Vía de la Plata, que nace en Sevilla. Por contra, el Camino del Cid tiene un origen más moderno y secular, siguiendo las huellas de la leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar, caballero castellano desterrado por su rey. Utilizando las fuentes de las que se dispone, este camino trata de imaginar el itinerario que este caballero llevó, reconstruyéndolo gracias a lo que leemos en el Cantar del Mío Cid y los distintos documentos históricos que se conservan, engarzándolos entre sí hasta lograr un itinerario lineal que puede dividirse en tramos más cortos y temáticos.

Es así como nosotros quisimos emprender esta aventura, siguiendo el primero de los tramos o rutas en los que se divide este camino. En esta página ya detallo los diferentes itinerarios o rutas que comprenden el Camino del Cid, por lo que no voy a insistir en ello,  pero sí quiero daros más información sobre este tramo en particular. En mi caso, yo hice el viaje en bicicleta de montaña, utilizando mi vieja Kona Kula, una bicicleta rígida y de 26 pulgadas comprada en 2008. Con este tipo de bicicleta tendría la posibilidad de seguir los tracks oficiales que se pueden encontrar en la web www.caminodelcid.org y que se pueden descargar de manera gratuita. Para bicicleta existen dos itinerarios diferentes según se quiera ir por asfalto o por campo y asfalto. El track oficial para bicicleta de carretera cubre siete etapas (con una etapa prólogo de 12 kms y que va de Vivar del Cid hasta Burgos), en las que se recorren alrededor de 360 kms con una dificultad marcada como baja.  En cuanto a la opción que discurre por caminos las etapas se reducen en una, pasando de 7 a 6, pero repitiendo la opción de la etapa prólogo de 12 kms entre Vivar del Cid y Burgos, y se cubren casi 300 kms marcados como de dificultad Baja-media. Como resulta obvio, esta división es meramente informativa y cada cual puede alterarla según sus fuerzas, pudiendo utilizar más o menos días para completarla. Por mi parte, yo opté por aprovechar el track editado por Álvaro Hernández, un usuario de Komoot que, respetando el track original casi por completo, opta por alterar los puntos de partida y llegada de todas las etapas, reduciendo las mismas a 5 y diseñadas para bicicleta de gravel. Aunque ya lo contaré en otra entrada, puedo adelantar que seguir su versión del track fue todo un acierto.

De acuerdo a la versión de Álvaro Hernández las cinco etapas quedarían así:

Vivar del Cid – Atienza: 286 kms, 3680 metros de desnivel acumulado.

Etapa 1: Vivar del Cid – Covarrubias: 60,3 kms, 670 metros de desnivel

Etapa 2: Covarrubias – Alcubilla de Avellaneda: 57,5 kms, 830 metros de desnivel

Etapa 3: Alcubilla de Avellaneda – San Esteban de Gormaz: 63,8 kms, 730 metros de desnivel

Etapa 4: San Esteban de Gormaz – Berlanga de Duero: 58,1 kms, 700 metros de desnivel

Etapa 5: Berlanga de Duero – Atienza: 54.3kms, 840 metros de desnivel

A pesar de que yo utilicé tanto la App Komoot como el ciclo-computador Bryton 420 para seguir la ruta, la misma se encuentra perfectamente señalizada y no es sencillo perderse. Es más, puedo adelantar que, en los momentos en los que perdí de vista el camino fue más por culpa mía de no fijarme bien y dejarme engañar por cierta lentitud de los medios tecnológicos con los que contaba que por ausencia de señalización. Los puntos indicadores del camino, ubicuos y bien situados, seguían la tipología internacional (2 círculos y un triángulo de dirección) al indicar la variante BTT. Además, podemos encontrar por todos lados los postes indicadores del Camino del Cid -un cuadrado rojo con un dibujo del Cid y el lema Ego Ruderico, reproducción de la única firma del Cid que se conserva-, además de contar con la App del camino y un visor cartográfico en el que se actualiza cualquier posible incidencia que el ciclista pueda encontrarse.

Será difícil despistarse del camino a seguir, pues el Cid estará por todos lados para ayudarnos a encontrar nuestro rumbo

Ya solo queda comenzar nuestra aventura. El Camino del Cid parece estar creciendo en fama y este mismo año la periodista especializada en ciclismo Ainara Hernando ha realizado el trayecto en una serie documental para TVE. Os dejo el link para que le echéis un vistazo, cosa que yo no hice pues preferí descubrir todo lo que me iba a encontrar en el momento mismo en el que lo tuviese delante. Ya solo falta embutirse en la licra, enganchar las calas y salir pedaleando a encontrarme con esa variación térmica de alrededor de 20 grados, con respecto a mi zona de residencia, a la que me tuve que enfrentar en la primera etapa.

