PSEUDO APOCALIPSIS
Después de la caída energética, o el gran apagón, como va a ser recordado, teníamos que volver con un microrrelato (actualización: se me ha ido de las manos). Lo que he vivido debo compartirlo.
Ayer David se fue con la furgo por cuestiones laborales, vive en ella entre semana y fue de las pocas personas que el día 28 de abril pudo tener luz en su vivienda.
Yo no pude hablar con él cuando se apagó todo, pero saber que tenía luz ya fue suficiente para quedarme tranquila, y cabrearme con él en la distancia por pura envidia.
Yo tenía cita en el hospital, salí de consulta con mi informe sobre las 12:30. Y cuando decidía si subir por el ascensor a reclamar una cita de otro especialista (en la última planta), pensé en dejarlo para otra ocasión y la luz se fue. Siempre bajo por las escaleras, y me topo con una o dos personas, pero ayer estaban llenas de gente y mi mente divagó hacia un capítulo de The walking dead.
Creí que era algo temporal del hospital, pero cuando fui a otro de mi zona, por otra cita que debía reclamar también (sí, estoy hecha una mierda, demasiado mal como para sobrevivir a un apocalipsis), y comprobé que estaban igual, empecé a sospechar algo. Cuando el personal de admisión me dijo que estaba así en toda España, me preocupé un poco, pero seguí pensando que era un problema del distrito de salud. Llamé por teléfono y no había señal, mi reloj y el móvil marcaban las 13:00, pero en realidad eran las 14:00. Al parecer en un apocalipsis la puta hora de verano desaparece por fin y volvemos a la de verdad.
Cuando no conseguí contactar con nadie es cuando me percaté de que había sido un apagón general y me preocupé algo más: que se vaya la luz, vale, ¡pero que se vayan los datos de internet!
Visité a mis padres, como supongo que mucha gente, para comprobar que estaban bien y de paso enterarme de algo más. En la radio mi padre había escuchado que había sido en España y Portugal. Todo muy raro. Mi hermano, desde otra provincia, los llamó y mi padre empezó a decirle por teléfono que esto se veía venir, porque todo depende de la tecnología y él sabía que cualquier día un loco nos dejaba incomunicados y nos íbamos a tomar por culo. Yo de fondo le insté a mi padre a que se dejara de profecías de las que podría haber avisado antes y preguntase a mi hermano si sabía algo más, o si los zombis iban a llegar. ¡Algo útil!
Después de comprobar que todo estaba bien, y decirles que no abrieran a nadie, me fui a mi casa a ver a Mulder. Mis padres tienen una nevera y un congelador independientes, donde caben dos muertos de pie, así que están preparados para aguantar en casa sin salir una temporada. Pueden ir comiéndose todo lo de la nevera durante los siguientes dos días antes de que se ponga mala la comida refrigerada y, aunque tienen vitrocerámica y ningún fogón de gas para emergencias, confío en que mi padre será capaz de hacer una hoguera en el salón si hiciera falta.
Al llegar a casa empecé a ser consciente de la histeria colectiva. Las vecinas hablaban en la escalera, los niños jugaban entre ellos…y la gasolinera en frente de casa tenía cola de coches a pesar de ser de las más caras de la zona. Es una pequeña, con dos surtidores, y una entrada y salida problemática. Hubo un momento en que los que terminaban no podían salir porque estaban otros haciendo cola para entrar, un uroboros de petróleo. Hubo gente llenando garrafas de gasolina, y vi asombrada cómo aparecía de entre el bullicio una señora portando a cada mano una garrafa de agua de 8 litros (¿hay de más? Porque parecían de 80 litros) con un líquido amarillento dentro, mientras un señor en el todoterreno esperaba pacientemente a que llegara. ¿Es cierto esto que estoy viendo? Vale que haya caos y que vendan gasolina a alguien que ha llegado con garrafas de agua, pero ¿por qué no bajas a ayudar a tu mujer en el puto apocalipsis?
Después de eso, yo seguía tranquila porque acabábamos de hacer una compra en el súper y en casa tenemos todo a gas: podía cocinar y darme una ducha caliente sin problema. Además, qué placer sería leer en calma sin escuchar la tele del vecino. Pero estaba desinformada, así que me acerqué al chino a ver si había radios pequeñas a pilas. Me seguía sorprendiendo cuánta gente tenía dinero en efectivo suficiente como para echar gasolina y preguntándome por qué a todo el mundo le había dado por viajar en un apagón nacional. ¿O quizá tienen todos cortijos o búnqueres donde pasar una nueva cuarentena? Mientras me preguntaba esto, me crucé con una pareja de mediana edad que decía: “Tienes que pagar en efectivo”, y la otra: “Sí, he cogido el dinero de mamá”. Vale, ahora ya supongo por qué todo el mundo fua a visitar a sus padres, la gente mayor debe ser la única que aún va a las oficinas cada vez que cobra la pensión a sacar dinero en efectivo para todo el mes.