Billete de Ida – Jonathan Vaughters

Si en una entrada anterior escribía sobre la biografía de un ciclista que, por lo que yo observo, apenas tiene detractores en el mundo del ciclismo, en esta ocasión toca escribir sobre un exciclista que, con bastante probabilidad, sea uno de los personajes más peculiares de este mundo. Y de los que peor caen, al menos de primeras. Desde luego, a determinados personajes “expulsados” de este mundo les sangra la úlcera ante la mera mención de su nombre. Estoy hablando de Jonathan Vaughters, uno de los personajes más extravagantes y raros que ha formado parte del pelotón.

Cuando Eneko Gárate, editor de Libros de Ruta, me encargó la traducción de este libro, no pude evitar cierta sensación de desazón… ¿el bicho raro ese? ¿el del récord de la subida al Mont Ventoux propulsado por el combustible U.S. Postal? ¿El director del Garmin, ese equipo de exdopados? ¿Ese que todos los años parece estar al borde de quedarse sin equipo porque nadie quiere patrocinarlo? Sin embargo, puedo decir que, tras terminar la traducción no solo disfruté muchísimo del proceso, sino que incluso veo ahora al personaje Vaughters con otros ojos bien distintos, y su estructura se ha convertido en un equipo al que me gusta ver ganar. Digamos que este Vaughters es alguien a quien hay que conocer para poder juzgarlo con mayor conocimiento de causa, porque menuda vida ha llevado.

Puede que no sea un personajazo como Floyd Landis, y desde luego que era la antítesis de Lance Armstrong, con quien desde la adolescencia comenzó a chocar cornamentas; pero no puede negarse que tiene una de las historias más pintorescas que ha llevado ciclista alguno. Hijo único de un matrimonio con raíces menonitas – aunque se criara alejado de esta doctrina, a diferencia de Landis – residente en un barrio del extrarradio de Denver, desde niño tuvo dificultades para entablar amistades, mostrando tendencia a la soledad  y al desarrollo de diferentes tendencias obsesivas con aquello que le interesa. Por ello, el aislamiento que le ofrece la bicicleta se convierte en el escenario perfecto para alguien tan retraído. De físico enclenque -era el típico niño con gafas tirillas y esmirriado-, no se deja amilanar por los fríos inviernos de su estado natal ni por el acoso al que le someten los compañeros de instituto que lo identifican como el «marica» que va a todos lados con ropa de licra ajustada sobre una bicicleta. Entrenando con adultos, acaba convirtiéndose en uno de los ciclistas más prometedores de un deporte que, en ese momento, apenas tiene seguimiento en su país, pero que se está convirtiendo en una olla a presión que explotará en unos pocos años ante el empuje de varios compatriotas que harán historia en un deporte tan europeo… y con el que casi acaban. A partir de ahí, su paso al profesionalismo europeo durante la explosión de la Época Dorada del dopaje y de la mano del peor equipo español del momento – una amalgama de ciclistas que acaban de huir de la disolución de la URSS, jóvenes españoles y él, Jonathan Vaughters, un americano extraño al que se le presupone el motor de un Ferrari – y que desaparece cuando la persona que lo financia se ve envuelta en un escándalo de drogas justo antes de que Vaughters debute en la Vuelta a España; regreso a EEUU sabiendo ya lo que hay que saber, fichaje por US Postal donde compartirá tiempo con Lance Armstrong y paso al equipo francés Credit Agricole del que acaba saliendo para retirarse del ciclismo, hastiado por la cultura del dopaje que empantana el deporte, para luego regresar como director deportivo.

A lo largo de todo el libro la presencia de Lance Armstrong va paralela a la del propio Vaughters, por eso hay partes del mismo que ya resultan conocidas para muchos lectores y aficionados del ciclismo. Y, aunque no deja de resultar interesante la visión en primera persona que da el de Colorado sobre todo el asunto Armstrong, a mí la parte que más me atrajo del libro fue todo lo que tiene que ver con la creación y la dirección de un  equipo ciclista profesional. Esto no significa que la parte de la infancia no sea interesante; al contrario, la etapa formativa siempre me parece crucial para comprender al personaje que se hará famoso después, y en este caso más todavía. Pero, al menos para mí, su interés queda eclipsado por esa parte de gestión de un equipo, por mucho que el desarrollo de sus años formativos ocupe una extensión similar al de la gestión. Así, aprendemos el proceso que siguen las estructuras en su crecimiento, cómo llegan a convertirse en parte de la élite y lo mucho, muchísimo que cuesta mantenerse en ella. En eso Vaughters tiene un máster, como en sacar gran rendimiento de plantillas que parecen prometer poco e inventarse nuevas formas de vender su marca, alejándose en ocasiones del canon del profesionalismo ciclista. Los equipos ciclistas venden su identidad al mejor postor, y en ocasiones encontrar ese postor resulta imposible. Por ello hay ocasiones en que se ven obligadas a fusionarse unas con otras, o se ven obligadas a intentar vender esa identidad admitiendo que no son capaces de luchar contra otros equipos todopoderosos, como lo fue Sky, hoy Ineos, o las estructuras caprichos de magnates o príncipes de la península arábiga. Resulta emocionante, a la par que desasosegante, el capítulo en el que narra cómo consiguió vender, sobre la bocina, la estructura al actual patrocinador, Education First, logrando con ello mantener al equipo en la élite. Y el peaje personal que se cobró esto.

En definitiva, un libro que me sorprendió sobremanera cuando trabajé en él. Para nada esperaba encontrarme las cosas que descubrí en su interior. No esperaba traducir que su propio director deportivo le robó a Vaughters su bicicleta para que no pudiera participar en una Vuelta a Burgos, como tampoco esperaba leer la franqueza con la que habla de determinados personajes actuales – y todopoderosísimos – del ciclismo, ni la angustia que puede crear la búsqueda de un patrocinador. En este contexto, recuerdo un tweet de 2016 en el que Oleg Tinkov se reía del gafapasta de Colorado mientras este buscaba, desesperado, un nuevo patrocinador. Bueno, dos años después el equipo Tinkoff desaparecía y Vaughters seguirá en la brecha en 2023.  Está claro que hay muchas cosas que se han omitido, que no habla de algunos éxitos conseguidos por ciclistas bajo sospecha en un equipo que es el abanderado de la transparencia, pero, con todo, te queda una idea meridianamente clara de quién es Jonathan Vaughters. Y en el libro cuenta el motivo exacto por el que Jonathan Vaughters es Jonathan Vaughters, ese tipo tan raro y que tan mal cae. Pero si quieres saberlo, tendrás que leerte toda la obra, porque ese secreto se desvela casi al final; y tiene un motivo muy concreto. Por cierto, como este libro apareció en pandemia, os dejamos un enlace a la presentación vía conferencia que hicimos tanto de esta obra como del magnífico Pedaleando en el Infierno, de Jorge Quintana, un libro que recomiendo, pues me lo leí en dos días, de lo mucho que me enganchó, además de contar con la compañía de Raúl Pérez, uno de los autores que formaban parte de la colección de libros El Afilador.

Puedes encontrar un ejemplar en la web de la editorial, libros de ruta, y también en Amazon y, si no puedes adquirirlo, siempre podrás pedirlo en tu biblioteca municipal. Además, os dejamos los enlaces de las librerías del continente americano donde podéis encontrarlo:

ARGENTINA
https://www.cuspide.com
https://www.buscalibre.com.ar

COLOMBIA
https://www.librosderuta.com.co
https://libreriagrammata.com
https://www.buscalibrecolombia.com
https://www.libreriadelau.com

MÉXICO
www.gandhi.com.mx
https://www.gonvill.com.mx

PERÚ
https://www.iberolibrerias.com
https://www.crisol.com.pe

URUGUAY
www.libreriapocho.com.uy
mercadolibros.uy

 

Mauricio O las Elecciones Primarias – Eduardo Mendoza

Desde hace ya muchísimos años, cada vez que alguien me preguntaba por mis autores favoritos siempre mencionaba a Hemingway y, en español, Arturo Pérez-Reverte. Esto, sobre todo en lo tocante al autor del Capitán Alatriste, provoca que muchos saquen conclusiones inmediatas y, a menudo, erróneas sobre mi manera de pensar o de ser. En fin, quien esté libre de prejuicio que tire tomate a un cuadro de Van Gogh. El caso es que en los últimos tiempos me he dado cuenta de que, en realidad, hay otro autor español con el que siempre he disfrutado más incluso, y del que siempre me apetece leer cosas nuevas: Eduardo Mendoza.

Como nos ha pasado a muchos, supongo, descubrí a Mendoza a los 15 años, cuando nos mandaron leer El Misterio de la Cripta Embrujada en el instituto. Ya por entonces fue toda una sorpresa descubrir un autor que no fuera de literatura juvenil y que sonase tan divertido. ¿Cómo olvidar esa mención a cierto rizo de una futura desposada? Inocentes como éramos, jamás pensamos que alguien pudiera escribir algo así, que se pudiera escribir esas cosas. El caso es que con los años llegaron, como no, Sin Noticias de Gurb, La Ciudad de los Prodigios, La Verdad Sobre el Caso Savolta, (casi) toda la saga del detective loco y su deleite por la pepsi cola, -que me ha llevado a estar convencido de que el mayor crimen perpetrado en el cine español es que Eduard Fernández nunca se pusiera en la piel de este personaje-; en fin, casi todos sus libros han pasado por mis manos.

Siempre me ha encantado esa ironía que destila, como por ejemplo, cuando en Riña de Gatos presenta a la protagonista femenina enumerando su aristocrático y kilómetrico nombre para rematar «aunque todo el mundo la llamaba Paquita«; o la habilidad con la que entremete la ficción en los hechos históricos, además de la solidez que, por lo general, tienen sus personajes, que suelen resultar bastante graníticos en ese sentido.