Yo tenía 15 euros en el bolsillo y el coche con medio depósito, pero estaba más tranquila que la mayoría. En el chino, ¡oh, sorpresa!, todo estaba a oscuras y lleno de gente. Me di una vuelta y me topé con luces de móvil mientras yo el mío lo había dejado apagado en casa para ahorrar batería, no sé muy bien para qué. Así que intenté ver en la oscuridad a lo Edmond Dantés. Me sorprendió más no ver a nadie aprovechando la coyuntura para robar. Todo el mundo estaba haciendo cola con sus luces a pilas. Así que me fui a casa sin nada.
Dispuesta a leer en paz empecé a escuchar un ruido raro que procedía de la calle. La tienda de productos agrícolas de en frente había puesto un generador en la acera y estaba abierto. Supermercados cerrados, farmacias cerradas, bares cerrados, hospitales sin servicio, pero aquí un señor había considerado que era un bien de primera necesidad mantener su tienda abierta y en funcionamiento con un generador de ruido infernal. Supongo que dedujo que mucha gente necesitaría comprar sierras mecánicas para aprovechar la gasolina que acababan de adquirir tras horas de espera. Empecé a preocuparme de verdad, y plantearme si poner mi plan en marcha (el que tengo para un posible apocalipsis: asaltar la tienda de caza y pesca primero, y después la farmacia para sobrevivir algo más a pesar de mis enfermedades), pero mantuve la calma. Desistí de leer y me puse a ver en mi portátil (mientras aprovechaba para cargar en él mi móvil apagado y sin servicio) capítulos de The Walking Dead. Porque en casa no tenemos luces a pilas o que se carguen por usb (en la furgo sí, de más, espero que David las aprovechase todas), ni radios a pilas, pero sí tenemos capítulos de TWD descargados. Así que eso hice toda la tarde, tomando notas por si acaso: comprar un bate de béisbol y añadirle alambre de púas alrededor para el próximo intento de apocalipsis. Y una radio a pilas. De las botellas de 8 litros de agua vacías, paso. No tengo tanta fuerza aún para cargar con ellas mientras David me espera en la furgo.
Cuando acabé la temporada, saqué a Mulder. Eran ya las 8 de la tarde, así que llegaríamos a casa de noche, pero después de TWD me sentía preparada para todo. Sorprendentemente había un súper abierto que funcionaba con normalidad, serían los pobres empleados de dicha marca los únicos afortunados que pudieron trabajar esa tarde. Y de qué manera. La gente entra en pánico muy rápido, eso he aprendido de este apagón. La política del miedo es muy eficiente: cuidado con los ocupas, pon una alarma, compra viviendas porque se acaban y suben los precios (¿más aún?), echa gasolina hasta que rebose el depósito y llévate incluso los biberones de los niños para llevarte más combustible. Compra luces, pilas, comida no perecedera, y alguna maquinaria agrícola, por supuesto.
Al final se nos hizo tarde y llegamos a casa de noche, efectivamente. Por suerte, hace poco le compramos a Mulder un collar led para la noche, y fuimos alumbrando el camino. Mulder en la calle no suele hacerme el más mínimo caso y va callejeando en modo despiste para evitar llegar a casa. Ya le advertí que si aquello era el apocalipsis teníamos que compenetrarnos mejor, un perro es un buen aliado cuando la civilización entra en caos, pero si no te hace caso de poco sirve.
Al llegar a casa busqué a tientas las velas y las cerillas. Pude ducharme con agua caliente, sí, (sólo lo hice porque podía), pero a la luz de la única vela que puse en el baño. Tenía unas cuantas, pero de las pequeñas que sólo sirven para poner en un quemador de incienso. Muy poco preparada para ser una fanática del fenómeno zombi. Así que tuve que usar la luz del móvil, menos mal que lo cargué y ahorré batería. Y me acosté leyendo con el libro electrónico (que afortunadamente estaba cargado) y su maravillosa luz tenue.
Al despertarme esta mañana lo primero que he hecho es comprobar si seguía habiendo coches en la gasolinera. Me he quedado más tranquila cuando he visto que no había nadie. O puede que acabaran con las existencias. Sinceramente, me da igual, no tenemos ningún búnker oculto adonde ir. Después, me he puesto a escribir esto (a ordenador, por supuesto).
A pesar de todo, hemos sobrevivido. Desde luego, no estaría mal una de estas al mes, para fomentar la comunicación real entre personas y desintoxicarnos de tanta tecnología. Pero yo por si acaso me voy a descargar la siguiente temporada de TWD, porque sólo tenía una completa (afortunadamente era la que ocurre en la cárcel, de mis favoritas) y no da más que para una tarde entretenida. Y mientras se descarga, me acercaré a la tienda de caza y pesca.
¡Esperamos que hayáis tenido un buen pseudo apocalipsis!
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