El caso es que hace unas semanas me leí uno de los pocos títulos que me faltaba, Mauricio o las Elecciones Primarias y he de admitir que resultó un pequeño chasco. Hacía tiempo que no leía al gran Mendoza y puede que lo retomase con su título más flojo, al menos de lo que me he leído. Con todo, he de admitir que el libro no deja de resonar en mi cabeza. Cuando leía la obra crecía en mí la sensación de que, o bien se me escapaba algo, o bien esta era una buena idea mal llevada a cabo. Me resistía a admitirlo, pero, al final, me parece que era esta segunda opción.

La acción se sitúa tras la llegada de la democracia, cuando Mauricio, un joven dentista, se encuentra en la clínica donde trabaja con un acaudalado excompañero de colegio.

A partir de este punto he de advertir al hipotético lector de que voy a contar de qué va el libro, así que el destripe (spoiler el que te voy a dar por usar un barbarismo sin sentido) va a ser de aúpa; continúe bajo su responsabilidad.

Tras una cena entre ambos, Mauricio recibe la invitación para ir a una fiesta. Allí conocerá a una chica y le presentarán a dos miembros del PSC que le propondrán rellenar las listas a las siguientes municipales. En campaña, conocerá a varios personajes peculiares, como a un cura rojo y borracho, a un desengañado militante socialista de los tiempos de la clandestinidad y a una cantante de rancheras que había sido toxicómana años antes, la Porritos. Mientras Mauricio trata de consolidar una relación con Clotilde, la chica de la fiesta, acaba manteniendo otra relación paralela con la Porritos, hasta que se sabe que esta había contraído el SIDA. El libro termina con el entierro de la Porritos el mismo día en que Barcelona es declarada ciudad olímpica.

Tras darle algunas vueltas, creo que en realidad este libro simboliza la pérdida de esa fe en el PSOE/PSC que gran parte de la sociedad española sufrió cuando se dio cuenta de que, en muchos aspectos, hemos seguido igual que durante la dictadura. La Porritos simbolizaría esa fe. Es una chica tan atractiva como mala cantante de rancheras, que ha llevado una mala vida hasta el cambio de régimen, momento en el que ha dejado atrás las drogas gracias a la ayuda del cura rojo. Su enfermedad simbolizaría la lenta agonía del ideal. Al final, la corrupción, el interés de unos pocos, acaban con todo atisbo de esperanza, de ahí la muerte de la Porritos el día antes de que Barcelona se anuncie como sede Olímpica; y del ladrillazo.

Por su parte, Mauricio representaría, bajo mi opinión, al PSOE/PSC. Es un joven que durante sus años de universidad simpatiza con el comunismo, pero siempre de manera superficial (recordemos que los Felipe González y compañía eran también jóvenes de familias más o menos acomodadas que acabaron olvidando muy pronto el ideario que decían defender). Aunque tiene ideales de igualdad, no deja de venir de una familia aburguesada y, pese a no ser dado a los lujos, mantiene una posición desahogada gracias a un trabajo próspero. Más todavía cuando, gracias a la ayuda de su antiguo compañero de colegio -la vieja España del poder- consigue un crédito para abrir una segunda consulta en sociedad junto a un antiguo compañero de clase, que además es un putero (¿socialistas asociados con puteros? ¿De qué me suena?). A las elecciones se presenta como final de lista más por curiosidad que por convicción, y a petición de unos mandos organizativos del partido que no saben de dónde sacar caras y que prefieren poner a pequeños burgueses como Mauricio antes que a militantes de verdad, esos que organizan los mítines. A este respecto, me llamó mucho la atención un pasaje de un párrafo. Decía en un mitin un vecino de un barrio obrero: “Estuve en la batalla del Ebro, luego seis años en un penal y ahora vienen a prometernos una guardería infantil y dos paradas de autobús”. Creo que nadie ha descrito mejor la deriva del socialismo europeo que Mendoza en esa frase. Y ahí es donde encaja Mauricio. Poco a poco se le queda pequeño su viejo coche y desea uno mejor, que será un descapotable que no quiere dejar aparcado en el barrio obrero de la Porritos por si se lo roban; se debate entre Clotilde -una joven y pragmática abogada que consigue su empleo gracias a la influencia de un familiar de derechas y poderoso-, y la Porritos, que encarna la calle, la necesidad verdadera del pueblo, cuya esperanza en el socialismo muere en manos de personajes abúlicos como Mauricio y los mandos organizativos del partido, más preocupados en medrar, en llegar a Madrid, símbolo del cénit político. Todo ello sin dejar jamás el cinismo. Hay un momento en el que Clotilde siente la necesidad de enfrentarse a la Porritos para hacerse de una vez con Mauricio (aunque la suya nunca ha parecido una relación apasionada; se quieren, pero podrían querer a cualquier otro, como parece pasársele a Clotilde por la cabeza con un abogado suizo, y como le pasa a Mauricio con la Porritos). Ya digo que, en este triángulo, Mauricio se debate entre el idealismo y el pragmatismo, pero hasta que el idealismo no muera por completo el pragmatismo no tendrá vía libre. Y cuando Clotilde trata de cerrar esa lucha se encuentra a una Porritos que prácticamente yace muerta ya, y ante cuya decrépita visión se desvanece todo temor y rencor. Me parece muy poderosa la carga significativa de este encuentro entre ambas. El fin del socialismo y el abrazo de esa socialdemocracia que tiene más de política conservadora que de socialismo. No hay que olvidar que Mendoza publica este libro en 2006, cuando Zapatero llevaba tres años en la Moncloa y todos los que votamos por él teníamos claro ya que nada iba a cambiar con Bambi.

Por lo demás, hay personajes que no termino de descifrar; no entiendo la presencia de la prometida de Fontán, el excompañero rico de Mauricio, ni el peso que tiene la relación de esta con Clotilde… mucho menos el momento “¿Nos comemos los chichis?”. Como no sea la aspiración del pragmatismo socialista a emular a la derecha y lo cómodo que se ha acabado sintiendo con la nobleza, no lo entiendo… tal vez la extrañeza de Labordeta en su libro Memorias de un Beduino en el Congreso, ante los desaforados aplausos de la bancada socialista a la llegada de los reyes, sirva de pista. Tampoco entiendo para nada la presencia del filosófico primo Rubén, que aparece desde Israel para liarse con la prima pija de Clotilde y hablarnos del conflicto palestino. El detective Cervello podría ser esa cloaca villarejiana que tan de moda está, y que tan controlados parece tenernos. Más allá, no lo sé.

En definitiva, un libro que no es, para nada, la mejor obra de Mendoza, pero que, cuando se le somete a un estudio más detenido, tiene muchísimo más de lo que en un primer momento parecería. Ya digo, durante los días que tardé en leerlo siempre tuve la sensación de no entender de qué iba todo aquello, pero no he dejado de pensar en ello ni mientras me leía otro libro diferente. Merece la pena leerlo por tratar de identificar qué es lo que Mendoza intenta decirnos, de manera menos brillante que otras veces; y también porque es Mendoza, qué coño, y un mal libro suyo da mil vueltas a un porcentaje considerable de las mejores obras de otros autores. En todo caso, y en cierto sentido, si es correcta mi interpretación de que este libro va sobre el desencanto que supuso la deriva del PSOE/PSC, ¿no sería de una exquisitez retorcidísima que el libro carezca de esa brillantez porque esté intentando emular el cartón piedra al que quedó reducido este partido?

Merckx, Mitad Hombre, Mitad Máquina – William Fotheringham

En la mayoría de deportes – me atrevería a decir que en todos – llega un momento dado en el que irrumpe una figura que se convierte en campeón y dominador absoluto, trascendiendo las fronteras de su propia disciplina después de cambiarla por completo. Tras ello, y con el lustre del paso del tiempo, estas figuras se convierten en mitos eternos indiscutibles. En el fútbol se suele señalar a Pelé. En boxeo, solo quien haya recibido demasiados golpes le negaría este estatus a Muhammad Ali, quien por otro lado se convirtió en símbolo también por cuestiones ajenas al deporte. En baloncesto está Michael Jordan, aunque ahora muchos quieran equiparar a Lebron James con his airness; a mí me da igual, yo siempre fui y seré de Magic. En cuanto al ciclismo, en España la prensa nacionaldeportista creó tal ruido alrededor del grandísimo Miguel Indurain que todavía hoy mismo que escribo estas líneas, en la resaca de la despedida de Valverde, he leído a algunos que afirman, sin el rubor que les impide dejar de hacer el ridículo, que esta figura de super-mito le pertenece al campeón navarro. Pero no nos engañemos, el ciclista más grande de la historia fue, es y siempre será Eddy Merckx, el Caníbal.

En este libro, Merckx, Mitad Hombre Mitad Máquina,  escrito por el británico William Fotheringham – uno de los más reputados escritores del mundo ciclista -, el autor intenta diseccionar la vida y, sobre todo, la psicología de un niño tímido y gordito que un día le dice al ayudante de la tienda de ultramarinos de sus padres, ciclista profesional en esos finales cincuenta en los que apenas los más grandes podían vivir solo de dar pedales, que quería ser cómo él. Fotheringham ha escrito otros libros que son auténticos superventas ciclistas, como Put Me Back On My Bike, la biografía – sorprendentemente no publicada todavía en español – de Tom Simpson, el ciclista cuya muerte en el Mont Ventoux en pleno Tour de Francia de 1967 desembocó en la implantación de los controles antidopaje… aunque solo con la puntita, todo sea dicho; también son suyas las biografías de los otros dos mitos más rutilantes del ciclismo clásico, Coppi e Hinault, cuyas obras forman una especie de trilogía de los principales dioses ciclistas junto a la de Merckx. También es de Fotheringham la traducción al inglés de la deliciosa autobiografía de Laurent Fignon Éramos Jóvenes e Inconscientes, publicada en español por Cultura Ciclista. Hay que destacar que no escribió ninguna sobre Indurain, aunque puede que eso sea porque quien lo hizo sería su hermano Alasdair, que para eso habla español. Parece que en la familia Fotheringham todos son apasionados del ciclismo, razón por la que dentro de unos libros nos encontraremos de nuevo con William y conoceremos la primera obra de Alasdair. Alasdair, ¿Se puede tener un nombre más británico?

Volviendo a este Merckx, publicado por primera vez en el Reino Unido en 2012, se ven los rasgos que definen a William Fotheringham como autor. Tengo que  admitir que no es mi escritor favorito a la hora de traducir, lo que no significa para nada que me parezca mal autor. Al contrario, es muy bueno, diría que es el escritor cuyo estilo me resulta más depurado de todos los que he traducido, excepción hecha, por supuesto, de Tim Lewis, de quien ya hablamos en esta otra entrada. El problema que tengo con William es que lo encuentro muy frío, me acaba dando la sensación de que pretende que cada una de las frases que escribe resulten de una trascendencia vital para la literatura deportiva; y esto hace que en ocasiones me resulte un tanto engolado: “No quería saber cómo Merckx llegó a ser el más grande. Mi pregunta era ¿por qué?”. Si lo comparamos, por ejemplo, con Juliet Macur en La Rueda de la Mentira, en el que la escritora del New York Times se empeña en adoptar un enfoque tan aséptico que acaba poniendo en ocasiones de relieve sus fobias y filias respecto a las personas de que habla, vemos un estilo que no puede ser más diferente. Ambos tratan de ser objetivos hasta el punto de que pueden resultar fríos, pero mientras que una tiene una prosa directa, el otro se acaba enmarañando en oraciones que pueden resultar largas en exceso. Y, pese a que siempre sale airoso de esta complejidad léxica que tanto contrasta con la simplicidad que se ve en tantas obras actuales, a veces da la sensación de que William Fotheringham trata de esforzarse demasiado en alcanzar la misma grandeza mostrada por aquel de quien está escribiendo. Y ojo, esto no es para nada malo, denota el enorme respeto que tiene tanto por sus lectores como por la persona sobre la que escribe y su propio trabajo. Pero ya digo, a veces, mientras traduzco sus libros, me dan ganas de decirle “William, eres un magnífico escritor, pero esto es solo ciclismo; es un asunto serio, pero si le quitamos la parte de diversión, de locura, acabamos convirtiéndolo en una marcha de la infantería prusiana”.

También es cierto que en esta ocasión está escribiendo sobre alguien que era casi un Terminator, y resulta complicado sacarle el lado humano al Merckx Caníbal. Cuando un año más tarde traduje la biografía que el mismo Fotheringham realizó sobre Hinault, esta no rezuma tanta frialdad. Y, pese a todo, resulta de alabar cómo consigue que lleguemos a conmovernos en algunas partes del libro, como al escribir sobre ese Merckx que se da cuenta de que ya no es el mejor, primero, o del que caerá después en depresión cuando se baja de la bicicleta. También nos muestra la cara más sorprendente de la personalidad de Merckx cuando él mismo queda boquiabierto al comprobar que el mayor ciclista de todos los tiempos ha dejado sus quehaceres cotidianos para ir a recibirle al aeropuerto personalmente. Durante todo el libro Fotheringham trata de comprender la manera de pensar de Merckx, por qué ataca cuando tiene las carreras más que ganadas en lugar de quedarse guardando fuerzas, por qué reaparece mucho antes de lo recomendado después de aquel accidente en el velódromo de Blois en el que estuvo cerca de perder la vida, como le sucedió al piloto de la derny que le marcaba el ritmo.

Por último, otra de las cosas que me dan – llamémosle – rabia de Fotheringham es la manera que tiene de pasar de puntillas sobre el dopaje. Merckx da positivo en dos ocasiones a lo largo de su carrera, pero en el libro no vamos a ver la más mínima sombra de sospecha, pese a que se traten ambos positivos. En el primero, el que le priva de ganar su segundo Giro, Merckx es víctima de una manipulación, es una injusticia la que le priva de esa victoria, por ejemplo. Del segundo apenas se hace mención más que de pasada, creo recordar. Y esto sí es algo que me molesta, puesto que, no sé si será por la influencia de otros autores que he traducido como David Walsh o Paul Kimmage, no considero que se le haga ningún bien al ciclismo cuando se mira para otro lado. Tampoco soy de los que sospechan de cualquier ciclista que gana, esos para los que cualquiera que se sube a una bicicleta y consigue una victoria se convierte, de manera automática, en sospechoso. Creo que hay un justo término medio, y está en admitir que ese problema existe y seguirá existiendo, en no aceptar de buen grado las marcianadas que todavía se siguen viendo de cuando en cuando, sino mantener un aire de alerta que frise en la desconfianza, pero nunca en la acusación infundada. En esto, al menos en las dos obras que he traducido de William, admito que veo una gran falta. No sé si es porque todavía son obras escritas en los años en los que se terminaba de salir de cierto pozo en el que se sumió el ciclismo en los 90 y durante la década siguiente, o porque el propio autor fue ciclista amateur en Francia durante los 80 y siente de alguna forma la omertá como algo a respetar, pero al final no me parece muy adecuado hacer malabarismos para defender que la causa de la muerte de Tom Simpson no solo se debe a que llevara en un bolsillo dos tubos de 10 anfetaminas cada uno en los que apenas quedaban dos. Hay que respetar al personaje sobre el que uno escribe, pero más todavía hay que tener claro que los seres humanos nos equivocamos y no hay por qué disfrazar los errores que cometemos, por fatales que puedan ser.

En todo caso, tampoco quiero que quede una mala impresión de este libro, porque no es un mal libro. Es una grandísima biografía del ciclista más grande de todos los tiempos, y en ella vamos a encontrar una descripción magnífica del personaje que acabó convirtiéndose en el Caníbal del ciclismo. Olvidaos de que el estilo de William Fotheringham no termine de seducirme, porque lo cierto es que es un estilo tan bueno que lo que me pasa, en realidad, es que me resulta mucho más complejo de traducir, y por ello me cuesta más. Y hay que tener en cuenta que para un autónomo el tiempo es dinero. Egoístamente, me sale más rentable traducir libros con un lenguaje sencillo, y cuando uno se enfrenta a un estilo tan rico como el de William Fotheringham, al final acaba siendo un poco cansado cuando llegando al final del libro te sigues encontrando oraciones de varias líneas. Pero su complejidad no es nada gratuita. Al final, yo también utilizo frases más complejas de lo que se estila. William es de los míos, solo que él escribe infinitamente mejor que yo y es uno de los principales y mejores autores del ciclismo, por lo que todo lo que escriba siempre merecerá la pena. Así que, si me preguntáis si merece la pena leer un libro en el que se conjugan Merckx y William Fotheringham, mi respuesta es que estáis tardando en tenerlo entre las garras. Y como tardéis demasiado, lo más fácil es que el Caníbal os deje atrás, como ha hecho siempre con todo el mundo.

Podéis encontrar el libro en la web de la editorial; también en Amazon, Casa del Libro, vuestra librería habitual y, en Colombia, en Moovil. Y, si por cualquier motivo os resulta imposible comprarlo, por lo que sea, solicitad que vuestra biblioteca municipal adquiera una copia. Es un servicio 100% legal que prestan las bibliotecas públicas y siempre será más respetable que la piratería.

 

 

Escapadas – Euan Ferguson

¿Sabrías decirme qué tienen en común Mark Twain, uno de los padres de la literatura norteamericana, con Alfonsina Estrada la hija de un granjero de Emilia? ¿Y qué podría emparentar a un herrero escocés de la mitad del siglo XIX con un chavalote  navarro nacido más de cien años después y que responde al nombre de Miguel Indurain? La respuesta es la bicicleta, y en el libro Escapadas, de Euan Ferguson, encontraremos la historia de estos cuatro nombres arriba indicados, además de la de otros muchos hasta completar la cifra de 50 personajes que, de una forma u otra, ayudaron a la expansión de la fama y el cambio en la percepción de la bicicleta.

Como resulta obvio, nos encontramos ante otro libro de batallitas en el que aparecen la mayoría de sospechosos habituales en este tipo de libros dedicados al ciclismo, además de que se nos cuenten algunas de sus gestas. Por supuesto que están Coppi y su némesis, Bartali, y como no podía ser de otra manera se nos cuenta, una vez más – y nunca serán suficientes – cual fue la mayor victoria de la carrera de Gino el Pío. También aparecen, ¡impensable que no lo hicieran! el Caníbal y el Tejón, Marshall “Major” Taylor y Greg LeMond, Bottecchia y Pantani, y la mayoría de grandes nombres de la historia del ciclismo de competición. Pero, junto a estos nombres reconocidos encontramos otros que no lo son tanto, conocidos solo por los iniciados en la historia de este deporte, y algunos ni eso.

¿Quién fue Frances Willard y por qué el suyo es uno de los nombres capitales, no solo en la historia del ciclismo femenino, sino de la todavía lejana igualdad entre hombres y mujeres? ¿Qué pinta un padre de la ciencia ficción como H.G. Wells en un libro de ciclismo? ¿Quién fue Marguerite Wilson y por qué tú, amigo y amiga que leéis esto y el domingo llegaréis antes de la comida a casa, derrengados y satisfechos de vosotros mismos por la larga ruta que habéis completado, jamás conseguiréis llegarle a la suela de los zapatos? El fuerte de este libro está precisamente en esos nombres que no son tan habituales. Todos sabemos quién fue Lance Armstrong y lo que hizo, ¿pero por qué resulta tan importante Andrei Kivilev y por qué le deben tanto todos los aficionados al ciclismo que usan la cabeza para algo más que para peinarla? El que pueda hacerlo, claro, que la genética es así de cabrona y no solo hace imbéciles a algunos, sino que encima nos hace alopécicos. Puede que a algunos les suenen los nombres menos conocidos de Dieter Wiedemann – de quien ya hablaremos en otra entrada -, Jean Bobet o Graeme Obree, todos ellos con su parcela en el olimpo del ciclismo de competición, pero no creo que muchos de los que piensen en hacer, en algún momento, un viaje del tan de moda bikepacking conozcan a George Nellis; ni sepamos ninguno quién fue Tessie Reynolds ni lo que le debemos al ponernos un culotte; sobre todo si eres mujer.

Otra de las cosas que se agradecen en este libro es, precisamente, el gran peso que le otorga al ciclismo femenino. Seamos sinceros, el problema de los libros de batallitas reside en que, por muy bien escritos y editados que estén, por muy bueno que sea el producto ofrecido, llega un momento en el que ya nos sabemos algunas de las historias que nos van a contar. Esto redunda en que, en muchas ocasiones, un producto que en otras circunstancias podría resultar de lo más novedoso, nos produzca cierta sensación de hastío. Yo, que tengo a estas alturas cuatro libros de este tipo traducidos, me encuentro con que he tenido que traducir algunas de estas anécdotas en cada uno de ellos, contadas de manera diferente. Que no se me malinterprete, como me decía un profesor en la Universidad, no se trata de que otros ya hayan contado lo que tú quieres contar, sino de cómo lo vas a hacer tú; siempre estaré agradecido de tener que traducir de nuevo, y las veces que hagan falta, estas historias, sobre todo por respeto al esfuerzo del escritor que ha intentado hacerlo lo mejor que habrá sabido. A lo que me refiero es a que al enfrentarte a historias nuevas, menos conocidas y que te hacen acostarte ese día con una nueva cosa aprendida, disfrutas de un soplo de aire fresco, y es ahí justo donde reside el fuerte de esta obra. Sí, están las historias de siempre, pero son esas otras historias menos conocidas las que le dan el valor excepcional a este trabajo. Y, dado que por lo general el universo femenino no ha tenido peso en el mundo de la literatura ciclista, más allá de las referencias que de vez en cuando aparecían a Beryl Burton o Jeannie Longo en otras obras, encontrar en un libro anecdotario que casi el 20% de las historias recogidas giran en torno a diferentes mujeres resulta estimulante. Y aunque en realidad sean muy pocas, comparativamente, es cierto que no desentonan con respecto a otras historias y nombres que han tenido que quedar fuera.

Por otra parte esto equilibra, en cierto modo, el fallo constante que suelen tener estos libros. Al ser traducciones del inglés el original suele estar pensado para el público británico o norteamericano, lo que provoca que siempre falten nombres que de otra manera resultarían obligatorios. Por ejemplo, una constante que me encuentro siempre en estos libros y que no dejaré de considerar imperdonable es que aparezca Bradley Wiggins pero no lo haga Alberto Contador. Pero claro, el libro es británico y yo me crie a 500 metros del pistolero de Pinto, puede que se me pueda acusar de tampoco ser ecuánime… pero es que Wiggins ganó un Tour, y el resto de sus logros han sido en pista o en la contrarreloj de mundiales y Juegos Olímpicos, mientras que cada cual podrá escoger si Contador ganó 7 o 9 Grandes Vueltas. Y cuando digo Contador digo Nibali, digo Bugno, digo Jan Ullrich, digo Tom Boonen, digo Rik Van Steenbergen… hay decenas de nombres que, por sus méritos, podrían aparecer en lugar del patilludo de Gante en este tipo de libros. Pero ya decimos, es un producto británico para un público británico, y queda patente. Esto no quita para que, con todo lo expuesto más arriba, el libro merezca muchísimo la pena. Cada uno de los anecdotarios que he traducido resultan impresionantes por algo; La Historia del Ciclismo en 80 Días lo es por las ilustraciones; Maillots Ciclistas lo es por contarnos la historia de la prenda más característica y reconocible del ciclismo; y este libro lo es por la elección de la mayoría de sus protagonistas y lo cuidado de sus textos. Por cierto, siempre digo que lo que encuentro más complicado a la hora de traducir estos libros es que tengo que meter el texto en el mismo espacio en el que entra la redacción original. En este caso no os imagináis el desafío que supuso. Aunque siempre puede complicarse todavía más, como pasaría unos años después. Aunque ya llegaremos a eso.

Podéis encontrar el libro en la web de la editorial; también en Amazon, Casa del Libro, vuestra librería habitual y, en Colombia, en Moovil. Y, si por cualquier motivo os resulta imposible comprarlo, por lo que sea, solicitad que vuestra biblioteca municipal adquiera una copia. Es un servicio 100% legal que prestan las bibliotecas públicas y no todo el mundo lo conoce.